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Análisis: Unravel

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UnravelCrítica»El hilo rojo del destino es una leyenda bien conocida que dice que aquellas dos personas unidas por este hilo están destinadas a ser amantes, independientemente de la hora, lugar o circunstancia. Dicho hilo rojo puede estirarse o encogerse, pero nunca, bajo ninguna precepto, romperse.»

Con esta idea en mente nace Unravel, fruto de las entrañas de las personas de Coldwood Interactive, un estudio sueco que pese a no ser demasiado conocido, decide pegar la campanada consiguiendo con su proyecto toda la colaboración de EA DICE.

En más de una ocasión he recalcado el hecho de que en esta industria del videojuego existe una chispa que en ocasiones marca la diferencia entre lo que es un mero producto de entretenimiento y lo que me gusta calificar de experiencia. Una experiencia es algo más allá del típico matahoras que, sin menospreciar en ninguno de sus aspectos, porque en un universo de caos es necesario que haya una cuidada balanza entre el primero y el segundo, llega con timidez para romper los moldes y trascender un poquito más allá del controlador. Algo por lo que siempre digo que para mí el videojuego es y será el octavo arte (o décimo si nos ponemos tontones). Algo a lo que el cine se puede acercar pero que al carecer del factor inmersivo de poder ser protagonista de una historia, no puede llegar a alcanzar del todo. Y Unravel lo consigue, vaya que si lo consigue. El título es una experiencia mágica que va de contar, de transmitir vivencias, de hacernos sentir la chispa de los pequeños detalles que nos ofrece la vida a lo largo de su agridulce entramado, en resumidas cuentas, del camino y de su importancia.

Pocas veces he visto una mecánica tan íntimamente ligada con la propia historia, con la propia experiencia. Muchas veces nos vemos obligados a hacer cosas en los videojuegos que no parecen del todo creíbles: poderes mágicos, fuerzas desconocidas, habilidades increíbles, etcétera. Unravel no tiene nada de eso. Yarny, nuestro ser antropomórfico de lana roja, se va deshilachando a medida que camina. Con este simple precepto, tenemos que avanzar, pero… ¿avanzar para qué? Avanzar para descubrir, avanzar para estrechar lazos, avanzar para recordar, avanzar para soñar. Lo que pasa es que a medida que avanzamos, a medida que nos comprometemos, vamos dejando por el camino una buena parte de nosotros. Y esto es lo que le ocurre a Yarny, que a medida que avanza pierde parte de su propio cuerpo. Serán únicamente unas pequeñas madejas de lana roja las que harán de piedras en el camino, las que nos darán un poquito más de cuerpo, un poquito más de fuerza para seguir adelante, para seguir avanzando, para seguir viviendo. Son estas madejas desde las que volveremos a retomar el viaje si queremos descansar.

Pero el camino está lleno de obstáculos, obstáculos que habremos de resolver empleando los dos únicos elementos con los que contamos: nosotros y el entorno. Yarny puede utilizar su propio cuerpo de hilo para colgarse y escalar, puede atar dos cabos para hacer de saltarín, esos dos mismos cabos los puede utilizar para mover objetos sobre él, o para agarrar cosas y tirar de ellas. Estos son algunos ejemplos de las mecánicas que nos presenta Unravel a lo largo de entre sus cinco y ocho horas de juego, según lo habilidosos que seamos o según cuántos misterios queramos desenmarañar, nos dará de sí el título.

Y he aquí precisamente la que podría ser su mayor virtud y su mayor defecto: la escasez de mecánicas. El problema que, a mi parecer, le he encontrado a Unravel es que se entrega pronto, demasiado pronto, como un niño ansioso que quiere darlo todo desde su primer momento para quedar bien ante sus amigos o sus espectadores. Durante la fase introductoria ya conocemos todo el arsenal de Yarny y el resto del juego se limita prácticamente a repetir los mismos patrones una y otra vez. Por suerte, la duración del juego es modesta y esto no se convertirá en un problema, ni mucho menos hará estragos a la fabulosa experiencia que transmite el conjunto, pero consideraba que los lectores tenían derecho a saber de qué pie cojea esta pequeña maravilla.

Pero eso no quita que a quienes gusten de este tipo de experiencia les recomiende Unravel con todo mi ahínco. Y pese a todo, no voy a hablar de su historia, porque considero que es la piedra angular del producto. ¿Y lo mejor? Que sobran las palabras. Salvo un par de textos, Unravel es un juego que interactúa con la música y el entorno y no hace uso para nada en absoluto de la palabra escrita… porque no le hace falta. Y la música, ¡ay, la música! Unas cuantas notas de violín y unas cuantas reminiscencias de folclore le bastan y le sobran para arrancarnos una sonrisa o para hacernos un nudo en la garganta a medida que avanzamos por los paisajes de su diminuto mundo. Unravel es la viva imagen de que, efectivamente, la música habla por sí sola.

Y un poco más arriba mencioné que Unravel se apoya en los pequeños detalles. Y es que al ser Yarny un muñequito de lana, todo está colosalmente magnificado y cualquier pequeño bache a nuestro protagonista le supone un tremendo obstáculo a superar. Pero es precisamente en este mundo diminuto donde se nos dejan apreciar matices que pasamos de largo en nuestro día a día: una mariposa, un rayo de luz colándose por la ventana, una simple seta o un insignificante charco de agua. Todo ello contado a lo largo de una docena de cuadros que nos transportarán a situaciones que a cada uno de nosotros, en cierta medida, nos resultarán bastante familiares.

El segundo y último pero es, como suele ocurrir con los títulos de este corte, su escasa o más bien nula rejugabilidad. Cada uno de los cuadros esconde cinco broches secretos que podremos encontrar, y en mi primera pasada por el juego básicamente me dejé un broche por cuadro pendiente… Si revisitamos Unravel será única y exclusivamente por el placer de volver a disfrutar de sus exquisitos detalles o de su intensidad narrativa.

En resumidas cuentas, Unravel es un título que coloca al estudio en una posición privilegiada porque, pese a que no se trataba de un estudio demasiado reconocido, la han liado bastante parda con este pedazo de plataformas que aspira a ganarse a pulso un huequito en los corazones de quienes quieran adentrarse en su maravilloso y rico mundo interior. Una experiencia que, como la vida en sí misma, vale la pena vivir y exprimir hasta el último momento, pese a que las cosas no siempre se pinten de colores. Y dicho lo dicho, disfruta del viaje, porque la experiencia lo merece.