¿Qué pensaría de mí alguien que se encontrase mi teléfono en medio de la calle?
No tengo ni idea, y lo cierto es que tampoco era algo que me hubiera planteado nunca. Y no por falta de oportunidad. Creo que a lo largo de mi vida he perdido dos móviles y me han robado un bolso con otro teléfono, la cartera, apuntes de la carrera y una cámara digital llena de fotos. Es probable que todos esos retazos de vida a medio hilar, sin un contexto que les diera continuidad, ni siquiera hayan provocado interés en quien los hallara. Habrá acabado todo en una tienda de segunda mano, o vaya usted a saber, eran tiempos en los que los móviles no estaban conectados a Internet.
Sin embargo, tras probar A Normal Lost Phone sí que me lo planteo. No por miedo a mi privacidad, sino porque creo que a medida que recorremos el camino que nos da entendemos que hay un mundo en cada persona, no sólo el nuestro propio. Ya no es un teléfono, sino la vida de alguien.
En el juego del colectivo francoespañol Accidental Queens no podría partir de una premisa más sencilla: acabamos de encontrar un smartphone perdido, y, qué cosas, está desbloqueado. La única mecánica que vamos a hallar aquí será la propia interacción con el teléfono, cuyo sistema operativo simula el de cualquier otro móvil, y una pequeña interacción inicial que nos pone en marcha: varios mensajes del padre de la persona que lo ha perdido.
A partir de aquí tenemos libertad absoluta para decidir lo que hacer con él. Podemos salirnos del mismo juego y evitar lo que nos propone, borrando todos los datos del terminal. Quizá sea un sepelio digital para proteger la identidad de la persona que lo ha perdido, o una forma de no querer tener que ver con la historia que podemos descubrir, pero hasta ahí llega nuestra libertad de acción.
Evidentemente, esto es un videojuego y hemos venido a experimentarlo. Y, para qué engañarnos, el cebo de los primeros mensajes ya pone a funcionar los resortes de nuestra curiosidad.
Rápidamente exploraremos los mensajes del terminal e iremos haciéndonos una visión general de lo que le ha podido pasar a su poseedor. En este acercamiento a las escenas de vida digitales se parece mucho a Gone Home o Her Story: la trama de A Normal Lost Phone no funcionaría ni la mitad de bien en otro entorno que no fuera el del videojuego. Sus puzles, por llamarlos de alguna manera, son orgánicos y no forzados: no podemos acceder con él a Internet porque no tenemos la contraseña del WiFi, necesitamos saber datos biográficos de la propia persona para explorar algunas otras aplicaciones…
Sólo hay un momento en el que nos deja caer una pista de algo que ya de por sí era bastante evidente, pero el resto del tiempo respeta al jugador y no insulta a su inteligencia con mecánicas que no vienen a cuento. Sólo la interacción con el terminal y sus aplicaciones, nuestra propia curiosidad y lo despierto que sea nuestro intelecto. Como el incentivo aquí no es más que desentrañar la propia historia detrás del teléfono, han acertado haciendo que no sea tampoco un reto inmenso, porque la frustración bien podría hacer que el jugador perdiera el interés. Un diseño muy equilibrado, natural y elegante.
Sin embargo, lo más valioso de A Normal Lost Phone no está en su propia mecánica (que es fantástica), sino en lo rápidamente que muta de simulador de voyeur hacia un videojuego de tipo experiencial, empático, muy en la línea de títulos como Depression Quest.
La historia que va hilando (o más bien, que nosotros tejemos con los retazos que encontremos) es sencilla, pero le sonará a muchas personas de varios colectivos que no suelen estar representados en los videojuegos. No es para nada estridente, y puede apreciarse mucha naturalidad tanto en los diálogos como en los mensajes, algo que es realmente difícil de conseguir.
Puede que no lleguemos hasta el final de lo que ha pasado, que nos queden dudas o falten piezas, pero está claro que al “terminar” la partida nos habremos sentido por un momento en el lugar de otra persona. Que pensemos en una situación en la que para nada se nos habría ocurrido pensar (salvo, claro, que sea similar a la nuestra).
Lo que consigue A Normal Lost Phone es doble: por un lado que entendamos que cada cacharro perdido, cada móvil abandonado, pertenece a una persona que vive y respira, que siente y padece igual que nosotros. Parece una tontería, pero es desolador lo rápido que tendemos a olvidar el hecho vital de los demás. Y por otro lado, nos traslada una experiencia que quizá no conozcamos, sin dramatismos pero con la crudeza esperable.
Desde luego, si el objetivo de un videojuego es muchas veces sacarnos de nuestro mundo y llevarnos a otro, aquí lo consigue. Un mundo no tan lejano, pero tristemente invisible. Espero que me hagan caso cuando les digo que merece la pena vivirlo. El único riesgo que correremos será entender un poquito mejor a los demás.