Dice le protagoniste (they/them, en los textos) de In Other Waters, al poco de llegar a su planeta extraño y ante la visión increíble de un mar vibrando de criaturas desconocidas, que se siente intimidada. «Toda la vida de un planeta para estudiar y solo nosotres para estudiarla». Os acabáis de conocer, pero ya te habla con familiaridad, como si la emoción de haber llegado por fin al otro lado de una búsqueda que parecía por siempre infructuosa acelerase los tiempos; como si la adrenalina del por fin disolviese la necesidad de rituales. Elle es Ellery Vas une xenobiólogue que viene de muy lejos, de una Tierra gris y moribunda en la que queda de los mares está encerrado en vitrinas para turistas. Tú eres una inteligencia artificial instalada en el traje de buceo que acaba de ponerse para empezar su deriva por Gliese 677Cc, la que la guiará por sus gargantas submarinas, sus arrecifes de hongos y sus profundidades abisales. Juntes, tenéis el reto inmenso de recorrer cada rincón del planeta y mirarlo todo: de ser observadores de su vida, de sus lógicas y de sus particularidades. Y aunque por el camino haya sorpresas y según nos acercamos a la obra vayamos descubriendo los estratos que esconde, no hay más premisa que esa: venir, ver y conocer.
En In Other Waters eres una presencia intermedia, un punto de paso entre la complejidad de su mundo y el rigor científico con que Ellery cataloga todo lo que encuentra mientras camina. Eres dos veces interfaz: tanto el conjunto de sistemas y funcionalidades del traje que construyen a su vez el espacio performativo del juego, como la herramienta de reconocimiento y organización cognitiva de su protagonista; lo que está entre el espacio y su experiencia. En pantalla esto se traduce en una serie de botones con los que puedes escanear el entorno, decidir vectores de movimiento o realizar otras acciones que van emergiendo según las vas necesitando, todas ellas atadas por una satisfacción manipulativa que consigue devolver una sensación considerable de complejidad a partir del refinamiento y la sencillez bien dirigida. Ni sobra ni falta nada en una pantalla que deja que su océano alienígena se vierta poco a poco desde el otro lado y te vaya sumergiendo hasta quedar atrapado una red de recovecos, de criaturas y descripciones que, de alguna manera, se sienten como si quisieran ser descubiertas. Diría que esa es la gran virtud de este primer juego de Gareth Damian Martin: su capacidad de imaginar la vida en un planeta lejano solo está superada por las ganas evidentes de compartirla.
Algo que, a su vez, se filtra a la manera en que va dando puntadas a una historia que va creciendo a medida que descubres los secretos del planeta. La forma que tiene Ellery de maravillarse ante cada encuentro es en sí misma contagiosa, pero parte de su entusiasmo proviene de querer enseñar sus pesquisas y teorías a una tercera persona que no tarda en hacerse evidente que le es muy querida. Este deseo es el germen en torno al que In Other Waters va sedimentando esa narración que al inicio es un esbozo transversal a la acción predominante de estudiar la vida, y que poco a poco va adquiriendo protagonismo sin llegar nunca a sustituir todo lo demás. El juego va expandiéndose con calma, pero continuadamente, y lo hace además guiado por esa curiosidad inscrita en su ADN que estructura su narración en una cadena de preguntas. Cada nueva criatura que encuentras es una excusa para ir acercándote a sus particularidades, cada muesca en el territorio una duda acerca de cuál pudo ser su origen, cada bifurcación en el camino un runrun por qué será lo que habrá en la opción no escogida. Un hormigueo que alimenta y es alimentado constantemente, porque puedes volver cuando quieras a averiguarlo. El de In Other Waters es un mundo abierto incrustado en un ciclo curioso: ir a ver es lo que impulsa el movimiento, sin más premio que lo visto. Y sin más necesidad.
Porque lo que liga todos los sistemas entre sí es esa caldera que arde con las paladas de sugerencias e incógnitas que nunca dejan de llegar. Cada vez que escaneas el entorno y aparecen en pantalla los posibles puntos hacia los que moverte, lo que precede al movimiento es una breve descripción: primero observas, luego caminas; antes van los ojos que los pies. Todo se va registrando en un códice que clasifica lo nova: animales, plantas, hongos… La vida que primero se expresa con en esos puntos amarillos que se agrupan, se dispersan y se mecen, va haciéndose cada vez más concreta a medida que la vamos conociendo: primero es una simple observación, luego un estudio del comportamiento y al final una teoría sobre lo que define cada especie. Un proceso que repetimos una y otra vez y que para Ellery está acompañado del enorme privilegio de ser la que bautice provisionalmente cada habitante del ecosistema, y que para ti está rematado en los dibujos que se desbloquean cuando completas una cadena de investigación. In Other Waters crea desde el principio un marco perfecto para que unos pocos elementos hagan hervir la intuición a fuego lento y vaya espesándose en evocaciones sobre cómo será tal o cual criatura, para luego darte la oportunidad de aterrizar una a una todas las imaginaciones que flotan en los mares del juego.
Y así vas habituándote progresivamente a su lenguaje, a ser una más entre sus esporas, a sus breves textos velados por una poética académica que es al mismo tiempo fría en sus observaciones y acogedora en sus reacciones, y la representación topográfica e icónica de un terreno en constante interrogatorio. La gramática y la composición de sus trazos se va aprendiendo poco a poco, hasta que los ojos se acostumbran y son capaces de crear sus propias definiciones: dónde hay un desfiladero, dónde una cueva, dónde un reducto sin salida en el que seguro que anida alguno de los animales más escurridizos. Qué trazas indican la presencia de algo extraño o artificial: qué es lo que no encaja en un mundo que está todo el rato desencajándote, qué significa hallar líneas ortogonales en medio de tanta curva, qué tonos de oscuridad alberga el abismo más allá de la luz turquesa. Y cuál es la historia entre Ellery y Minae, desandando el pasado de la misma manera que andamos los enigmas de este planeta: a base de preguntas, de rincón en rincón, hasta conseguir alguna respuesta. El estudio y la memoria transcurren por vías paralelas en In Other Waters, si acaso en direcciones opuestas.
Incluso en los muy pocos momentos en que In Other Waters se pone muy videojuego, cuando te ves forzado a usar alguna de las muestras recogidas para abrir o cerrar un camino o para alimentar la energía o el oxígeno del traje (siempre con cuidado, porque hace falta llevar cualquier muestra al laboratorio de la nave para mirarla de cerca y que pueda contribuir al proceso de las investigaciones), el autor demuestra mucha sensibilidad hacia el mundo que ha creado. Lo hace a través de la preocupación manifestada de Ellery, que cuando sus necesidades afectan a alguna criatura expresa que ojalá el efecto sea solo algo temporal, y no un estado terminal. Viniendo como viene de un yermo paradigmático de cómo la relación entre los seres humanos y el entorno puede acabar en un desastre irreversible, lo último que quiere es perpetuar ese abuso autodestructivo. Su intención es aprender y coexistir, no someter y colonizar. Una voluntad que enriquece todo In Other Waters, pero que además lo coloca a contrapelo de este medio que tan habitualmente disfraza de refugio sus inclinaciones al capricho y a la fantasía de poder y dominación del entorno.
En esto mismo es en donde recae la importancia contextual de un In Other Waters que hace retórica de mirar y comprender el mundo intentando afectarlo lo menos posible; que sea, de hecho, al revés: que sea lo Otro lo que nos afecte. Entre tanto ritmo acelerado y tanta inclinación al turismo mundoficcional, In Other Waters es un oasis de ritmos lentos, de paseo, de ese tipo de encuentro y convivencia que las buenas obras permiten: no abriendo huecos a la fuerza, sino mostrando los que ya tiene para que nos encajemos. Todo ello envuelto, aquí, en el toque casi iluso de contraponer la buena voluntad de una sola persona a lo que su Historia diría de su pulsión como parte de un colectivo, en su discurso sobre cómo la única supervivencia real en estos tiempos de desastre ecológico demostrable y demostrado es la del entendimiento y la simbiosis. Algo que necesitamos desesperadamente para sobrevivir como habitantes de un planeta cada día más enfermo. Y para guiarnos en nuestra búsqueda de nuevos mundos como jugadores.