Hace unos días me encontraba con varios amigos debatiendo sobre el éxito de Bayona, a raíz de lo bien recibida que había sido por parte de la crítica su última película, La Sociedad de la Nieve. No he visto, ni creo que vea, la próxima candidata a los Premios Oscar por parte de mi querida Españita, pero la conversación sirvió (sin querer) para realizar un recorrido por la trayectoria del director catalán que me pareció más que interesante. Bayona comenzó su carrera dirigiendo vídeos para OBK allá por 1997, A partir de ahí se movió dentro de ese circuito y trabajó con gente como Rosario, Camela, Carlos Jean o Nena Daconte. Mientras tanto, intercaló un par de cortos llamados Mis vacaciones y El Hombre Esponja hasta que en 2004 le llegó la oportunidad de dirigir su primer largo tras recibir el guion de El Orfanato, película que salió adelante con la ayuda de una figura tan reconocida como Guillermo del Toro. El título tuvo un buen reconocimiento en Cannes (diez minutos de ovación según recoge Wikipedia), buena taquilla y siete Goyas. A partir de ahí, las puertas se abren para Bayona e inicia una carrera dentro del mainstream llena de éxitos que más o menos todos conocemos.
No sé si les sonará Skinamarink, ese extraño film de Kyle Edward Ball que muchos han calificado como la mejor película de terror de los últimos tiempos (spoiler: no) y que se ha abierto camino por cauces del siglo XXI, es decir, a través de redes sociales, proyecciones piratas, foros y finalmente plataformas digitales. En este caso no hay ovación en Cannes ni recaudaciones multimillonarias (unos 2M$ en salas con un coste de 15.000$), pero sí hay un reconocimiento hacia lo nuevo, hacia algo que puede adquirir un valor comercial que desembocará, más pronto que tarde y al igual que ha pasado con Kane Parsons (The Backrooms), con el fichaje del bueno de Edward para alguna productora tipo Bloomhouse o similar.
Durante estos días, en reuniones de familiares y amigos, ha habido mucho tiempo que rellenar y seguro que en algún momento les ha surgido alguna conversación sobre videojuegos. Casi toda la gente que conozco consume videojuegos en mayor o menor medida. No hablo de gente que esté muy metida en el tema y que se encuentre al día de todas las novedades del sector, pero sí que tienen consolas de última generación, se ven de vez en cuando algún vídeo en Youtube, o en definitiva, tienen el videojuego como un ocio que colocan en el mismo nivel que podría ser una serie o película de cualquiera de las múltiples plataformas de streaming que tenemos a nuestra disposición. Bien, pues entre turrón y turrón, surgió el nuevo tráiler de GTA, alguien comentó que había visto un juego muy chulo tipo souls pero en china (Wuchang: Fallen Feathers) y yo comenté que había vuelto hace poco de un festival de videojuegos y que si sabían o habían visto algo sobre los The Game Awards. Imaginen su respuesta.
Hay mucha risa dentro del sector con aquello de “el videojuego genera más dinero que la industria del cine y la música juntas” porque se ha convertido en un mantra ridículo que no refleja la realidad de casi nada, pero lo cierto es que es el único mantra que tenemos. El videojuego carece de circuito, y por lo tanto carece de un prestigio que no se asiente más allá de los números. El dinero es de lo único que puede presumir esta industria porque desde ninguna de las partes que componemos la misma hemos conseguido que importe algo más que esto, lo cual influye en su crecimiento y la imposibilidad de crear los cauces mínimos para que los estudios puedan asentarse y crecer de una manera orgánica sin jugarse constantemente su propia existencia.
Por supuesto, tenemos unas decenas de casos de éxito completamente inesperados que han colocado nombre en primera línea que nadie esperaba. Ahí están los sempiternos Jonathan Blow, Lucas Pope o el más reciente Poncle (Vampire Survivors) para que podamos enarbolar la bandera del éxito independiente. Seguro que haciendo un esfuerzo podemos sacar entre todos un listado curioso de proyectos que gracias a lo bien que funcionaron han colocado a sus desarrolladores en un grupo de privilegio, pero seguro que nos cuesta mucho más encontrar un caso en los últimos quince años en los que cualquiera de estos éxitos derivó en un saco de billetes por parte de una gran productora para encargarse del siguiente capítulo de la saga conocida de turno o para que el nuevo proyecto de este prometedor estudio contara con un presupuesto equivalente al de un Doble A. El videojuego carece de una “vía Bayona”, pero es que tampoco tiene una “vía Skinamarink”. Un videojuego puede llegar a ser un éxito comercial a través del boca a boca, influencers, foros… etc, pero no hay posibilidad de que un juego sin éxito comercial se asiente como algo reconocido dentro de la industria a través de un circuito que le otorgue prestigio y que ese prestigio le permita darse a conocer a un público al que no podría llegar de otra manera.
Podemos coincidir en que al usuario medio de cine o series le dan bastante igual las listas con lo mejor del año de Cahiers du Cinema, la película ganadora de Sundance o las finalistas en Tribeca. No hace falta. Los profesionales que manejan esto ya están lo suficientemente atentos a todas esas cosas e invierten en aquello que adquiere prestigio para convertirlo en algo lo suficientemente mainstream como para que dé dinero. Por eso A24 ficha a Robert Eggers después de asentarse con tres cortos que se hincharon a premios y lo revienta con The Witch. Por eso mismo Focus Features le suelta 80M$ para que haga The Northman, recauda menos de 60M$ y a pesar de eso siguen confiando en él para la producción de Nosferatu. Algo parecido ocurre en el circuito musical, en el que si bien los premios tienen poca o ninguna importancia, sí que existe, más allá de Spotify, un circuito de directos lo suficientemente asentado como para que las productoras puedan pescar a río revuelto sin jugársela demasiado.
El cierre de estudios y los despidos masivos de este último año se antojan como esa primera grieta que anuncia una reforma dentro de un sector que sobre el papel sigue haciendo unos números extraordinarios y que en cuestión de calidad se encuentra sin duda alguna en un momento dulce. Una grieta que podemos ignorar o tratar de taparla con NFTs, blockchain, I.A. o cualquier otra movida pasajera disfrazada de revolución. Quizás poner los pies en el suelo y comenzar a preguntarse cómo es posible que estudios con proyectos de éxito estén, no a un fracaso, sino a un resultado “normal” en su próximo lanzamiento de desaparecer de la industria sea un buen primer paso. Quizás quienes se encuentran detrás de los festivales patrios podrían dejar de nominar éxitos internacionales en su listado de premios y centrarse en dar a conocer proyectos que no encuentran cabida en otros espacios. Quizás los mega-proyectos con financiación local o estatal deberían dejar de promocionar a empresas muchimillonarias que no lo necesitan y orientarse hacia unos términos industriales que ayuden a los que tienen más cerca. Quizás los que nos dedicamos a escribir (o lo que quiera que sea esto) deberíamos estar más atentos a las reivindicaciones del sector, exponerlas con más frecuencia y articularlas de manera que lleguen a más gente… En realidad no tengo ni idea de qué se debería hacer, pero mi Imperio Romano es que Ari Aster consiguió 10M€ para su Hereditary y la industria que mueve más dinero que el cine y la música juntos tiene proyectos con un clarísimo potencial justificando su viabilidad a través de campañas de crowdfunding.
Feliz año.