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1001 videojuegos que debes jugar: Race the Sun 1

1001 videojuegos que debes jugar: Race the Sun

De cuando en cuando he hablado por aquí de lo que yo llamo «videojuegos zen» como Cadence, Among Ripples o From Dust, pequeñas obras de arte digital que consiguen ponerme en un estado mental de claridad, disfrute y cuasidivinidad. Y sin embargo, no había hablado del más zen de todos, de esa pequeña maravilla a la que juego sin cesar cuando quiero vaciarme la cabeza y centrarme en la velocidad y el recorrido. Así que hoy me resarciré de mi pecado hablando de Race the Sun, el videojuego que combina mis dos cosas favoritas: minimalismo y eternidad.

El juego de Flippfly es un endless runner, un simulador de carreras eternas contra uno mismo y un enemigo al que nunca podremos vencer: el sol. Manejamos a una pequeña nave que funciona mediante energía solar, y nuestro objetivo será avanzar, avanzar y avanzar. Mientras recorremos los bellísimos escenarios del juego y esquivamos los obstáculos que nos van apareciendo el sol irá poniéndose, amenazando la autonomía de nuestra nave (que también puede frenar en las sombras que proyectan los elementos a lo largo del recorrido). Iremos recogiendo «tris» que dan puntos, power-ups verdes para saltar y amarillos que permitirán que demos un acelerón y que el sol se mantenga un rato más en el horizonte.

Pero todo es vano, porque estamos destinados a perder siempre: nuestro objetivo ha de ser a cada momento llegar un poco más lejos, cada vez más lejos. Posee un potencial inabarcable, porque cada cierto tiempo los escenarios se reinician y generan nuevos, siempre de manera procedural. Además, la comunidad crea sus propios mundos que podremos visitar, con algunos que no le van a la zaga al diseño original.

Grosso modo, eso es Race the Sun. Sus creadores no han cometido el inmenso error de contaminarlo con una historia ni añadirle un trasfondo, sino que lo han dejado como pura jugabilidad, como oasis de diversión y concentración. Pero, a la vez, es mucho más.

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El psicólogo de impronunciable apellido, Mihály Csíkszentmihályi, describió hace años (1975) la experiencia de flow, o flujo. Habla de esa sensación (que en algún momento, todos hemos experimentado) de total atención a una tarea, de sensación de dominio y de éxito en algo que estamos haciendo. Hipermotivación e inexistencia abrazándose, con el tiempo subjetivo desintegrado a nuestro alrededor. Lo que los psicólogos llamamos también «fusión»: todo lo que eres está implicado en lo que estás haciendo, y no eres nada más.

La propia Jenova Chen (flOw, Flower, Journey) ha insistido en que uno de los enfoques de sus juegos está en someter al jugador a una experiencia así (sólo hay que mirar el título de la primera incursión de Thatgamecompany) y estoy seguro de que todos tenemos experiencias así con algún videojuego.

En mi caso, Race the Sun es un baño de flow constante, es lo que busco cuando quiero sentirme así durante un pequeño rato. La combinación de movimiento, velocidad y la concentración requerida acaban sumergiéndome en un estado de flujo, que se interrumpe con los choques y vuelve a nacer al darle a continuar. Su diseño, tan limpio y minimalista, ayuda a no distraerse con efectismos, pero se permite de cuando en cuando algún gesto para maravillar al jugador: ya puede ser un pájaro dorado recompensándonos al final de cada vuelta, o un escenario que nos va lanzando elementos que nos afirman: LA VIDA TIENE SENTIDO.

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La música de Race the Sun es indisociable de la experiencia del jugador: no ya porque cambie cuando queda poca luz, sino porque es el otro elemento que se le grabará en la cabeza mientras pilota su nave en la carrera más inútil de todas. La batalla contra el tiempo la marcan las cinco canciones que Forest San Filippo (uno de los dos creadores del juego) ha creado para la ocasión, una música electrónica e instrumental que inspira pura grandiosidad. Es tan importante, que con otra banda sonora estaríamos hablando de un juego peor.

Podría volverme loco intentando profundizar en la experiencia que regala Race the Sun al jugador y extenderme mucho más, pero tampoco tendría mucho sentido. En la lectura final, estamos hablando de dos cosas: del título como videojuego y del título como sensación.

Como juego, Race the Sun tiene todo lo que se le puede pedir a un endless runner. Es tremendamente divertido, es frenético y engancha muchísimo. Es una experiencia (gracias a dios) solitaria, pero nos va mostrando cómo quedamos en los marcadores frente a otros jugadores, cosa que acentúa el pique. Es virtualmente eterno por la generación de escenarios procedurales, pero además tiene contenido creado por otros jugadores para darle aún más vida. Y si quieres sufrir de verdad, tiene un modo Apocalipsis aún más difícil. Como juego, para fans del género, es una maravilla.

Pero es como sensación cuando hablamos de algo aún más poderoso. Es capaz de vaciarte la mente y hacer que durante un rato, para ti sólo exista el sol, la trayectoria y la obligación de llegar un poco más allá. Si además eres, como yo, un yonqui del minimalismo, es bastante probable que te acabe estallando una arteria en la cabeza de puro Stendhal.

Confinado como estaba ahora a PC y Mac, llegará dentro de poco a PS3, PS4 y PSVita, y sólo deseo que más y más gente se una a algo tan vano (y satisfactorio) como esta bellísima lucha contra el sol.