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Mutazione
Mutazione

Análisis: Mutazione

Ruinwave 2

Análisis: Mutazione 2
Fecha de lanzamiento
19 septiembre, 2019
ESTUDIO
Die Gute Fabrik
EDITOR
Akupara Games
PLATAFORMAS
Windows, PS4, Apple Arcade

La extraña isla de Mutazione es un lugar en ruinas. Ya desde lo lejos, antes de tocar puerto y empezar a pasear por los escombros de su pasado, es fácil intuir que hace mucho tiempo, antes de que un meteorito se estrellara contra su superficie parasitada de hoteles, centros comerciales y oficinas de multinacionales, esta debió ser una región llena de gente y ajetreo. Hoy apenas queda un puñado de habitantes, una mezcla de aquellos que sobrevivieron y se quedaron, cambiados para siempre, y especies autóctonas que bien podrían tan hijas del desastre como absolutamente ajenas a su trascendencia. Juntas, ambas caras dan forma a una comunidad que a la llegada de la joven Kai parece vivir en relativa paz y armonía, adaptada a su nueva realidad de esqueletos de hormigón y cuerpos mutados, pero no pasa mucho tiempo hasta que se le empiezan a notar las sombras. Una tenue oscuridad de culpa y penitencia que todos los habitantes de Mutazione intentan mantener a raya a base de apoyo mutuo y cuidados, pero que inevitablemente se derrama por cada mínima grieta que provoca el roce de sus rutinas.

La poética de la ruina en Mutazione emana de un lugar común, de otro de esos agujeros «en el centro de todas las cosas» que ya se ha convertido en todo un signo del videojuego de nuestro tiempo. Encajada en esa corriente al alza de títulos que proponen dinámicas de ordenación, gestión y cuidado de un espacio delimitado —Moving Out, Dragon Quest Builders 2, Wilmot´s Warehouse, por poner unos pocos ejemplos—, y que se abren a las relaciones jugador-juego desde ópticas de respeto, convivencia y crecimiento mutuo para crear algo a partir de la nada, jugar a la ruina de Mutazaione tiene que ver con la pérdida del rumbo y la búsqueda acompañada de nuevos horizontes. Aquí el trauma se cuenta desde un doble sentido ecológico —es la consecuencia de una debacle natural y de la sobreexplotación de la tierra, pero también es un dolor comunitario, compartido y que deja su marca en todos los rincones y cuerpos—, pero su agujero no se anuncia, sino que aparece poco a poco: se va agrandando a base de pequeños gestos, de suspiros resignados y de constantes silencios.

Mutazione

Entra una cosa y otra, los siete días que pasas en Mutazione transcurren a dos ritmos. A un lado están los paseos, los recados y todas esas conversaciones que devuelven un paisaje de intimidades y secretos, un movimiento constante con el que vas penetrando en la vida de los otros y en sus historias particulares; al otro, siete breves instante en los que todo se detiene unos minutos para que te sientes a componer jardines, seleccionando las semillas que hayas recogido de las plantas locales y colocándolas en pequeñas parcelitas repartidas por toda la isla. En ambas dinámicas, los de Die Gute Fabrik hilan siempre lo sistémico a través de las relaciones comunitarias, que se manifiestan en decenas de detalles, no solo para acotar y dar pie a la inmersión emocional en la obra, sino para limitar formalmente la posible intrusión excesiva en la existencia de los demás. La atención a lo particular de los desarrolladores brilla en la manera en que diseñan cada una de las muchísimas conversaciones de Mutazione, regándolas de parones, de dudas, de espacio para que los coexistentes marquen sus propios tiempos. Y para que cuando necesiten callarse, ya sea para pensar, para protegerse o para simplemente llorar y liberarse, tengas que esperar a que se recompongan para seguir adelante.

La otra esfera, los jardines que cuidas cuando no estás hablando con la gente, también se tiñe de esta forma de construir retórica de comunidad. La primera vez que Kai se sienta a plantar es por mandato de su abuelo —quien, lleno de achaques y aparentemente moribundo, es el motivo por el que la chica llega a Mutazione, sin saber muy bien si lo que le espera es un primer encuentro o una despedida—, así que lo hace un poco a regañadientes. Luego, tras ver el efecto positivo que tiene esta actividad en los demás, la forma en que en esta isla las plantas vibran en una frecuencia emotiva concreta y llenan el aire de canciones, va encontrando en estos momentos una forma de conectar con la tierra y sus habitantes. Cuidar los jardines es una terapia íntima y personal, pero que Kai nunca hace para sí misma, sino que siempre hay una excusa, una necesidad o una tristeza que intentar aligerar con semillas de helecho, esporas de setas o esquejes de liquen. Cada jardín ata transversalmente el espacio, el tiempo y las vidas de cada residente en Mutazione: aquel día, en aquel lugar, cuando se sentían de aquella manera.

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El poso que va quedando con la suma de los jardines sí que es algo que va influyendo en la exploración personal de Kai, en el buceo lento en sus problemas personales y los restos de historias traumáticas que trae consigo cuando baja del barco a este otro mundo. De nuevo, esto es algo que también se hace patente a la hora de conversar con los otros, gracias a la manera en que las ramificaciones de cada una de ellas no se instrumentalizan, sino que se ponen al servicio de la pura construcción de presencia. La base de la realidad de Kai viene dada, pero Mutazione da mucho espacio a que puedas encajarte a través de ella en su enfrentamiento con las dudas, el pasado y todo lo que está esperándola desde que te sumas a su viaje. Elegir una u otra opción cuando el juego lo pide no es sino un ejercicio de expresión, una vía directa para esa inmersión emocional que mencionaba antes: un recurso para acercarte tanto a las complejidades de Kai como a la de la gente de la isla, e ir perfilando la manera en que se enredan y revuelven sus problemas.

Esta estética de lo proceduralmente común y compartido se sincroniza muy bien con la manera en que Mutazione construye su cosmos desde lo visual y lo conceptual. La biosfera de la isla, su carácter salvaje y colorido como una capa que se superpone a esa alma de telenovela que asoma de tanto en tanto, es tanto una nueva oportunidad como la cicatriz evidente de que este es un lugar de víctimas. La herida del meteorito es la cara visible y evidente, lo más inmediato, pero bajo el espectáculo de es acontecimiento violento hay otras marcas, estrías de un colonialismo científico que tras su explosión en la isla solo dejó tras de sí un rastro de víctimas. Los habitantes de Mutazione se doblan ante el peso de sus propios actos como individuos y como colectivo, pero también son conscientes de que solo manteniéndose unidos pueden encontrar una nueva manera de significarse y volver a erigirse como grupo. Volver a ser los unos con los otros.

Con todo esto, Mutazione itera sobre esa otra forma de composición del juego como actitud y como proceso de pura convivencia. Entrar y salir de esta isla apenas lleva unas pocas horas, y su invitación no es más que al encaje, a la escucha y al entendimiento. Escuchar y ser escuchado, cuidar y ser cuidado, en todo momento hay un toma y daca que va acortando distancias hasta que estás metido de lleno, cantando a unas plantas para que crezcan, abran sus flores y devuelvan una melodía melancólica, una tonadilla eufórica o resuenen con un ansia viajera. Afuera, en la foresta, las especies se embarullan en todas direcciones, casi como una cacofonía exuberante e inexpugnable, pero en los jardines puede focalizarse e intensificarse uno de sus colores y crear un punto de anclaje. Un recuerdo de lo que te une a cada personaje.

Y en esa unión está la clave de cómo Mutazione se erige como ruina, no como una reconstrucción, sino como la superación de ese ayer enquistado y su abandono en favor de un nuevo comienzo. Uno en que un grupo de personas decide no olvidar lo que las convirtió en lo que son ahora, pero que consigue encontrar una manera de perdonarse, de darse tiempo para encontrar la manera de expresar lo inexpresable, lo que duele, lo que da miedo y lo que simplemente tarda en encontrar las palabras adecuadas. O las flores, el sentimiento y la canción que enmarque los momentos en los que nos encontramos en la complejidad y el dolor, en la esperanza y la celebración. Cuidarse, al fin y al cabo; darse la oportunidad de la vida, de cerrar etapas y volver a empezar. Cambiados, mutados, diferentes. La misma ruina, quizás, pero llena de jardines, de conversaciones alrededor del fuego, entre copas y canciones, o flotando en un estanque. O en cualquier otro lugar y momento en que las miradas convergen, chocan y devuelven nuevas formas de entenderse.

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Escuchar y ser escuchado, cuidar y ser cuidado, en todo momento hay un toma y daca que va acortando distancias hasta que estás metido de lleno, cantando a unas plantas para que crezcan, abran sus flores y devuelvan una melodía melancólica, una tonadilla eufórica o resuenen con un ansia viajera.
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