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Análisis: Untitled Goose Game

Untitled Goose Game
Untitled Goose Game

Untitled Goose GameHonk the Power!CRÍTICATodo parece estar en calma. Los habitantes del mundo de Untitled Goose Game se reparten por los muchos rincones que devuelve su tejido de casitas, vallas y patios traseros, cosido con ese canal que lo cruza de arriba a abajo hasta que se convierte en un parque con lago, y salpicado de tanto en tanto por algún bar o tienda. Podría ser un pueblo aislado, o uno de esos lugares que materialmente están fuera de las ciudades pero que ya funcionan como barrios funcionalmente anexados: sitios a los que se vuelve en los huecos que da el ajetreo de la vida para dormir, para tener una casa más grande, para salir al jardín en pijama un domingo por la mañana. Cada quien está a lo suyo: la pintora pinta, el repartidor reparte y el jardinero jardinea, y la coreografía de lo cotidiano se despliega con normalidad entre periódicos que se abren, coladas que se secan y campanas que marcan el avance de las horas. Hay una perfecta ilusión de coexistencia y urbanidad, ajustadamente estructurada y pactada, sistematizada al detalle para que todos sepan qué lugar y tarea les corresponde. Toda una topografía de normalidades.Patreon Nivel OcultoLa imagen tiembla cuando emerges por una esquina y te incrustas desde un lugar fuera de toda esta jerarquía, ajena a su realidad y, por tanto, absolutamente destructiva: eres un ganso con ganas de movida. Tu primera presa es ese jardinero que no sabe la que se le viene encima, yendo y viniendo de las coles a las zanahorias, escuchando la radio y cumpliendo con su rutina en una parcelita con vistas al parque del lago. Quizá te de por robarle las verduras, romperle la radio o buscar los límites de su paciencia a base de graznidos continuados, pero, sea como sea, la paz de ese señor estalla en mil pedazos desde el primer instante en que se cruza por tu pantalla. No hay apenas límites a lo que puedes hacerle, más allá de la compartimentación del espacio en zonas de juego, aunque tienes una lista que sirve tanto de inspiración como de medida para cuando ya te has ensañado lo suficiente y puedes pasar al siguiente incauto, a una nueva página en tu diario de fechorías. Y seguir sembrando un caos lento pero empeñado, como una espuma batiendo contra los bordes de una doble fantasía: la urbana y la del circuito de los juegos.
“Eres un ganso, así que corre por ahí y haz lo que haría un ganso”La forma en que Untitled Goose Game arranca, tan falto de ceremonias y premisas que no se puede estar más in media de la res, libera a los de House House de la necesidad de justificarse o explicarse. Eres un ganso, así que corre por ahí y haz lo que haría un ganso. Gracias a ello, también, el peso de todo el juego y las bases de su experiencia recaen en lo puramente performativo, en la interpretación y exploración de un papel sin las ataduras a un resultado definido. Existe una mínima articulación del avance, esos puntos a partir de los cuales los habitantes del juego, hartos, sacan una señal de prohibido gansos y se abre una vía hacia adelante, pero moverte siempre es una elección. Si quieres, puedes prolongar el infierno personal de cada mártir, arrojándolos al absurdo infinito de devolver las cosas a su sitio una y otra y otra vez hasta que decidas darles un respiro. Ese es el poder que poco a poco emerge de tu yo-ganso, o, mejor dicho, el contrapoder: aprovecharse de que la máquina de producir normalidad no puede detenerse, de que la falsa tranquilidad no es sino un subproducto, de que no eres uno de los suyos.

Es precisamente esa perseveración sistémica de los inquilinos de Untitled Goose Game la que da pie a que emerjan todo tipo de reflexiones. Según se mire, la revolución que supone la llegada del ganso a sus vidas puede entenderse como una especie de favor, como una salida momentánea a la rigidez de lo ordinario, lo que aquí es procedural pero que tanto se asemeja a los raíles de nuestras vidas normales y corrientes. Desde su lanzamiento, Untitled Goose Game se ha comparado con Hitman por como ambos presentan un diorama cerrado poblado de gentes interpretando una escena, en la que te metes como radical libre, como agente transversal que se esconde en la masa de gente y que puede provocar el cataclismo en el mismo momento en que así lo desee. Ambos títulos son caras de una misma moneda, una más violenta, compleja y gamey, otra más contenida, sencilla y juguetona, pero la pasta que los une no es su parecido mecánico, o su propuesta orientada a lo emergente, sino que ambas obras apelan a una misma construcción discursiva. Convierte el mundo en tu travesura.

Los crímenes del agente 47 y del ganso son, a fin de cuentas, experiencias socio-espaciales. En Untitled Goose Game eres el elemento que ata el territorio con una narrativa, el que rompe sus bloques aislados y, con el caos, unifica. El electrocardiograma plano de su ciudad salta a cada impacto, como atravesada por la electricidad de lo inesperado y lo contingente, algo que también pasaba en el juego del mortadelo de la muerte: todo está empapado de gasolina y solo falta que empieces a rozar las piezas del mundo para que las chispas lo hagan arder. Jugar a ser un ganso es, dicho de otra manera, un ensayo de lo incívico en el que ir en contra a la abstracción de la buena convivencia, y romper desde dentro ese suburbio como discurso en el que la gente se mira entre sí, pero nunca se toca.“Untitled Goose Game es una vía libre para la catarsis gamberra”De esta noción es de donde emerge la otra atribución unánime que se ha expresado desde todos lados sobre Untitled Goose Game: es una vía libre para la catarsis gamberra. El aluvión de memes que ha corrido como la pólvora durante días atestigua esa cualidad, pero también puede servir para argumentar que el circuito del videojuego tiene en lo actitudinal, por encima de cualquier otra cosa, la vía para resignificarse. La manera en que cientos de personas han trasvasado la esencia del ganso —su postura y desenfado, su relación con el mundo, su graznido como universal comunicable— en todos y cada uno de los recodos de la imaginería universal y popular del videojuego creo que lo demuestra: Untitled Goose Game, puro juego, se ha apropiado del ecosistema. De manera inevitablemente fugaz, pero con absoluta rotundidad, y dando motivos para creer que esto nunca trató de causas y consecuencias, de resultados o misiones, sino de caer en las obras para existir de otra manera. Y que de esa caída surgieran tanto nuevas ideas como las herramientas de retórica, de poética y de apropiación para contestar lo establecido. Para afianzar nuevas tendencias.Todo ello, además, en una dinámica comunicativa que, si bien es intrusiva y cabrona, nunca llega a ser violenta. No hay víctimas a la experiencia de juego, si acaso unos PNJ que ven como su jornada se va al garete, pero que a cambio tienen algo que contar. Hoy un ganso me tuvo toda la mañana corriendo de un lado para otro, se llevó mis zapatillas y me llenó la fuente del patio de ropa de la vecina. Con momentos como este se va componiendo la narración, plagada de situaciones y oportunidades para irrumpir en la secuencia espaciotemporal de la ciudad y que, gracias a tu infatigable voluntad de hacer el mal sin más motivo que ver cómo la gente reacciona, dos vecinos se conozcan, una señora estafe a un niño o un matón se lleve su merecido. De la rotura resulta una conexión, un chispazo que se materializa en cómo se van abriendo rutas secundarias que conectan todos los escenarios, y en una segunda vuelta autoconsciente —y que no voy a desvelar— que construye sobre las bases del primer asalto del ganso a este cosmos de periferia.“Éramos muchos los que queríamos jugar a ser un ganso, aunque no lo supiéramos hasta que nos pusimos en sus plumas y nos pusimos a graznarle al mundo”Untitled Goose Game es un destilado breve pero conciso, con una solidez conceptual tan bien concebida y controlada que se vuelve una herramienta perfecta de mediación. Jugarlo abre huecos en la realidad, rascando en la fachada de lo aparente para que la codificación de nuestros espacios salga a la luz; y entrega un marco bien perfilado con el que enfrentar el videojuego como espacio de encuentro y mezcla de otredades. O quizá el asunto vaya más y la fugaz trascendencia de Untitled Goose Game sea más una cuestión de balística, de armar a una rama contestataria que se empeña, a pesar de muchísimos pesares, en lo de ser cultura. Porque serlo no es solo moldear discursos hacia fuera, sino también hacia dentro, y lo que es innegable es que éramos muchos los que queríamos jugar a ser un ganso, aunque no lo supiéramos hasta que nos pusimos en sus plumas y nos pusimos a graznarle al mundo.

Y todo sintetizado en la pura observación: llegar, interpretar posibilidades, imaginar conexiones y planear ataques. Leer el mundo y encontrarle huecos e intersticios, actuar desde el plano de las relaciones mientras la risa de un piano —música, acompañamiento y voz en off— te jalea, inspira o te previene. Porque, al fin y al cabo, la clave del asunto es que esto no va más que de ser un ganso y reírse del cuento pacificado de lo cotidiano. Sin causas ni consecuencias; sin daños ni perjuicios. Y eso, más allá de las interpretaciones, de los discursos y de los memes, creo que es lo verdaderamente catárquico de ser este ganso: nadie ha tenido que sufrir para contarlo.