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Columna: Crying Suns - Haciendo la historia a pesar de la historia 1

Columna: Crying Suns – Haciendo la historia a pesar de la historia

Este texto iba a ser una relección sobre la «fenomenología del Espíritu» de Hegel a través de Crying suns (Alt Shift, 2019). Pero desde el momento en que fue pensado a ahora, han pasado muchas cosas. Incluso desde que el pequeño estudio francés Alt Shift sacó en septiembre de 2019 este pequeño rogue-lite, han pasado muchas cosas. Tantas que cambian el sentido de lo que ellos querían expresar, de lo que no sabían que estaban expresando, y de lo que yo quiero decir. Sigue siendo una relección hegelina, pero ahora surge como oposición al fatum del Espíritu Absoluto. O no; vosotros decidiréis.

Cuando salió Crying suns —repito, septiembre de 2019—, podíamos permitirnos ser optimistas. Sí, lo habíamos pasado mal, habíamos tenido una temporada difícil, unos «años malos», pero la bonanza empezaba a asomar la patita para la mayoría (es de quien hablo; los del vértice nunca lo pasan mal), se veían brotes verdes, hilillos de plastilina,… Se podía confiar en la (auto)regulación del sistema; todo está en orden, aunque a veces nos afecte de formas desagradables ese orden que no entendemos. Al final todo sube, para todo el mundo; alguien se quedará por el camino, pero, ¿qué es la desgracia de una persona en relación al beneficio de toda la sociedad? Eso dice el Espíritu Absluto de Hegel, y es de una estulticia suma no reconocer que nuestros destinos se encuentran regidos por la dialéctica del Espíritu Absoluto. Criying suns es un peldaño más en el inexorable camino a la auto-conciencia del Espíritu donde la humanidad no es más que una herramienta.

En Crying suns somos esa herramienta de progreso, personificamos, en medio del caos espacial más absoluto, al único elemento que tiene el conocimiento y la capacidad suficiente de «salvar la galaxia». En rigor, dos son los protagonistas: nuestro personaje, Ellys Idaho, almirante del imperio interestelar, con la determinación para llevar a cabo los planes derivados del conocimiento de Kaliban, un robot de un tipo especial creado para facilitar enormemente la vida de toda la humanidad, pero que, ante la debacle, se vio desconectado de su red, y ahora busca cómo reactivarla para salvar a la humanidad.

La trama es algo compleja, puesto que implica un descubrimiento progresivo de todo lo que ha pasado tras varias décadas desde el inicio del desastre. Como el almirante Idaho, no sabemos, y se nos va descubriendo la historia a través de un sistema de muerte y repetición: son los giros del Espíritu Absoluto sobre sí mismo; somos más sabios porque quienes fueron antes que nosotros fueron sabios, y sobre su conocimiento nos ponemos nosotros. Pero como el ser humano es finito, la muerte se hace necesaria para que el conocimiento siga creciendo y ese Espíritu Absoluto pueda absorber más conocimiento, para que se conozca mejor a sí mismo a través del trabajo de la humanidad. En Crying suns, es el propio Idaho quien muere y es clonado cada vez con sus viejos recuerdos intactos para avanzar en la historia. Pero resulta que nosotros como Idaho no somos protagonistas de la historia.

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La historia finaliza con un golpe de efecto maravillo donde se desvela todo: sólo éramos herramientas de otra cosa, nuestros planes nunca estuvieron en consideración. La teoría de los «grandes hombres»: la historia —llamemos ahora «historia» al «Espíritu Absoluto»— se vale de Octavios para engrandecer el Imperio romano y que todo el mundo tenga el latín com lengua común; se vale de Cristos para que todos tengamos la misma consideración de lo trascendental y aspirar a la salvación; de Napoleones para expandir el código civil y mejorar la sociedad; se vale de Hitlers para crear holocaustos y tener los Derechos Humanos. Idaho de Crying suns es un «gran hombre» que ha hecho lo imposible por «salvar la historia», pero, ¿la historia de quien?

Hasta finales de 2019, casi se podía decir que la historia se había enmendado, que el orden se estaba restableciendo, que todo sería mejor; pero la historia tenía otros planes. En una herejía hegeliana, se puede considerar que el coronavirus fue otra estratagema del Espíritu Absoluto (herejía porque es algo natural, no humano, y eso no es cosa del Espíritu; pero a través de las prácticas humanas en su crisis se podía intuir «cambios significativos» en nuestra organización social). Era la oportunidad: la necesidad de apoyo colectivo, de cooperación, de solidaridad, antes una crisis global no basada en intereses económicos, podía suponer una forma de atajar la crisis ecosocial, el reto de hoy. De eso habla Crying suns: de la posibilidad de progreso —y salvación, y redención— en medio del caos (las pajas mentales jodorowskianas que referencia la desarrolladora las dejamos tiernamente a un lado).

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Yo, incluso, hasta enero de este año, era capaz de enarbolar una defensa del hegelianismo de Crying suns: aunque no nos salvemos a nosotros mismos, a nuestro protagonista Idaho, aunque hayamos sido usados y desechados, el fin es el mismo, hemos contribuído a salvar el universo. Incluso al final se nos permite un espacio de decisión para, por un momento postrero, ser libres y hacer con nuestra vida lo que queramos. Hegel y Crying suns nos dicen que el progreso es posible y existe a pesar de todo. Que incluso en un espacio post-apocalíptico gobernado por señores de la guerra a la caída de un imperio intergaláctico, hay salvación posible, y hay planetas y estaciones donde la vida ha continuado y se ha rehecho. Pero hoy, 2022, es difícil encontrar ese espacio.¿Quién se salva? ¿Quién tiene el derecho y el privilegio de tener una buena vida a pesar de la historia?

Parafraseando a Danton, la historia no es algo que simplemente exista bajo nuestros pies. Como Idaho, yo sentía que estaba haciendo algo, por mí y por la humanidad; pero luego me lo quitaron de las manos, y fue una revelación. Hice lo que querían otros que hiciera; lo que yo quisiera era irrelevante. Y lo acepté, porque entendí el «destino» de la historia (y me pareció brillante en el desarrollo de la historia de Crying Suns). Pero hoy es diferente: ¿por qué aceptar ser usados por un «bien mayor»? Aunque no se cumplieron mis objetivos, yo como Idaho hice la historia; yo como Idaho salvé a personas y condené a otras. Y se me robó al final. Una mente «filosófica» (de esas de alto pensamiento, de cerebro galaxia) dirá, «así es la historia», «todo cambia para que nada cambie», «así es la vida». Pues una mierda.

Aún más, ese pequeño espacio de libertad que se nos deja al final de la historia —donde Idaho decide si salva a su esposa, busca supervivientes, o se convierte en gobernante de un imperio decadente—, es un espacio de libertad que se nos ofrece como «premio de consolación» —al menos sé el protagonista de algo verdaderamente tuyo—, y que ocurre «al margen de la historia» (del destino marcado por los otros). No debe ser entendido como eso, como un aparte de la historia. Porque no existe un destino de la historia; existen condicionantes sociales, económicos, fuerzas casi imparables que nos llevan a donde les interesa desde la más oscura opacidad de sus objetivos (es lo que nos hacen en Crying suns). «Casi» imparables. El sistema es un monstruo grande, y pisa fuerte, pero eso no significa que no podamos, desde nuestro pequeño espacio de libertad, oponernos a él y, tal vez, cambiar las cosas. Crying suns no nos deja, porque así está escrito; pero podemos aprender de él.

La historia no es algo que ocurre lejos mientras fregamos los platos; la historia es lo que hacemos mientras fregamos los platos. En la catástrofe intergaláctica de Crying suns, la vida de un planeta y sus habitantes son igual de importantes que la gran misión que se nos encomienda; no hay distinción moral. Y la vida de ese planeta y sus habitantes es lo más importante, lo que más tiene que preocuparnos, al asomarnos al vacío de la posible muerte de millones de personas; esas personas se preocupan de sobrevivir, y esa supervivencia también marca la historia. Que la guerra y la geopolítica no os vuelvan insensibles al sufrimiento: la historia real es la que hacéis todes, la que vale para todes, la que salva a todes. No dejéis que un videojuego o un político cambie esto.