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En algún lado he leido que la última novela de Ian McEwan es de género cómico. De hecho, ha ganado un premio británico que se da a novelas de ese tipo. Y sin embargo, a mí me cuesta no pensar que realmente, a pesar de lo caricaturesca que resulta en ocasiones, el libro tiene un fondo trágico muy palpable, y que deja a uno con mal cuerpo tras terminarla.

Solar narra las andanzas de Michael Beard, un premio Nobel de Física de vida disoluta a lo largo de tres momentos distintos en el tiempo. En su primera parte dibuja con trazo grueso a un personaje que no es agradable, pero tampoco mala persona; sino más bien un ser humano demasiado cobarde para ser lo que aspira a ser y demasiado hastiado como para vivir de manera distinta a como ha hecho en toda su existencia. Un retrato, como dibujo, muy humano. A través de la ruptura con su quinta esposa y de las emociones que ésta le despierta vamos accediendo a una espiral cada vez mayor de patetismo que termina por redibujar de forma drástica al personaje.

Es cierto que hay momentos cómicos, pero la mayoría de ellos consisten en maltratar a un personaje con el que es difícil no conectar. Michael Beard puede ser cualquier persona, y tiene los mismos problemas e indecisiones (exagerados) por los que todos pasamos. A través de ese cambio drástico se convertirá en un apóstol del cambio climático y dedicará su vida a intentar frenarlo, a darle al mundo una nueva forma de energía capaz de salvar al ser humano de sí mismo. Sobre este trabajo se construyen las dos siguientes partes del libro, y se van mezclando con momentos de nostalgia y algún repaso al pasado del personaje, llevando una evolución a lo largo de los años bastante creíble y que no desentona con el ritmo de la novela.

¿Por qué digo que el poso de la novela es trágico? Fundamentalmente, porque Michael Beard no es el único ser humano egoísta y necio. Sin ánimo de querer revelar nada, al menos él tiene una misión, y al final de la novela termina por chocar con las pretensiones de una galería de personajes que hemos conocido a lo largo de la trama. Cada persona, cada ser humano distinto, tiene unos planes para Beard y su tecnología y no hay nadie que por un momento piense en lo elevado de su tarea y decida envainar el ego. Lo realmente deprimente es pensar que, dado un caso similar en la realidad, acabaría por pasar lo mismo: el Mesías defectuoso a la hoguera, su aportación ardiendo y cada uno a lo suyo sin importarle lo que le pase al resto de la humanidad. No hay más que ver lo que pasa con las agencias de rating y la prima de riesgo.

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