Entre los administradores de esta web y yo tenemos la coñita recurrente de que deberíamos crear una sección nueva en el podcast que se llamara “los videojuegos son fachas” en la que yo desgranase por qué prácticamente todos ellos lo son, porque están desarollados dentro de un marco mental que a todos nos resulta inescapable. Esa chancita pudo haberse convertido en algo mucho mayor en cierto canal de izquierdas si hubiera dispuesto yo de más tiempo, pero eso es un tema para otro día. La cosa es que de cuando en cuando he tratado el tema en varias columnas de esta web, y han acompañado otros camaradas como Antonio Flores (cuyo libro Marx juega deberían estar leyendo en vez de leerme a mí) y creo que siempre lo hemos hecho con respeto hacia sus creadores, porque al fin y al cabo no son culpables del Zeitgeist de realismo capitalista del que estamos presos. Los videojuegos están diseñados en torno a ciertas lógicas que hemos internalizado y son presos de ellas mismas, y por eso es divertido comprobar cómo nos dan la razón tan a menudo. Porque el sistema no está roto sino que funciona tal y como está diseñado, y carga en sí mismo la semilla de su propia destrucción.
Véase el caso de prácticamente todos los simuladores de ciudades y el caso concreto del último Sim City (aunque pasa en los anteriores): querían crear un simulador real de ciudades, que se parecieran lo máximo posible a una urbe material… hasta que toparon con el problema del aparcamiento. Resulta que nuestra cultura (por no hablar de la yanqui) es tan cochecéntrica que si hubiera que introducir las plazas de aparcamiento y los parkings en el mapa acabaríamos teniendo una ciudad sin apenas espacio para más que para aparcar. Y eso no sólo choca con la premisa de dejarnos trabajar en el entorno como queramos sino que además introduce una serie de limitaciones que hacen que el juego no sea divertido. ¿O no? ¿Por qué no darle una vuelta a este argumento? Aún no hay (o no conozco yo, perdón) videojuegos que nos lancen el desafío de subsanar esta mierda, de crear una ciudad habitable que se rija por el principio de ser para las personas y no para los coches. Podríamos tener que trabajar en eliminar el problema a base de reconvertirla (que supongo que sería inmensamente difícil) o trabajar más bien con una urbe planificada como las que soñaron en la URSS o Lucio Costa y Oscar Niemeyer. Pero no, nuestra falta de imaginación (y me incluyo, claro) nos hace detectar el problema pero no mirar más allá para asumir lo divertido que puede ser pensar y buscarle una solución: basta con no mirar.
Así que es insostenible crear ciudades habitables dentro del sistema actual, ¡quién lo hubiera dicho? No es la única verdad que nos revelan los videojuegos de simulación, tan empeñados en demostrar que en las ciencias sociales sí que pueden generarse modelos experimentales seguros. Quizá mi demostración favorita en este ámbito fue la de Victoria 3, cuando desde Paradox tuvieron que nerfear el comunismo porque estaba demasiado descompensado frente al resto de sistemas económicos. No sólo eso, sino que los jugadores chocaban continuamente con los intentos de los grandes propietarios agrarios (y a veces la pequeña burguesía) cuando se trataba de modernizar el país y liberalizar la economía. A mí llegaron a montarme el partido nazi belga, lo cual es tan históricamente preciso como hilarante. En palabras de los desarrolladores “ellos se limitaron a introducir los sistemas tal y como creen que funcionan”, y el materialismo histórico hizo el resto. Porque cuando llegabas a la república de concilios populares (una suerte de experiencia de soviets) todas las estadísticas se disparaban a niveles irrisorios: la propiedad compartida de las industrias hacía que hubiera más dinero disponible, que la población creciera, que se comprasen más bienes y que la esperanza de vida aumentara. ¿Quién hubiera pensado que tener a una única clase de ciudadanos iguales haría que vivieran más, fueran más felices y la economía fuera como un tiro, incluso dentro de un sistema mundial aún capitalista?
Y así llegamos a Cities: Skylines 2. En un reciente post de la comunidad, el estudio afirmaba haber eliminado a los caseros virtuales para luchar contra la crisis inflacionaria que estaba afectando a la vivienda en el juego. No parece que fuera conocimiento común, pero dentro de su propio sistema, de nuevo para ser más verosímil, había implementada una mecánica de caseros que se ocupaban de las viviendas. Y claro, la pantallita se le llenaba a los jugadores con mensajes de “alquiler demasiado caro” sin que nadie tuviera demasiada idea de cómo hacer para bajarlos porque la habitual solución de construir más y más viviendas tampoco funcionaba. Una simulación realista está condenada a ser realista. Si hay un grupo de intereses encargándose de las residencias de la gente estos no van a competir entre ellos de manera virtuosa ajustando los precios, sino que van a avanzar en una espiral de subidas porque “mira, al de al lado le alquilan por más así que no voy a ser yo el tonto”. En España los alquileres han subido un 78% en los últimos diez años y no faltan los apóstoles de seguir construyendo viviendas o los necios que dicen que todos queremos vivir en Malasaña, como si en Somormujos de Suputamadre no te cobrasen ya una morterada por un zulo que a un etarra le habría parecido pasarse.
No hubo otra forma de contener esto que eliminar a los caseros para que todo el mundo pagara el mismo alquiler, como si la terca realidad quisiera mandarnos un mensaje a través del mundo digital. Por si fuera poco, tan realista sigue siendo la simulación que para que no siga apareciendo el mensaje incordiante de que hay gente que no puede pagar el alquiler el estudio introdujo otro cambio: los inquilinos pobres regularían su consumo, adquiriendo menos bienes y haciendo menos gastos. Es decir, que si todo tu sueldo se lo come el alquiler no vas a dejarte dinero en la economía real y productiva. Otra lección que nos dan “los videojuegos realistas”.
¿Qué nos dice entonces la obsesión por la autenticidad en este tipo de simuladores? Que si uno trata de replicar el sistema realmente existente va a encontrarse con varias verdades irrefutables: nuestras ciudades no son habitables, no puede haber justicia social con un rentismo inmobiliario que destroza no sólo a las personas sino también a la economía productiva y que el comunismo está chetadísimo. Qué terca es la realidad.