Este texto es una publicación no-mixta. Es un artículo sólo para los hombres. Antes de que se organicen en foros para tumbarlo como los defensores de la igualdad que han demostrado ser, déjenme que me explique. Esto que voy a contar, por desgracia, ya lo sabemos muchas de nosotras.
Hay ocasiones en las que ser periodista cultural y mujer se hace cuesta arriba. Quiero decir, evidentemente, más cuesta arriba. Cuando publicas un artículo y un señor viene a explicarte lo que querías decir (a veces incluso con tus propias palabras), cuando encuentran algo incendiario en alguna publicación y te enfrentas a una campaña de acoso que, quizás sea mi interpretación, parece organizada para desacreditarte y hacerte daño o, como pasó el otro día con la cancelación del evento de Gaming Ladies, sucede algo que nos afecta a todas las mujeres en la industria, piensas seriamente en retirarte. En no saltar a la mierda, en apagar el móvil, acariciar a tus gatos e irte a la playa.
Pero no puedo hacer eso.
No, no vengo a hablar de los espacios no-mixtos. La necesidad de un espacio seguro para que las minorías se expresen ya ha sido explicada de múltiples maneras por decenas de compañeras en varias redes y medios y no creo que aquí tenga nada que aportar. Hay un límite en la cantidad de formas en las que puedes contar las cosas y quien no se haya enterado debe empezar a considerar que el problema es estrictamente personal.
Dejemos los espacios no-mixtos a un lado porque quiero aprovechar la oportunidad para hablar de lo que no se ve. No de la importancia de los espacios sino de la importancia que tiene para las mujeres conocer a otras mujeres. De la necesidad de jugar juntas y de lo que nos habéis arrebatado.
Entramos en una feria de videojuegos, salón del manga o cualquier otro evento de carácter geek-cultural y miramos alrededor. No es sólo que la mayoría de los asistentes sean hombres, que lo son. Al buen observador le llamará la atención cómo están organizados los grupos. Varios chicos, sólo una chica entre ellos.
Es “la tía guay”, la “chica especial”. Yo he estado ahí. He sido la chica del grupo, una mujer única que se lleva bien con los tíos porque está por encima de “los dramas” y prefiere los videojuegos a diferencia de las demás. No tenía amigas pero ¿para qué las necesitaba? me creía una más en mi grupo. Porque no había machismo. No entre mis colegas.
Cuando estás en un grupo de hombres empiezas a aceptar su visión como propia. Al principio te obligas a reír cuando cuentan un chiste sexista o hablan mal de una mujer (no quieres ser una aguafiestas) pero terminas riéndote de verdad porque ¡ja!, mujeres ¿no es cierto?
Todos queremos encajar. Todos queremos tener amigos. Es mucho mejor sentir que perteneces al grupo opresor
Gracias, tanto a mi profesión como a las redes sociales, pude entrar en contacto con una aplastante verdad, la de que yo no era, de ninguna forma, especial. Descubrí a cientos de mujeres que iban a eventos y también a otras que se quedaban en casa. Mujeres que jugaban y que, como yo, escribían sobre videojuegos. También a muchas que, para mi admiración, trabajaban en el medio. Mujeres por todos lados con ideas, opiniones y formas de hacer diferentes. Un universo estimulante.
De esta realidad saqué la conclusión más lógica, aquella que hace que hombres adultos se echen a temblar. La idea que los lleva a acosar a compañeras y a organizarse para reventar eventos. Así es. Descubrí que no los necesitaba.
Entrar en contacto con otras mujeres hizo que pudiera asistir a un evento sin tener que escuchar a alguien comentar lo follable de las azafatas o lo buenas que estaban las cosplayers. Que pudiera hablar de ciertos juegos que un true gamer nunca tocaría sin sentir que tuviera nada de lo que avergonzarme. Me dio además confianza en mis opiniones y apreciaciones. Me hizo sentirme mejor conmigo misma.
A muchos hombres les parecerá escandaloso este concepto. Sexista o, aún peor, hembrista y discriminatorio. Antes de llamar a la policía —y de inventarse artículos de La Constitución— deberían considerar si están aplicando una doble forma de pensar.
Vamos al cine un momento. Comedia comercial. Un grupo de amigos treintañeros —hartos de sus vidas, cansados de sus esposas— se reúne para pasar un fin de semana de juerga salvaje llena de alcohol, póquer y exaltación de la amistad. No voy a poner un título, son varias las cintas que se ajustan a esta premisa. Una escena común: en la que se expresa la libertad de la que gozan sin las mujeres. Pueden ir en calzoncillos, sí, y hay un personaje que, lejos de los niños, puede volver a fumar. Qué comodidad, qué poca presión. Qué de críticas me caerían si tachara estas cintas de machistas ¿o no?
Nosotras también nos sentimos libres. Quizás es duro de leer pero en muchos casos es la verdad: hay veces en la que disfrutamos más sin vosotros porque nuestro caso es aún peor. Dado la desigualdad de la sociedad y los rígidos roles a los que se exige que nos ajustemos, puesto que pensáis que los videojuegos son, como decía aquel anuncio, cosa de hombres, soléis tener actitudes, lo notéis o no, que nos hacen sentir incómodas. No es que no podamos soltar tacos, eructar o comer burritos (aunque pensándolo bien, cuántos nos acusaríais de ser poco femeninas por esto), es que no podemos ni siquiera hablar. Muchas veces tenemos que limitarnos a justificar.
Ante la cancelación de Gaming Ladies son varios los hombres que han venido a mi timeline (y al de FemDevs, que llevo por las mañanas) a pedirme que les explique cosas. Y no es que estos hayan leído a Rebecca Solnit y se muestren dispuestos a escuchar —la información que solicitan lleva mucho tiempo en la red a su disposición—, estos hombres, educadísimos y nada violentos, me hacen preguntas y me enseñan artículos porque, fingiendo que quieren saber mi opinión, buscan una excusa para contarme la suya. Quieren debatir y deducen que yo, como feminista y activista, tengo todo el tiempo del mundo para ellos. Gratis. Me exigen además que sea amable y no pierda las formas porque si no, dejaré de ser Marta para convertirme en “Las feministas”. “Las feministas son unas bordes” pero recuerda, #notallmen.
Mi experiencia negativa en el mundo de los videojuegos tiene mucho del ejemplo de arriba, Los hombres me piden explicaciones podría titular mi libro, Y por eso he dejado de dar charlas sería el corolario. Pero soy consciente de que si siguiera hablando en el ámbito personal —ahora que les conviene— volvería a ser sólo Marta y ésta solo una experiencia. Es por eso que he ido a hablar con mis compañeras, profesionales del medio de una u otra manera.
]Periodistas, desarrolladoras, traductoras, dobladoras… somos muchas las mujeres que nos agrupamos en canales de Slack —como el de FemDevs— o que hablamos a menudo a través de aplicaciones como WhatsApp o Telegram. A ellas les pedí que me contaran sus experiencias, que me explicaran por qué, en particular, necesitan un espacio seguro.
Muchas no quieren dar su nombre. No quieren que este artículo se traduzca en hombres irrumpiendo en sus espacios y acusándolas de mentirosas. De que les pidan pruebas de una experiencia personal. He decidido mantener en el anonimato a todas. Crear una historia con los elementos más comunes. El relato de una experiencia compartida.
Conozco a una mujer —la suma de tres de mis compañeras— a la que han ridiculizado en charlas por la piel que muestra en su foto de perfil. A una mujer cuya profesionalidad ha sido puesta en duda por la elección de personajes a la hora de hacer cosplay como si esos trajes no hubieran sido previamente diseñados por hombres como los que la humillaban.
Tengo una amiga, que además de desarrolladora es una mujer con diversidad funcional, que siente que en los eventos mixtos su experiencia queda reducida ante las homogéneas vivencias de los hombres. Que siente que su voz no se escucha en estos espacios y eso mina su autoestima. Comentaba, además, que la prueba más clara de que los eventos mixtos no son inclusivos es que muchos de ellos no están preparados para que personas en su situación puedan moverse con libertad.
Una de mis compañeras tuvo un acosador. Un hombre desconocido que la vio en un evento y se dedicó a enviarle mensajes en toda red social en la que lograba encontrarla. Que nadie se extrañe si dentro de un tiempo descubrimos que es un “aliado”.
A una compañera crítica consiguieron echarla del medio en el que trabajaba.
Una amiga dejó su canal de YouTube.
Sé de una mujer a la que acosaron hasta que tuvo que cancelar su asistencia a un evento. Podría seguir. Porque una vez preguntas, si lo haces en el entorno adecuado, donde nadie duda de tu palabra sólo por tu género, las mujeres comparten más cosas.
Gaming Ladies era nuestra oportunidad de conocernos, de apoyarnos y de aprender y enseñar bajo nuestros propios términos. Lo que para vosotros era un capricho para nosotras suponía una oportunidad. Pero que sepan, señores, que mientras ustedes vierten odio en redes sociales, mientras se organizan para cancelar eventos o acosan a compañeras, las mujeres seguiremos haciendo lo único que queremos hacer: hablar de videojuegos.