La historia de Sordland, al igual que la del resto de países de Merkopa, es convulsa. Al fin y al cabo estamos en el siglo de las revoluciones. Se moderniza definitivamente como Estado convertida en una monarquía, pero una revolución “suave” permite la llegada de la República en 1924. No durará, y el primer presidente de su historia es depuesto en 1927 por un golpe de Estado militar al que sigue una guerra civil en 1928 en la que se enfrentan comunistas y ultranacionalistas. Otro contendiente, el Coronel Tarquin Soll, es capaz de ganar la guerra y deponer a los militares en 1939, creando una nueva Constitución, eligiendo a los jueces que se incorporarán al Tribunal Constitucional y creando un partido político a su imagen con el que ganará las siguientes cuatro elecciones.
Nosotros, como jugadores, vamos adentrándonos en la convulsa historia de Sordland en un prólogo que ejerce de editor de personaje, pues tendremos que configurar algunas de las características de Anton Rayne, nuestro avatar en Suzerain. Tras la última victoria de Soll llegarían cada vez más protestas y exigencias de democratización y el coronel perdería las primarias de su propio partido contra un candidato al que no dejarán gobernar apenas… porque nosotros nos alzaremos para parar sus reformas que han profundizado en la recesión económica. Desde ese momento, elecciones mediante, seremos el cuarto presidente de la historia de la República de Sordland.
Suzerain es un videojuego sobre política, y además es un videojuego extremadamente político, algo de lo que hablaba en mi crítica de Democracy 4. Elige como escenario una Guerra Fría en la que obviamente hay un sosias de los Estados Unidos y otro de la Unión Soviética, y calca más o menos el ambiente que podría haber en el centro de Europa a finales de los años cincuenta. Y a la vez, en vez de funcionar como el clásico tycoon político, lo que aquí encontramos es una (muy detallada) novela visual en la que constantemente tendremos que tomar decisiones a base de conversar con nuestros asesores y ministros, pero también con nuestra familia. Porque parte del conflicto va a surgir en ella y tendrá que ver con lo que hagamos en nuestra primera legislatura como presidente.
Digamos que ya desde el comienzo, en el que tendremos que hacer varias promesas (y lo suyo será cumplirlas) nos marcaremos los retos de la partida. Básicamente: salvar la economía, profundizar las reformas democráticas, aliarnos o no con alguna de las potencias mundiales… y mantener unida nuestra familia. La parte económica es muy interesante, pues tendremos varias opciones de distribuir los Presupuestos y la opción de planificar la economía o empezar a privatizar, pero a mí la que más me ha gustado ha sido toda la relacionada con la negociación política y las reformas. Porque en Sordland está todo atado y bien atado. Cualquier reforma ha de pasar por el Tribunal Constitucional, que tiene derecho a veto y mantiene a los jueces que colocó el ahora venerable coronel. Y, además, no tenemos mayoría absoluta ni en la Asamblea… ni en nuestro propio partido, con un ala conservadora y una reformista. A eso hay que sumar una educación atrasada y centrada en promover los valores patrióticos y la figura de Soll como salvador de la patria. Figura que aún mantiene un estatus de diputado honorífico y es inmune judicialmente.
Si han leído hasta aquí y no se han acordado de la ejemplar Transición Española es que he hecho algo mal. Una democracia títere de casi partido únido, unos jueces que no se renuevan, la figura de un caudillo victorioso que se sigue venerando… y un país que no aguanta más y tiene que modernizarse o hundirse en el limo de la Historia. El partido de nuestro protagonista, Partido de Sordland Unida, no es más que una gran agencia de colocación en la que se suman las élites para seguir medrando, que no tiene más ideología que el poder y en el que están unos matándose con otros para hacerse con el poder. ¡Hasta hay una Vieja Guardia que tutela entre bambalinas! ¿Cómo no pensar en nuestra UCD y ver en Anton Rayne, un joven ambicioso crecido al calor del régimen, la figura de Adolfo Suárez?
Suzerain nos da muchas posibilidades, por poder podremos hasta declarar el Estado de Alarma apoyándonos en los jueces conservadores para no cambiar nada y gobernar como déspotas, pero creo que la partida más interesante es aquella en la que tratemos de cambiar realmente el país. Sacar adelante una nueva Constitución que no sea una mofa con dos cambios estéticos es una tarea realmente titánica y nos pueden apuñalar desde miembros de nuestro propio partido hasta una facción reformista que recuerda poderosamente al PSOE de Felipe González (quieren alinearse con el equivalente de la OTAN, han recibido financiación externa para “modernizar el país”, piden más democracia pero quieren privatizarlo todo…). Tocar mínimamente la economía también nos enfrentará a numerosos lobbies y conglomerados empresariales que controlan prácticamente todas las empresas (ahora privatizadas) más pujantes del país, pero también la prensa. Y, de paso, contentar a las minorías del país, con algunas reclamando mayor autonomía o incluso la independencia. Imagino que alguien de otra nacionalidad seguramente vea las costuras de su sistema político, pero es que yo no podía dejar de pensar en nuestra Españita.
Me ha gustado mucho Suzerain, y eso que a lo largo de dos partidas no he conseguido llegar a donde quería. La primera acabó con un golpe de Estado militar por pasarme de socialista y en la segunda perdí las elecciones aunque conseguí cambiar la Constitución y privar de su poder excesivo al Coronel y sus jueces. Pero si me ha gustado es porque sabe retratar como nadie esa cosa malsana que es la realpolitik, lo que pasa de verdad cuando uno trata de gobernar. He sido traicionado por miembros de mis propio partido, humillado por permitir que mi esposa se implicara en el movimiento que pedía derechos para las mujeres, ninguneado por los grandes empresarios… Piedrecitas a cada camino, sólo superadas por alianzas frágiles con miembros de otros partidos y una política de desescalada de la violencia y manifestaciones en las calles que al menos a mí me funcionó.
De hecho, intuyo que me queda muchísimo más. Ha habido un esfuerzo asombroso y titánico para crear su historia y la de su mundo, tanta que a veces su códice es abrumador aunque sea delicioso bucear por él. Pero es que siempre hay algo más por atisbar. En la segunda partida llegué a ver entre bambalinas y descubrir quiénes eran los que realmente manejaban el cotarro en la nación que supuestamente gobernaba gracias a una unidad policial anticorrupción que pude crear antes de quedarme sin un duro. Incluso me impliqué un poco más en política exterior, aunque me quedé con las ganas de ver qué más opciones tenía. Suzerain es inmenso y profundísimo, más que cualquier otro simulador que haya probado hasta la fecha. Le viene genial el ambiente de la Guerra Fría, pero realmente nos habla de cosas que estamos viviendo ahora mismo. La lucha por los derechos de las minorías, el auge de los nazis ultranacionalismos, el excesivo poder de unas élites que no quieren soltar ni un céntimo… Y no es nada naif en cómo muestra cada cosa. Es consecuente y nos va a joder vivos si nos pasamos de ambiciosos, pero tampoco nos deja ser unos tibios si pretendemos hacer de Sordland una nación moderna y no una satrapía de partido único.
Al añadir el tema familiar y personal del presidente acierta también, porque podemos ver el desgaste del poder, pero también (si queremos) lo seductora que es la cima y cómo la corrupción puede llegar fácilmente. Ser íntegro es difícil. Podemos encarnar a un machista borracho o a un hombre algo más sensible al paso del tiempo e implicado en la democratización de su país. Pero hagamos lo que hagamos, va a haber consecuencias. Muchas no nos van a gustar. El verdadero poder no está en la figura del presidente, y Suzerain hace muy bien en recordárnoslo.