«¡Furbo!» – Javier Alemán
La celebridad del estudio inglés Panic Barn se asocia sin remedio a la serie Not Tonight, mezcla lúdica de aventura gráfica, colección de minijuegos y ¿rol?, con un fuerte e ineludible propósito político: no es una mera excusa argumental, sino que se presenta como su seña de identidad. Hasta tal punto es así que podríamos decir que tanto en Not Tonight como en Not Tonight 2 se prescribe la intención de un serious game pero las formas de un videojuego comercial, como tantos juegos indies que recogieron el testigo de Papers, please. Una intención que me alegra y que cada vez utilizan más estudios para las propuestas más variadas, como hicieron, por ejemplo, Patrice Désilets y su equipo de Panache Digital Games con Ancestors: The Humankind Oddysey.
Por ello, me sorprendió comprobar que Soccer Story procedía de su factura. No solo porque lleve la palabra soccer, sino por el giro estético, manteniendo pixel art pero añadiéndole el voxel minecraftiano y utilizando una paleta de colores que no se me ocurre mejor denominación que tropical. El gusto de Panic Barn por el fútbol tampoco es nuevo (obviando que son ingleses, quiero decir), ya que su primer juego (creo, desde luego es anterior a Not Tonight) llevó por título Tiki Taka Soccer.
Soccer Story, sin embargo, nos presenta una historia que sigue manteniendo el foco político de Not Tonight, aunque su colorido, sus modales wholesome y su retórica desnatada puedan confundir, algo que no sé si se ha buscado a conciencia o es simplemente un resultado fortuito de la experimentación. El argumento nos lleva a un mundo en el que debido a un suceso denominado Calamidad, la megacorporación Soccer Inc. se adueñó del fútbol y lo prohibió, y ya solo se puede disfrutar en la liga que ella controla y organiza, principalmente por televisión. Los habitantes viven con miedo de jugar al fútbol en ligas menores o directamente han cambiado el fútbol por otros deportes. Fuera de la liga de Soccer Inc., el fútbol es tema tabú. Hasta que dos mellizos, chica y chico (según escojamos), reciben por sorpresa una pelota mágica y deciden que quieren jugar al fútbol.
Visto así, cualquiera podría desdeñarlo como una mera formalidad argumental para dar la cara por el panem et circenses de Juvenal, pero la historia de Soccer Story es todo un manifiesto contra el fútbol moderno, que no deja de ser, como la música, como el cine u otros deportes como el boxeo, una parte de la cultura popular que ha sido arrancada de nuestra sensibilidad y triturada por el capitalismo. De hecho, una de las primeras cosas que se me vinieron a la mente según avanzaba la trama es el libro de Ángel Cappa y su hija María: También nos roban el fútbol. Luego recordé también el precioso y necesario libro de Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra, y las palabras que cerraban «Los dueños de la pelota», uno de los textos que componen el ensayo:
El fútbol, fuente de emociones populares, genera fama y poder. Los clubes que tienen cierta autonomía, y que no dependen directamente de otras empresas, están habitualmente dirigidos por opacos hombres de negocios y políticos de segunda que utilizan el fútbol como una catapulta de prestigio para lanzarse al primer plano de la popularidad.
«Convertí el fútbol en tendencia. Ahora lo ve mucha más gente que antes», declara en su defensa el presidente de Soccer Inc. en un momento del juego. Un momento que me trajo a la memoria Hammerin Harry y su final; a su manera, Soccer Story es un alumno del clásico de Irem, aunque algunas cosas las dice incluso más a las claras. Porque ese presidente lleva por nombre, ni más ni menos, que Bep Jatter, una alteración nada oculta de Sepp Blatter, expresidente de la FIFA que desde 2016 fue inhabilitado para realizar cualquier actividad relacionada con el fútbol por la endémica corrupción, por ejemplo, en la elección del último, y mortal, Mundial de Qatar.
Pero no solo su historia hace atractivo Soccer Story.
Como decía más arriba, Panic Barn ha seguido la regla de la coctelera de mecánicas de sus otros títulos, con la salvedad de que aquí estamos ante un mundo abierto a explorar, que irá desvelando sus zonas según avancemos y mejoremos a uno de los mellizos y a su equipo. Un mundo abierto, pero inteligentemente muy bien limitado, que puede recorrerse de una punta a otra en menos de dos minutos. La misión principal es ganar los cuatro torneos regionales para poder acceder al campeonato de Soccer Inc., ganarlo y devolverle el fútbol a la gente. Para ello, nuestra arma es el balón. A la acción de explorar se unen minijuegos (pesca, voleibol, buceo, pruebas de atletismo, cavar…) y retos (derribar todas las dianas, recolectar equis número de ítems para tal o cual PNJ, marcar goles por las porterías desperdigadas, derribar drones o cámaras de seguridad), que harán que ganemos experiencia y mejoremos las habilidades (velocidad, tiro, energía, fuerza) del personaje principal y el resto del equipo.
Y por supuesto, partidos de fútbol. Pero, valga decirlo, olvidaos de cualquier simulación: son partidos arcade puro. No hay fuera, no hay faltas e iremos consiguiendo movimientos especiales. Los partidos se disfrutan toda vez que te haces a su alocada fórmula, y se hacen intensos y divertidos (más de un salto he dado al desempatar o marcar un gol en el último minuto), pero cuentan también con hándicaps que, creo, hubieran mejorado la experiencia lúdica. Una de las cosas que más me ha chirriado es que no hay empate. O sea, lo hay, pero equivale a derrota. Haberlo resuelto, no ya con prórroga, sino con penaltis, hubiera ampliado y enriquecido la jugabilidad, pues el sistema de control del balón hubiera resultado muy atractivo para ello. Aparte de eso, los partidos duran cuatro minutos, excepto los 1 versus 1, que duran tres; creo que tres y dos, respectivamente, hubiera fluido mejor, sobre todo, ¡porque se juegan muchos partidos! En cada zona, primero deberemos localizar al antiguo equipo campeón y recomponerlo, y luego jugamos contra él una primera vez, para después jugar el campeonato, que son otros dos partidos. Si le sumamos los 1 versus 1, que son partidos para conseguir movimientos especiales u objetos necesarios para el avance, se superan los quince. No es que se hagan tediosos en sí, pero a veces se ponen un poco cuesta arriba, en especial cuando comienzan a aparecer mejoras, y hay que repetir, y eso sí puede cansar.
En general, Soccer Story es un juego apetecible si te gusta el fútbol, los mundos abiertos, los RPG y el relax. Salvando los partidos y alguna que otra prueba, caminar por su mundo consigue bajar tus pulsaciones, a lo que ayuda un hilo musical ansiolítico. De hecho, buena parte de su encanto viene por ponerse la piel de diseño de un Animal Crossing. No es un juego espectacular al que dedicar horas, ni quiere serlo; seguramente tampoco esté en las listas de mejores juegos del año, pero es un título que rebosa identidad y que he disfrutado, casi en una metamorfosis psicosomática, como un crío.
Más allá de esto, y volviendo a unas líneas más arriba, Soccer Story consigue —si como tu caso es el mío— que recuerdes por qué te gusta tanto un deporte que lo más probable es que ahora mismo te dé absolutamente igual. Una pena para un juego (todos los deportes lo son) que cuenta, según expone Miguel Sicart en un reciente artículo, con una de las reglas más bellas que existen: el fuera de juego.
Y es una pena que haga como dos lustros que no sigo prácticamente ninguna competición futbolística. Solía ver las finales y las competiciones internacionales, pero ya ni eso: se reduce solo a «cuando alguien lo está viendo» y yo estoy allí de casualidad. Y en eso, Soccer Story acierta de pleno al rescatar una sana melancolía, al hacer que recuerdes los partidos banco contra banco en el barrio, jugar una elimi o un alemán o los partidos con tu primer equipo alevín-infantil. Porque pese a sus limitaciones, eso es algo que no todos los videojuegos saben conseguir.