Arnie Jorgensen, John Watson y Alex Thomas abandonaron Bioware en 2012, poco después del lanzamiento del masivo online de Star Wars en el que tantas esperanzas puso la compañía canadiense, The Old Republic. Seis años después, y con la vista echada hacia atrás, podría parecer una gran decisión, viendo el éxodo masivo que está habiendo de personal del estudio, pero las cosas no eran así en 2012. Quedaban pocos meses para que apareciera Mass Effect 3 y nadie en el estudio podía presagiar los problemas que se les venían encima. Irse de Bioware era poco menos que una locura, abandonar un lugar de ensueño por un gambito que podía salir mal de muchas formas. Pero se fueron. Lo hicieron con la idea de fundar su propio estudio de desarrollo, Stoic, y crear el videojuego con el que estaban soñando.
Las historias de superación en el mundillo independiente son peligrosas, y por eso no quiero que esto lo parezca. El desarrollo de la trilogía que termina en The Banner Saga 3 ha sido accidentado. La primera entrega se financió gracias a Kickstarter, cuando aún el crowdfunding no estaba muerto de agotamiento y era más sencillo conseguir fondos. El éxito de crítica fue más o menos unánime y les animó a ponerse con el segundo sin pedirle dinero a nadie, cosa de la que luego se lamentarían. Ya el crunch había arrasado al equipo en el primer juego, y en el segundo no fue distinto, además de tener que recurrir a Drew McGee porque Alex Thomas se fue temporalmente para diseñar Killers and Thieves. The Banner Saga 2 fue una ruina para el estudio, recaudando un tercio que el anterior, así que la caravana necesitaba coger de nuevo impulso. The Banner Saga 3 volvió a recurrir a Kickstarter, y aunque el pelotazo no fue tan potente como en la primera parte, pudo recaudar los fondos para nacer.
The Banner Saga 3 es una historia triste y que probablemente no acabe bien. Sería presuntuoso asociarlo con la trayectoria del estudio, la misma caravana llena de imprevistos que manejaremos a lo largo de la trilogía, pero no deja de ser llamativo que ellos se hayan enfrentado también al azar, las malas decisiones y sufrido por el camino. Cuando uno lo pasa tan mal, en el fondo, busca una explicación, espera que al menos haya servido para algo y que toda esa angustia mereciese la pena. No creo en el triunfalismo indie ni que la zozobra y el crunch justifiquen nada así que no podría decir que les ha merecido la pena. Sin embargo, sí que puedo decir una cosa que me alegra: The Banner Saga 3 cierra la trilogía y acaba dando a sus creadores la saga nórdica que ellos querían hacer.
Gran parte del juego estaremos arrinconados en un punto del mapa, una gran ciudad que tendremos que evitar que se devore a sí misma, y ahí cristalizarán todas las decisiones que hayamos tomado a lo largo de la trilogía. ¿Hemos conseguido que nuestra caravana acoja a un montón de refugiados pero a pocos guerreros? ¿Quizá tenemos muchas provisiones y varl con los que aguantar las cornadas que nos lanza la oscuridad?
The Banner Saga 3 viene a subvertir todo lo que ha hecho hasta ahora. Ya no avanzamos sin cesar (aunque esto tiene trampa) y los días ya no transcurren hacia adelante, inagotables, sino hacia atrás. Pronto tendremos un contador de días que nos quedan para tratar de arreglar el tremendo quilombo mítico al que nos enfrentamos, y ese número de días nos vendrá dado por todo lo que hayamos hecho antes, para que nadie se queje de que las decisiones de los juegos previos no son relevantes.
Es sorprendente lo bien que han sabido dosificarse en cuanto a la historia que nos han querido contar. Ya en la segunda parte averiguábamos una serie de detalles sobre lo que estaba verdaderamente pasando, pero aquí es cuando llegua la explosión de verdad a arrasar con todo. Y lo mejor es que encaja a la perfección. Si uno quisiera jugar a la trilogía de seguido (háganlo) vería que nada se contradice, que todo estaba ya pensado de antemano y que incluso los momentos más crípticos de la primera entrega tienen un sentido al llegar a la tercera. Es un círculo perfecto en el que todo acaba por confluir y que desvela desde hechos del propio mundo hasta los secretos más íntimos y terribles de algunos personajes.
Como decía, en The Banner Saga 3 probablemente topemos con un final triste y doloroso. Ha sido el tono de toda la trilogía, donde podían morir algunos de nuestros acompañantes de la manera más tonta, y nadie está realmente a salvo. No hablamos de una melancolía pastosa y artificiosa ni de tampoco un heroísmo trágico, sino de una simple pena que se agarra al corazón, del resultado de las malas decisiones y la terquedad de la realidad. Se hace difícil comentar más sin ponerse a revelar nada, así que sólo queda decir que la saga cumple, que en verdad podría ocupar el estandarte de todo un pueblo y ser cantada por los escaldos nórdicos. Es, al final, motor y sangre del juego, lo que hará que volvamos varias veces a comprobar posibilidades y a percibir detalles que se nos pasaron.
De resto, The Banner Saga 3 sigue siendo igual que sus antecesores, para bien y para mal. A pesar de la devastación que nos va a presentar sigue siendo un juego precioso, con una dirección artística de escándalo y un Austin Wintory pletórico sacándonos las lágrimas con sus últimas composiciones para nuestra quebrantada caravana. El mismo gusto por las cosas bien hechas que ya teníamos.
Y, al revés, su combate sigue siendo igual de aburrido e inoportuno. Ya no existen las escenas de “guerra” donde podemos enfrentar a los guerreros, en el fondo números en nuestra caravana, desde la seguridad. Hay enemigos nuevos, aliados nuevos y la posibilidad (por suerte, omitible) de acabado un combate permitir que venga otra oleada de adversarios para llevarnos un premio. Es aburrido porque aquí tenemos la posibilidad de comprar epítetos para nuestros héroes gastando renombre, que los hará aún más bestias, y ya a determinado nivel se convertirá en un paseo que va frenando a nuestros héroes y alargando nuestra necesidad de llegar.
Pero ni siquiera esos enfrentamientos van a frenarnos y llegados a un punto tendremos la suerte de que se espacien cada vez más. Porque falta lo importante, porque hay un sitio al que llegar y una conclusión que abrazar.
Decía en mi crítica del primero (del segundo no escribí y es una pena, porque seguramente sea el mejor de los tres en global) que el valor último de la obra estaría determinado por el valor de la trilogía. No me quería enamorar sin una razón. Ahora puedo afirmar sin rubor que los anteriores crecen con The Banner Saga 3, y que la saga se alza como algo a tener muy en cuenta. Sus fallos jugables y lo mal que nos lo hace pasar con algunas decisiones con resultados imprevisibles se convierten en una minucia al lado de su narración. Su historia tiene amor, pérdida, quebranto, arrepentimiento, heroísmo inesperado, egoísmo, aflicción, irresponsabilidad y una plétora de personajes tan vivos como cuestionables. Su humanidad está en las guerras estúpidas, en el acopio sin sentido, en la ceguera de los gobernantes y la miseria de los dioses.
Llegados a este punto, sigo sin creer que el crunch, el agobio y las noches en vela del equipo tengan justificación, que la ansiedad haya servido para algo. Si The Banner Saga 3 alcanza un lugar merecidísimo en el Olimpo del videojuego no será gracias a él, sino a pesar del durísimo camino por el que ha discurrido. Toca celebrarlo como una enorme victoria pírrica, y esperar que poco a poco nadie más se lance al vacío.