Hablaba a principios de 2013 de Westerado en su primera encarnación: un fantástico videojuego de navegador que nos lanzaba a una misión de venganza en un Salvaje Oeste pixelado, terrible y anaranjado. Sorprendía su extensión, teniendo en cuenta el formato, y la ambición de sus creadores, los holandeses Ostrich Banditos, para atreverse a colar su juego sólo a través de la web de Adult Swim.
Al igual que me pasó en cuanto probé la primera iteración de Gods Will Be Watching, empecé a llorar en Twitter para que hubiera un “juego completo”. Nadie me hizo caso, pero mira, alguien más debió pensarlo y hace bien poco que puede jugarse a este Westerado: Double Barreled. Una versión hipervitaminada del original, más extensa, con la posibilidad de grabar partida (en navegador no se podía) y juego cooperativo.
Bendita idea.
Aunque ese periodo histórico al que llamamos “Salvaje Oeste” ni era tan salvaje ni tan homogéneo, ha sido una brutal mina de la que ir sacando películas y libros. Y, en menor medida, videojuegos. Más en las anteriores generaciones que en estas últimas, que si acaso nos traían algún que otro FPS y poco más. Llegó, por supuesto, Red Dead Redemption (que jamás apareció en PC) y estamos esperando a Hard West y 12 is better than 6, pero seguía habiendo cierta orfandad de títulos más centrados en la violenta vida en la frontera y las dificultades de su conquista.
Precisamente en eso es en lo que brilla Westerado: como pequeño simulador, cajita de arena en miniatura, con un mundo vulnerable a nuestras decisiones. Y la palabra es vulnerable. Por mucho que tengamos una misión principal (vengar a nuestra familia de un cuatrero desconocido que ha incendiado nuestro rancho y los ha acribillado a balazos), enseguida tendremos todo el escenario para nosotros, para hacer lo que nos dé la gana con él. Y eso incluye jodernos la partida. Esto no es uno de esos juegos de rol en los que los personajes que dan misiones son inmortales, aquí la misma bala que mata a un bandolero se lleva por delante al Sheriff o a la dueña de la tienda que nos vende sombreros (la peculiar “barra de vida”). BAM, ya no podremos comprarle nada.
Estoy seguro de que hay quien no lo metería en el saco de los juegos de rol, porque no hay ni ficha, ni inventario ni subidas de nivel… Pero lo más importante de este tipo de juegos, que es el ponerse en la piel del personaje, está más que cubierto.
Quizá nos aburramos de la misión principal y decidamos mediar en una guerra entre indios y soldados. O nos dé por asaltar ranchos (o protegerlos). O qué sé yo, quizá sólo emular a un jodido asesino que se pase por la piedra a media ciudad y aterrorice a la gente allá por donde va, consumido por la rabia y la inacción de sus vecinos ante los abusos. La elección es nuestra y no se nos va a impedir nada. Pero tampoco se nos librará de las consecuencias.
Pero pongamos que estamos ante todo centrados en vengarnos del malnacido que arruinó a nuestra familia. En un mundo en el que nadie tiene cara (literalmente), sólo tendremos una forma de encontrarlo: averiguando poco a poco cómo es su aspecto. Partimos con una pista inicial que nos dará nuestro hermano antes de morir, y tras eso tendremos que irnos asegurando la confianza de la gente para que desembuchen más datos. Como jugando a un “Quién es quién” cargado de polvo y balas. Así iremos componiendo el Frankenstein de sombrero, pañuelo, chaqueta, cinturón y pantalones que se genera de manera procedural en cada partida.
Lo más curioso es que aún no teniendo los datos exactos sobre el asesino podremos ir acusando a la gente en cada conversación (o desenfundando el revólver). Quizá acertemos, pero lo más seguro es que acabemos teniendo un malentendido y balasera al atardecer.
La otra parte fundamental de Westerado son, obviamente, los tiroteos. No son nada difíciles y se ejecutan sólo en posición horizontal, pero hay que tener cuidado con los tiempos e ir bien provisto de sombreros. El máximo de “vidas” serán los tres que podemos llevar, que salen volando con cada tiro, hasta dejarnos la cabeza descubierta. Otro disparo más nos matará. Nuestros enemigos serán numerosos, pero no tan afortunados: si apuntamos bien podremos volarles el sombrero (y así recogerlo del suelo para “recargar la vida”), pero si no, con un disparo se irán al otro barrio.
Resulta muy satisfactorio enfrentarse a una horda de brutos en medio de las minas y salir de allí indemne, pero estad seguros de que tarde o temprano nuestra suerte acabará. Puede ser una bala perdida que impacte a un ciudadano (y nos ponga a todo el pueblo en contra) o un tiro que nos lleve a la tumba (sólo para frenarnos y hacernos perder dinero, antes de continuar). Siempre pasa algo en Westerado.
En un juego en el que es tan importante el escenario y las posibilidades que da, éste merece una mención especial. Es ese Oeste mitológico de Sergio Leone, de eterno conflicto, agua esquiva y calor pedregoso. El uso que hace Westerado de las paletas de color anaranjadas y de su propia banda sonora (de nuevo homenaje al italiano) crea un ambiente perfecto, con el que es casi posible oler el polvo de la llanura y el entrechocar de los cascos de los caballos.
Ahí está la clave del juego: es como ponerse a ver un spaghetti western para poco después de empezar calarse el sombrero y las botas y sustituir al amigo Clint. Para un juego de dimensiones tan pequeñas y los mínimos elementos, es casi abrumadora la cantidad de cosas que nos propone y deja hacer, siempre sin juzgar pero siempre generando una respuesta merecida. Es altamente rejugable y guarda unas cuantas sorpresas, y no está exento de sentido del humor. Un videojuego al que jugar, pero también celebrar.