Al igual que sucede con todo ese cine autoconsciente que lleva recorriendo las pantallas desde Scream, Oxenfree II: Lost Signals parece preguntarse constantemente qué es exactamente una secuela. Podríamos pensar que continuar una trama es siempre un triunfo, pues constata, al menos en la mayoría de las ocasiones, que el producto original fue lo suficientemente bien como para requerir una continuación. Sin embargo, una continuación nos limita, nos obliga a tener siempre presente el producto original y crecer a partir de él. Una secuela puede ser dolorosa, pues deja atrás cualquier tipo de ensoñación con respecto al original y nos muestra el paso del tiempo. Quizás los personajes no hayan envejecido o quizás el universo donde se desarrolla siga exactamente igual, pero nada es igual cuando nosotros ya no somos los mismos.
Oxenfree II: Lost Signals comienza con Riley volviendo a Camena, la isla donde creció y donde ahora ha aceptado un trabajo no demasiado bien pagado debido a ciertas circunstancias personales de las que nos iremos enterando durante el desarrollo de la aventura. Al contrario que ocurría en Oxenfree, Riley no es una adolescente, sino que se trata de alguien metida en la treintena con un bagaje experiencial mayor que condiciona, lógicamente, su visión de lo que significa ser adulto. Nuestra protagonista se siente un fantasma en Camena. Creció en esta isla y todo parece igual, pero siente que ella no pertenece a ese lugar. El paso del tiempo, a pesar de que el lugar permanezca congelado en el mismo, actúa como un reflejo del propio paso del tiempo de Riley, la cual no encuentra su lugar en el mundo y siente que regresar al único lugar que pudo llamar “hogar” es su última oportunidad. Para acompañar esta crisis existencial de Riley tenemos a su compañero Jacob, quien actúa en cierto modo de contrapunto al principio gracias a su presentación de personaje más bien simple y bobalicón. Afortunadamente no se queda en el estereotipo, ya que poco a poco se va desengranando un personaje mucho más profundo de lo que parece en un principio y que tiene unos problemas similares a los de Riley desde un lugar completamente opuesto.
Presentados los personajes, Lost Signals comienza desde muy pronto a interpelar al jugador como ese componente de secuela/paso del tiempo con la isla del título original siempre el horizonte. Conocemos la isla, recordamos lo que sucedió y nos observa entre la bruma. A partir de ahí toca explorar de manera no lineal los rincones de Camena en busca de las respuestas a los hechos extraños que están sucediendo durante la noche en la que se desarrolla la aventura. Se trata de una exploración discreta y sencilla, con pequeños tramos de escalada y algún salto, pero nada que nos desvíe de lo que realmente interesa a Night School Studio, que es desarrollar la trama a través de sus personajes.
Tal y como sucedía en la primera entrega, Oxenfree II: Lost Signals parte de unos personajes que tienen su propia manera de ser, pero que podemos ir moldeando dentro de unos límites. Riley es ocurrente, descreída e irónica, al menos en su primer contacto con la gente, pero según las conversaciones se van entretejiendo, podemos encontrar muchos matices en esa coraza autoimpuesta dependiendo de las decisiones adoptando. Estas decisiones de diálogo, eliminando algunos momentos muy concreto de “sí o no”, huyen de maniqueísmos y conforman una personalidad a base de pasitos muy pequeños en los que no habrá grandes momentos, sino pequeñas y constantes acciones que afianzarán (o no) la relación entre dos perfectos desconocidos unidos por una noche que parece no tener fin.
Este afán de Night School Studio en cuidar a sus personajes, deja en cierto modo algo de lado todo lo referente a mecánicas y puzles, las cuales parecen querer también funcionar como una suerte de refuerzo a todos esas conversaciones. Volvemos a tener una radio que sirve para poco más que abrir puertas y portales, aunque también podemos investigar dentro del dial y encontrar extraños programas o voces dentro de la estática que no anuncian nada bueno. La novedad a nivel de objetos tiene la forma de un walkie talkie que se adueña de la función, permitiéndonos tener contacto con diferentes personas según avanza la aventura. Dichos contactos son en su mayoría completamente opcionales y no se necesitan para completar la aventura, pero añaden mitología a todo lo que está sucediendo utilizando una suerte de formato Weird Tales que funciona como un cañón en algunos de los casos, como todo lo que tiene que ver con ese extraño marinero que se siente solo y reflexiona sobre que el horror y lo extraño también puede ser una bendición a su edad, una edad en la que los destellos de ver cosas nuevas se han ido poco a poco apagando. Puro Lovecraft.
Según vamos recorriendo Camena, comprobamos cómo trata de una isla en decadencia que parece negarse a morir. Nuevamente ahí está analogía entre el lugar y la trama de espectros que se mueven a través de las ondas de radio cuyo deseo es no desaparecer. Quizás lo más interesante en este aspecto tenga que ver con las paradojas temporales en las que nos vemos inmersos y que por momentos insinúan que podemos ser nosotros los causantes de esa decadencia. Por ejemplo, en una ocasión abriremos un portal que nos trasladará cien años en el pasado, poco antes de una mina se hundiese y acabara con varios habitantes del pueblo, cerrando la mina para siempre y cortando uno de los medios de supervivencia de los habitantes de Camena. Nuestras acciones y las repercusiones en los que vendrán después, aunque los que vengan después nacieran un siglo antes que nosotros.
Uno de los elementos más interesantes de Oxenfree era el estar controlando adolescentes. Aquí se ha perdido la frescura que otorgaban las interrupciones constantes, las afirmaciones categóricas que sólo se dan a esa edad a menos que seas un cretino y toda aquella rebeldía más o menos contenida que era desatada en una u otra dirección. Riley y Jacob son más sosegados, sus conversaciones tienen muchas más dudas que verdades, pero donde realmente funcionan es cuando se ven contrapuestos con respecto a los varios personajes jóvenes que encontraremos durante nuestro periplo nocturno. Los jóvenes ven a nuestros protagonistas como nuestros protagonistas ven a la propia isla. Mientras que Riley y Jacob ven a los jóvenes con la mirada de quien ya ha cometido esos errores y la negación de quien no entiende nuevos errores. Un cruce de miradas entre generaciones que se convierte en un juego infinito de espejos entre los diferentes personajes, la saga y el propio jugador.
No sé cómo se sentirá Oxenfree II: Lost Signals para quienes no jugaron al primero. Al igual que sus personajes, no puedo desentenderme de esa experiencia y no puedo hacer como si no la hubiese vivido. Quizás haya a quien le resulte lento, quien se pierda en algunas de las tramas o quien espere sobresaltos cuando aquí lo que prima es una ciencia ficción humanista. También habrá, imagino, quienes se queden fascinados ante su apartado artístico, la magnífica labor de interpretación o los ecos terror setentero cuando las voces “del otro lado” se comunican con nosotros a través de nuestra radio. Lost Signals quiere que recuerde la experiencia del original, quiere que sea plenamente consciente de que este título no es nuevo para mí, de que existe un pasado que me ha llevado a este presente y que si no estoy atento acabará condicionando mi futuro. Quizás Riley y Jacob no tengan nada claro qué va a ser de sus vidas, pero el pasado les dice que cada vez que crucen ese puente deben escupir para no tener mala suerte. De eso va hacerse adulto, supongo.