A menudo se recuerda a Yu Suzuki como el artífice de Shenmue, y no es para menos; la historia inconclusa de Rio Hazuki es uno de los mejores y más revolucionarios videojuegos que cualquier aficionado al medio haya podido degustar. Quizás sea por eso que a veces olvidamos sus orígenes y el género en que siempre pareció sentirse más cómodo: el arcade. Al fin y al cabo ¿qué otra cosa podría esperarse de uno de los principales activos de una compañía como SEGA?
Sega
SEGA, así, CON MAYÚSCULAS.
Si hoy hago cosas como escribir en webs sobre videojuegos es, en gran medida, debido a Ecco the Dolphin: Defender of the Future. Descubre uno de los grandes clásicos olvidados de Dreamcast y, de paso, ríete de la patética historia de mi infancia. Las mujeres han destrozado lo suficiente mi autoestima como para que ya no me importe.
Hubo un tiempo que tener una Dreamcast era algo bueno, también hubo un tiempo en que tener una Game Cube era algo bueno. Ambas consolas fueron poco entendidas por el público masivo y no tuvieron unas cifras de ventas absurdas como algunas de sus predecesoras. Quizá es lo que tiene en común con Ikaruga. Más adelante os explico por qué.
Facturado por Konami a mediados de 1993 (no sé exactamente cuándo llegó a mis manos, pero poco después), nos prometía ponernos en la piel de una zarigüeya que era, a la vez, caballero medieval y portadora de un JETPACK. No hace falta que a esa edad os explique que probablemente sea el mejor concepto posible para un chiquillo, salvando quizás el de "casa en el árbol con consola, pelota y prohibido el paso para las niñas".
Al principio sólo nos fijamos en ella. Lara Croft llegó para quedarse, y para cambiar algo. La primera gran heroína de los videojuegos (con permiso de Samus) nos recordó que el erotismo y la sensualidad también podían formar parte de esta industria, sobre todo teniendo en cuenta lo buenos que resultaron como recursos comerciales. Y esto fue así hasta tal punto que se nos olvidó que debajo de todo aquello había un videojuego.