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Columna: La necesaria honestidad

Bayonetta 3 y guerra de clases

Si bien la ideología, de una u otra forma, da muestras poderosas de estar presente en casi cualquier acto de la vida, a veces me parece que en otras no lo está en absoluto. O que lo está de una manera cosmética, o más acorde con los tiempos que vivimos, sometida a los inciertos patrones del engagement. Sirva de coartada que lo que sigue lo escribo en base a la información que manejo a viernes 21 de octubre.

Viene todo esto al cuento de lo ocurrido con Bayonetta 3.

El sábado 15 de octubre, la actriz de doblaje que hasta Bayonetta 2 había interpretado las palabras de la bruja, Hellena Taylor, publicó tres vídeos en Twitter en los que denunciaba que Platinum le había ofrecido una bochornosa cantidad de dinero (4000 dólares) por doblar a la del Clan de Umbra durante toda la nueva entrega que se estrena ya mismo. Lógicamente, y me alegra decirlo, se comenzó a hacer viral porque entrañaba una mala praxis cometida contra una trabajadora, aparte de las consecuencias éticas que entrañaba. Desde luego es una vergüenza que a quien ejerce un trabajo no le recompensen adecuadamente por el mismo, pero no es menos verdad que quien trabaja dentro del capitalismo nunca va ser recompensado por lo que produce su trabajo: se llama el conflicto capital-trabajo y lleva ardiendo —aunque tal vez sin esa formulación que le dio Marx y que luego desarrolló el marxismo— desde antes de siglo XIX.

Columna: La necesaria honestidad 3Hellena Taylor llamó al boicot contra el juego. Hubo personas que siguieron activamente su llamada, otras dudaban de su efectividad. Al fin y al cabo, el capitalismo está tan bien intrincado que para cada acción que se piense contra él se va a crear un nuevo problema. A vuelapluma: de haberse concretado un boicot efectivo al juego podría haber repercutido en las arcas de Platinum, lo que pudiera haber provocado despidos. Esta intrincación del capitalismo y los nuevos problemas que pueden surgir de un boicot no es nada novedoso, y ha sido señalado, por ejemplo, por Noam Chomsky que, como estrategia general, ve poco confiable y efectivo el boicot. Además, lo que sembró más dudas y dividió más a la gente fue que Hellena Taylor cargó contra Jennifer Hale, la nueva dobladora de Bayonetta.

Personalmente, guardé silencio salvo para comparar la indignación que vi en ciertas cuentas de la prensa profesional de videojuegos (tradicional o independiente) con el hecho de que a los colaboradores de esa prensa se les pagan sus colaboraciones de un modo, en proporción, similarmente bochornoso. Aparte de lo que pueda pensar del boicot, guardé silencio porque no me fiaba de cómo lo decía Hellena Taylor. La antigua Bayonetta centró sus vídeos en ella, destacando sus logros y esfuerzos individuales —pocas veces enfatizando al colectivo de trabajadores de actores y actrices de doblaje—, pidió que el dinero con el que se iba a comprar el juego se donase a la caridad e hizo una llamada al más odioso espíritu gamer («Ella no tienen ningún derecho a ser Bayonetta») señalando a una compañera. Y a grandes rasgos, de todo ello se destilaba un talante burgués de clase media.

Hideki Kamiya, director de Bayonetta 3, habló solo para decir que todo era mentira y que tuvieran cuidado con sus reglas. También resulta razonable que ante un tema sensible mucha gente pusiera el grito en el cielo con la actitud de Kamiya. Lejos en no estar de acuerdo con ello, pero con el conocimiento previo de que Kamiya tiene esa actitud con todo, no se le puede acusar de otra cosa que de ser un estúpido arrogante.

Tres días después, el 18 de octubre, Jason Schreier publicó una noticia en Bloomberg en la que, básicamente, desmontaba la versión de Hellena Taylor. De haber sido cualquier otra persona del periodismo de videojuegos, hubiera tenido mis dudas, pero a Schreier le tienen miedo en Naughty Dog, en EA y en Activision-Blizzard. Además, afirmaba haber visto los documentos, supongo que contratos, en los que aparecían las verdaderas condiciones que se le ofrecieron a Taylor: 3000-4000 dólares por sesión y no por todo el juego, lo que podría suponer unos 20?000 dólares por cinco días de trabajo. Que Taylor lo rechazó pidiendo seis cifras, que ello provocó la ruptura de negociaciones y que posteriormente se le ofrecieron 4000 dólares por un cameo, que también rechazó. De ser esto verdad, como parece que es, Hellena Taylor, en un movimiento bastante ingenuo y muy arriesgado para su carrera, habría intentado manipular algo tan importante como es el sentido de solidaridad de la clase trabajadora; algo, por otro lado, también muy burgués y muy de clase media. Y de ser esto verdad, se entiende también la actitud de Kamiya, con todo lo arrogantemente estúpido que pueda ser.

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Hubo personas en Twitter —porque lo triste es que esto no sale de Twitter, en una apología constante del clicactivismo o activismo de sofá—, las más activas en denunciar el supuesto caso de la vergonzante oferta (lo que en inglés llaman lowball), que dijeron que eso lo que importaba era el tema de fondo: las condiciones de los trabajadores. Y es cierto. Pero también es cierto que lo cambiaba todo, porque mis sospechas sobre que Hellena Taylor no lo hacía por el colectivo de los trabajadores sino por ella misma, cobraron muchísima más fuerza. Y tampoco olvidemos que el mensaje de Taylor caló: Jennifer Hale recibió mensajes de acoso y hubo personas que tuiteaban, textualmente, «Si Bayonetta me lo pide, yo hago caso». Y a lo mejor si cambia la información tengo que escribir de nuevo para decir que me he equivocado, pero desde que Schreier publicó la noticia, Hellena Taylor no ha dicho nada. Tampoco los que la defendieron con tanta fiereza como eso que, parafraseando a Lenin, podíamos llamar la enfermedad del infantilismo en los videojuegos.

Y no creo que lo digan, porque el 19 de octubre, en otro error de cálculo de Hellena Taylor y de su ingenuidad o mala fe (también muy habitual de la psicología de la clase media), a alguien le dio por inspeccionar su timeline en Twitter y descubrir que sufría algo de transfobia, que apoyaba el Blue Lives Matter (un «movimiento» a la contra de Black Lives Matter en defensa de los cuerpos policiales de Estados Unidos) y que mostraba simpatía por los telepredicadores scam de EE. UU.

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¿Debería la ideología de Hellena Taylor o su estatus social cambiar nuestra percepción sobre la problemática respecto al conflicto capital-trabajo? En absoluto. Pero la verdad que después de conocerse, casi todos los que salieron a defenderla con una agradecida, aunque algo impostada, actitud soviet ya no dicen nada, porque si lo hicieran estarían dando la cara por alguien más o menos transfoba, más o menos cercana al monopolio de la violencia y más o menos en consonancia con el poder (y beneficio) religioso.

Pero tampoco se les ha ocurrido mostrar honestidad, reconocer que a lo mejor sacar las hogueras y las sillas eléctricas ante la más mínima sospecha quizás no sea lo más racional ni lo más objetivo a la espera de que se confirmen ciertas informaciones, porque básicamente, Hellena Taylor se quedó sola. Y sin que sirva de referente, voy a citar a Freud, porque El malestar en la cultura sigue siendo un ensayo sorprendentemente actual, a pesar de haberse escrito hace un siglo:

Siempre tenderemos a apreciar objetivamente la miseria, es decir, a situarnos en aquellas condiciones con nuestras propias pretensiones y sensibilidades, para examinar luego los motivos de felicidad o de sufrimiento que hallaríamos en ellas. Esta manera de apreciación aparentemente objetiva porque abstrae de las variaciones a que está sometida la sensibilidad subjetiva, es, naturalmente, la más subjetiva que puede darse, pues en el lugar de cualquiera de las desconocidas disposiciones psíquicas ajenas coloca la nuestra.

Lo peor es que esas actitudes no se limitan solo a los videojuegos, están por todas partes en el maldito Twitter y en las malditas redes sociales: es el odio que se masca. Sin olvidar que lo que ocurre en Twitter suele quedarse en Twitter, no conlleva un activismo ni una militancia más allá de lo que supone jugar al juego de las redes sociales. Y Twitter no es un centro de debate, es un espacio virtual donde, en general, la gente dice lo primero que se le pasa por la cabeza. Lo que antes se planteaba en un centro de debate o en un grupo de personas o a alguien cercano, ahora se dice en público, que al cambio es como ir por la calle sin un filtro diciéndole a la gente lo primero que tu amígdala elabora como si no tuvieses lóbulo frontal. Porque a veces la mentira es educada y piadosa. Y es triste, porque en la clase trabajadora necesitamos de verdad la solidaridad, el apoyo mutuo, sin que nadie manipule un sentimiento del que se aprovechan hasta las grandes empresas para confeccionar sus anuncios publicitarios. Y también porque a lo largo de la historia de la humanidad, dirigirse o pensar con las entrañas, con el corazón, más que con el cerebro y el análisis, ha podido conducir a la revolución, pero también al genocidio. Y creo que es algo sobre lo que merece la pena reflexionar.