La primera vez fue un estallido, un instante de pánico descontrolado presa de un torrente de emociones que me empapó de sangre. Sabía lo que había hecho; había fantaseado miles de veces con ello. Y de creerme incapaz a descubrir que lo había llevado a cabo fue cuestión de segundos.
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Porque de tristes historias de perdedores estamos sobrados, pero de HAMOR a los jueguicos también.