Creo que ha llegado el momento. Hace tiempo que nos conocemos y creo que es hora de que les cuente la verdad. De que les revele un secreto que llevo guardado. Sólo espero que sigan queriéndome como antes después de esto. Bueno, allá va: Soy de letras. Sé que están decepcionados conmigo, pero qué se le va a hacer, en este mundo tiene que haber de todo. Incluidos los que nos dedicamos a criticar analizar lo que hacen los demás.
Vale, y ahora se preguntarán ¿que tiene que ver este arrebato de sinceridad con un análisis de Kerbal: Space Program? Bueno, como buen profesional de las letras me voy a andar un poco por las ramas para contárselo, así que tomen asiento y disfruten.
Toda mi vida he sido un tipo del montón. Yo no era un estudiante modelo, y tampoco creo que me pudiese considerar bueno en nada. Las matemáticas eran mi némesis, la biología me daba arcadas y la química resultó ser la asignatura más aburrida de la historia (ojo, que hablo de la química antes de Breaking Bad, ahora sí que tiene su aquel). Pero no se crean que tenía otras habilidades ajenas a las ciencias. En mis 26 años de vida no he encontrado deporte en el que pueda defenderme dignamente, nunca poseí talento para tocar ningún instrumento, y mis dibujos recibían malas críticas incluso cuando era un niño. No es que sea un desastre, es que era el prototipo perfecto de estudiante promedio. Aprobaba pero sin destacar en nada. Tampoco es que nunca me llegase a importar demasiado.
¿Quien te crees que eres? A nadie le importa tu vida, yo he venido aquí para ver si me pillo un juego
A lo que voy con todo esto es a que creo profundamente en lo siguiente: el talento no nace, se hace. Prueba de ello, un pequeño ejemplo de mi propia cosecha. En mis primeros años de adolescencia, mi forma de escribir provocaba risa hasta a mis profesores de lengua y me dieron por un caso perdido. Pero hoy en día me dedico a escribir, e incluso ya he tenido reconocimientos (aunque sean muy pequeños) en mi corta vida de literato. ¿Como conseguí llegar al punto en el que hoy me encuentro? Muy sencillo, un día un profesor de lengua dejó de reírse de lo que escribía y me empujó a mejorar cada día. No porque viese en mí un gran talento, sino porque vio en mí muchas ganas de inventar nuevos mundos, pero una total falta de herramientas para hacerlo. Gracias a Javier, mi vida marcó un rumbo inesperado, y en pocos años pasé de ser el hazmerreír a tener una gran vocación y talento.
Y es que el talento no existe. O por lo menos no en la forma en la que solemos entenderlo: como alguien que nace inexplicablemente con estrella. Existe una predisposición a aprender, y un elemento sin el que ninguno jamás triunfaría en nada que se proponga: pasión por lo que uno hace (y la dedicación y esfuerzo que se deriva de esa pasión). Y da igual que sea algo útil como escribir, hacer cálculo, practicar un deporte o tocar un instrumento, como cosas que parecen menos importantes como hobbies. Todo lo que amamos nos define, pero muchas veces necesitamos un primer empujón para descubrir que ese amor es correspondido (o puede llegar a serlo).
En mi caso crecí sin buenos profesores de ciencias. Sin embargo, sí que era muy friki de la física. Mi hermano mayor (que por aquel entonces estudiaba una ingeniería) me llegó a explicar conceptos de física mucho más avanzados a los que estudiaba mientras yo le miraba embobado. Mientras mis amigos admiraban a Ronaldo (el gordo no el macarra) o a Britney Spears, yo flipaba con las teorías de un tipo llamado Stephen Hawking sobre unas misteriosas fuerzas de la naturaleza llamadas agujeros negros. Pero como siempre en mi vida me topé con una profesora que terminó haciendo que odiase todas y cada una de las leyes de la física.
Un odio que he mantenido hasta hace bien poco, en el que me he descubierto visitando blogs de astrofísica, siguiendo con muchísima atención cada actualización de la NASA o la ESA en las redes sociales, y leyendo libros sobre principios físicos. ¿Se trata de alguna crisis de los 20? No lo sé, no soy psicólogo. Pregúntenle a Javier Alemán. Pero entre tanto, de lo que estoy totalmente convencido es que ese resurgir de mi pasión por las ciencias ha tenido un claro culpable: Kerbal Space Program.
¿Vas a empezar a hablar ya del maldito juego?
A simple vista no puede parecer un juego muy apetecible. No tuve ningún hype por este título. Es más, cuando Steam me lo recomendó por primera vez (cuando se encontraba en Early Access) me pareció increíble que alguien estuviese dispuesto a pagar 30 euros por un juego con tan mala pinta. Algo así como los minions de “Gru mi villano favorito” viajando al espacio. ¿A quien le podía gustar semejante tontería?
Pero Steam, como un buen profesor (con su algoritmo de inexplicables recomendaciones, ya que no poseo ningún juego similar a este título) estuvo insistiendo cada vez que entraba en la tienda. Y un día, vi un trailer de gameplay y he de reconocer que más allá de las payasadas de los personajes, el juego me sedujo al ver cómo podía diseñar mi propia nave y lanzarla a la conquista del espacio.
Y es que a pesar de unos gráficos muy anticuados, un arte prácticamente inexistente y unos personajes con un toque tirando a feísta, Kerbal supone la demostración de que la ciencia no tiene por qué ser aburrida. De hecho, todo lo anterior ni siquiera incide en ningún aspecto de este juego. Porque a diferencia de la tendencia actual basada en crear mundos impresionantes, o emocionar con historias o momentos de la trama, o incluso con el auge de la comedia interactiva, Kerbal ha conseguido crear su propio hueco: devolvernos la pasión por la exploración espacial.
Si uno ha seguido la carrera espacial en los últimos años, se habrá dado cuenta de que los logros de las agencias espaciales están cada vez más relegados a un segundo plano. La gente ya no se emociona con las hazañas espaciales, y no por falta de ellas, ya que ahora mismo están tres de las misiones más emocionantes en décadas: Rosetta, New Horizons y Curiosity.
Pero ahora sólo nos preocupa lo que pasa en la tierra. De hecho, sólo parece preocuparnos lo que atañe a la economía. Números que no pueden tener parangón con el gozo de comenzar la ignición de tu cohete y ver cómo despega en un estruendo con dirección a las estrellas.
Pero ante todo, ¿que tipo de juego es Kerbal: Space Program? Pues es un simulador de gestión espacial, combinado con un juego de construcción y un simulador de vuelo espacial. Bueno, o lo podemos denominar simplemente como simulador científico.
Y lo hace muy bien. El juego no es sencillo, y apenas tiene tutoriales más allá de la navegación por el escenario y para qué sirve cada instalación. Cuando tienes que construir y lanzar una nave estás solo. Te dan datos sobre cada pieza, pero más allá de eso tú te buscas la vida. En definitiva, este juego cuenta con una única mecánica (más allá de todas las opciones que tienes para sentir que estás dentro de una auténtica agencia espacial). Y esta mecánica es el método científico. Todo el juego está diseñado en torno a la idea de la prueba y error.
Montar un cohete. Lanzarlo. Verlo virar violentamente en el aire. Se estrella. Corregir el diseño. Volver a lanzarlo. Se vuelve a estrellar. Repetir el proceso. Algo que puede parecer tedioso, pero que lo único que hace es que cuando escuchas por primera vez la sintonía que te anuncia que has llegado al espacio exterior, puedes proferir un grito de júbilo o una lágrima de emoción, porque en descubrir la fórmula que te llevará a completar tus objetivos está el juego.
Kerbal no quiere que te diviertas dándote premios y diciéndote lo listo que eres. Kerbal te abandona a tu suerte y espera a que falles muchas veces antes de conseguir traer de vuelta a tus astronautas sanos y salvos. Además, siempre que falles puedes volver atrás, por lo que se elimina la frustración de la ecuación de una manera magistral.
Y no existen dos fórmulas iguales. Hay diferentes tipos de piezas, cada una con un objetivo y unas características. Por ejemplo, hay como 10 tipos diferentes de cabinas. Se pueden lanzar sondas, crear satélites, intentar alcanzar una de las tres lunas (o las tres) que componen el planeta Kerbin.
Además el juego cuenta con varios modos, siendo el principal la campaña por la gestión de una agencia espacial (que yo denomino el modo difícil) ya que no sólo tratas de llegar al espacio, sino que tienes que manejar los recursos limitados de los que dispones para hacerlo. Un modo libre en el que simplemente tratar de llegar al espacio. Y un modo misiones, en el que se ha diseñado una misión que empieza in media res, y tienes que encontrar la solución que resuelva el problema.
En definitiva, Kerbal no es un juego perfecto. Pero para ser honestos, es el primer juego puramente científico que pruebo, y que encima es tremendamente divertido. No puedo hacer más que recomendarles este título, no porque a mí me haya enamorado, ni porque sea una experiencia diferente. Sino porque este puede ser el comienzo de juegos educativos en los que se empuje al gran público a adquirir nuevas perspectivas y conocimientos mediante una empatía real. Ya que hasta esos personajillos feos terminan siendo una preocupación más al no querer que se mueran por tus errores de diseño.
Kerbal: Space Program es un profesor de ciencias guay. Es un Chris Hardfield interactivo que te ofrece su mano para llevarte a vivir todo lo que cuesta, en talento humano, para poner a un hombre en el espacio. Es una experiencia que va más allá de los scripts, las tramas o el arte visual. Consiste en pisar la luna después de cientos de intentos y poder contemplar Kerbin con el orgullo de un trabajo bien hecho.