“No sé nada de skate. No me interesa el skate. No he jugado a muchos de los juegos clásicos de skate. Un par de partidas más y lo dejo”
OlliOlli World me ha mantenido (y todavía lo hace) en esa línea de pensamiento durante casi todo el tiempo que le he dedicado. El cual no ha sido poco e intuyo que se sumarán muchas horas más en las próximas semanas. Roll7 ha conseguido que me tire mucho más tiempo del que me gustaría reconocer vistiendo a mi personaje de la forma más mamarracha posible entre circuito y circuito, disfrutando de cada grab y wallride bien ejecutado (palabras cuya existencia desconocía hasta hace apenas una semana) a ritmo lo-fi mientras miraba de reojo un reloj que llevaba tiempo indicando que no son horas de estar despierto.
Explicar OlliOlli Wold no es sencillo, “mejor ver” que dirían en los anuncios de Tecnocasa. Su apuesta por mantenernos pegados a la pantalla se basa en una insultante y envenenada accesibilidad llena de angustiosos retos para alguien que, como yo, tiene la necesidad de cumplir los objetivos marcados en cada circuito porque de lo contrario estaré DECEPCIONANDO A ALGUIEN QUE NO CONOZCO. Un delicioso postre de mil colores cuyo sabor adictivo llega antes de la operación bikini. Lo que tus padres te advirtieron que no aceptaras de nadie a la puerta de un colegio.
Evolucionar una saga como OlliOlli no era una tarea fácil. Hablamos de una obra que es prácticamente un reloj suizo. Un compendio de engranajes que funcionan a la perfección en los que es mejor no tocar nada porque el desajuste de uno solo de ellos podría dar al traste con todo lo demás. Sin embargo, Roll7 se ha atrevido a iterar sobre aquello que funcionaba, y contra todo pronóstico lo ha mejorado. No se trata del lavado de cara, algo que salta a la vista y que parece consecuencia de una evolución lógica para llegar a un público más amplio. Se trata de llevar el concepto al lugar más lejano posible, de exprimirlo para comprobar qué elementos son moldeables y cuales deben permanecer inalterados por el bien del proyecto. Para ello lo primero es ampliar su universo, hacerlo más loco, más extraño. Crear una vacua iconografía de deidades y patinadores legendarios que por diseño y características no desentonarían en un episodio de Hora de Aventuras para luego darte lo que estás esperando: un camino progresivo para alcanzar el flow.
OlliOlli World entiende el camino del flow como el camino hacia el Nirvana, bautizado en esta ocasión como el Gnarvana. Su manera de llevarnos hasta él es a través de un recorrido por diferentes escenarios donde uno jamás deja de aprender gracias a un grupo de amigos que nos irá enseñando más y más trucos. Al contrario que en muchos títulos de unas características similares, y siguiendo el ejemplo de nuevas propuestas como Lonely Mountains: Downhill, Roll7 no trata los nuevos movimientos como elementos diferenciados para superar obstáculos (que también), sino que se las apaña para integrarlos en un todo que no se siente como una evolución de habilidades al estilo clásico, sino como como un todo en el que no se busca alcanzar nuevos objetivos, sino sublimar cada uno de los elementos de los que llevamos disfrutando desde el primer minuto. De este modo, el flow no se alcanza a través de la superación de esa parte del recorrido que te estaba volviendo loco. Esos son retos heredados que amenizan el progreso. El Gnarvana se abre paso cuando el control se encuentra completamente integrado en tus manos sin que sepas muy bien qué ha pasado.
Esta concepción de “tutorial infinito” funciona gracias a la confianza depositada en el jugador. OlliOlli World podía haber optado por un esquema de progresión clásico, pero en lugar de eso se limita a poner todas sus cartas sobre la mesa con la convicción de que cada persona optará por jugar con aquellas que más le interesen. Puedes optar por ir pasando niveles sin más. Llegando a la meta y desbloqueando el siguiente. Tienes la opción de intentar conseguir los objetivos que te proponen en cada nivel, lo cual te permitirá desbloquear ropa, poses para tu personaje y algún nivel extra. También existe la posibilidad de jugar a niveles generados proceduralmente donde únicamente tienes que indicar el escenario y la duración del mismo. Todo resulta igual de divertido porque aquí se viene a patinar y todo lo demás es secundario.
Y como de patinar se trata, Roll7 no teme en hacer mucho más accesible el conjunto. Los checkpoints dentro de los escenarios son generosos e invitan a una experimentación constante sobre los mismos. El nuevo diseño, con una paleta de colores que grita “hípster” por bandera, hacen del conjunto una entrada mucho más amigable para los que llegan nuevos, y completamente fresca para quienes disfrutaron de las anteriores entregas. OlliOlli World parece preguntarte constantemente “OK, lo has hecho bien, pero ¿has alcanzado el estado de abstracción que querías?”. En tesitura se atreve incluso a integrar y mejorar elementos que podría parecer que no encajan del todo con este nuevo diseño, como dejar el Daily Grind a un lado para proponer una Liga Gnarvana que ya no penaliza, sino que te invita a intentarlo tantas veces como te apetezca o ver las repeticiones de gente que es inmensamente mejor tú para entender cómo demonios han alcanzado esa obscena puntuación.
OlliOlli World es un juego magnífico. Si tomamos como valoración el comprobar si consigue aquello que se propone, la respuesta es sin duda sí. No existe un solo apartado en el que el título de Roll7 tropiece. Un reloj suizo, como decía, que viene a reivindicar el juego, el buen juego, como elemento principal por encima de cualquier otro razonamiento dentro del medio. OlliOlli World es tan perfecto como divertido. Tan accesible como complejo. Tan sencillo como espectacular. Una rara avis que parte desde lo independiente con vocación universal que me da que permanecerá instalado para siempre en mi máquina.
