Aprovechando que es domingo y no hay nada mejor que poner, me gustaría hablar de la relación entre la dificultad de los videojuegos y mi creciente entrada en años (tampoco tanta, pero me hacía ilusión poner la imagen del viejo).
Para empezar, es evidente e indiscutible que los videojuegos antes eran más difíciles. De hecho, hubo una época en la que lo de grabar partida no se estilaba, y aunque algunos títulos generaban passwords que apuntábamos por ahí y perdíamos, lo más normal era acabarse el juego de carrerrilla, con el correspondiente daño a la consola (u ordenador), retinas del jugador y factura de la luz. Recuerdo con cariño esas tardes jugando a la NES, que ardía, y el dejarla en pausa para comer y cenar con miedo (de mis padres) a que hubiera una explosión en el piso. Pero era algo que había que comprender: ¡si la apagaba se jodía la partida! Y eso, en determinados títulos, era un horror.
Además de eso, la dificultad era mucho mayor. En algunos juegos, desafiante, y en otros rayando lo imposible y obligándonos a tirar de Konami Code (como el Contra) o similares. Por cierto, cosa curiosa, el susodicho código nadie lo leía en ningún lado, sino que siempre se lo contaba a alguien un amigo, ese amigo a ti, y tú a otra persona. Habría que estudiar cómo ha pasado al inconsciente colectivo…¡igual es algo que siempre tuvimos ahí! Dicha dificultad alargaba mucho la vida del título, porque muchos de los juegos no es que fueran más largos que ahora, sino que eran unas veinte veces más complicados e invertíamos más tiempo en pasarlos.
Pero ah, amigos, yo era joven y alocado, y no tenía nada más que hacer, así que podía dedicar horas a pasarme dos pantallas o romper un récord. Hacía de la frustración una especie de combustible de alto octanaje, y podía seguir jugando (cagándome en todo de cuando en cuando) durante horas. Y si el juego era demasiado fácil (y por lo tanto duraba poco) no hacía más que cabrearme. Eran los días de directamente ir a las opciones del juego y ponerlo en difícil, sin siquiera haberlo empezado. Y poco a poco iba convirtiéndose en una cuestión de orgullo con los amigos. Recuerdo piques antológicos con ellos viendo quién sacaba la mejor puntuación en determinados juegos, y había que demostrarlo. Por ejemplo, con Resident Evil 2 no descansé hasta que batí la plusmarca de un compañero de clase: conseguí pasarme el 2º escenario del juego en hora y cuarenta y dos minutos de juego, con ranking S y, obviamente, en difícil. Parece que fue ayer, pero fue en la época en la que los Resident Evil eran difíciles y daban miedo (el segundo menos que el primero). La tira de años.
No cuento esto para fardar (seguro que algún japonés tiene un vídeo en youtube pasándose el juego en 5 minutos y con el jefe final acariciándole), sino para que se entienda la magnitud del cambio operado en mí. Llega la edad adulta, el trabajo, las responsabilidades de la casa, la vida en pareja…y poco a poco yo me voy amariconando en lo que a dificultad se refiere. Es un cambio sutil, del que apenas me he dado cuenta y que ha llevado varios años, pero que si se compara con épocas anteriores es drástico.
Por un lado juego cada vez a más juegos distintos, con lo que le dedico menos tiempo a cada título. Y además de eso, el tiempo que puedo dedicar en general es mucho menor. Eso hace que muchas veces juegue “con prisa”, especialmente si el argumento del juego me engancha y quiero saber lo que va a pasar. Al jugar apresurado, aunque los juegos son más fáciles que antes (en algunos sólo falta que nos lleven de la mano), a mí me machacan y me matan más a menudo. De repente, eso deja de resultarme desafiante al rato, y lo que consigue es cabrearme y hacer que apague la consola o que cometa el mayor delito posible hacia mi infancia: poner el juego en fácil. Tengo menos tiempo, quiero divertirme, y ver qué es lo siguiente que pasa. ¡Y ay de aquél que no me deje continuar!
Lo curioso es que no es una pérdida de habilidad. En el momento en el que me concentro soy capaz de ser la mitad de lo que fui antes (¡y terminar algún juego que me guste en difícil!), pero normalmente prefiero jugar de manera un poco más plácida y evitar el online para que no me machaquen niños a los que doblo en edad. Ni siquiera los logros de mis amigos me motivan, y no me pico porque sé que será un coñazo igualarlos. Y aquí es donde yo me pregunto: ¿son los juegos más fáciles porque las desarrolladoras han querido abrirse a otro público, o porque el público (que ha ido creciendo) cada vez desea que sean menos complicados?
Por mi parte, entono el mea culpa. A mí lo que me apetece ahora es divertirme un rato y que no me pongan demasiadas dificultades por delante. ¿Y a vosotros?