Siempre he dicho que hay una cierta carencia de videojuegos sobre romanos, aunque estoy seguro que ustedes en los comentarios podrán señalarme cientos de títulos y dejarme en evidencia. Vale, quizá no exista ese problema y sea más bien un deseo personal, pero que quede esto como introducción para que entiendan de lo que les voy a hablar: si hay romanos (especialmente si no son exactamente los héroes de la historia), despierta mi interés. Dicho esto, cuando anunciamos Domina quedé encantado con la idea y la loquísima combinación. ¿Quién no se enamoraría de un tycoon de gladiadores, tan lleno de violencia pixelada y con una de las mejores bandas sonoras de lo que llevamos de año?
Resulta que ese enamoramiento abstracto es parte del juego, que envuelve a la perfección el verdadero contenido oculto en la forma. Porque Domina funciona en dos direcciones. Por supuesto, lo hace como videojuego de gestión, como simulador de escuela de gladiadores. Pero también como crítica al capitalismo más desaforado, en el que muchas veces participamos gustosos y que usa todo tipo de artimañas para seducirnos.
Vayamos por partes.
Como videojuego al uso, Domina funciona con bastante solidez, si quitamos la curva de dificultad inicial, que puede llegar a enajenar al jugador. Tiene un pequeño tutorial en el que nos presenta a nuestra protagonista (la mencionada domina, ama de la escuela lanista) y nos lanza al ruedo sin demasiada ceremonia. El objetivo es sencillo: tenemos un año para entrenar a los mejores guerreros y restaurar la gloria de nuestra familia, venida a menos.
Para hacerlo, tocará entrenar a los gladiadores, encargarnos de sus armas y armadura y ganar todo el dinero posible para seguir vivos en la carrera armamentística a la que vamos a enfrentarnos. Cada gladiador va subiendo de nivel según nosotros decidamos (podemos orientar el entrenamiento o hacerlo automático) y cada victoria le hará ganar moral y favor del público (más dinero para nosotros). Y cuantos más tengamos, más gastaremos en manutención (agua y comida, además de vino si queremos premiarles)
La cosa se complica en el momento en el que surgen el legado y el magistrado, a los que hay que complacer participando en sus combates, obsequiando vino y tomando partido por ellos en las elecciones que nos van saliendo. Cabrearlos sirve para condenarnos, porque sus exigencias y combates serán cada vez más cruentos y nos dejarán sin nadie en pie para afrontar el desafío que tenemos por delante.
Como colofón queda la posibilidad, llegado a un punto, de manejar a los gladiadores, momento en el que se convierte en un videojuego de acción salvaje y planificación, huyendo de moles armadas hasta los dientes y leones que quieren reventar a nuestro héroe de la arena.
Al principio del texto les dije que la banda sonora de Domina es espectacular, pero déjenme que lo recalque de nuevo. Es una bofetada electrónica que mezcla chiptune, ritmos tribales, ambient y las clásicas tonadillas de películas de época. Consigue meter al jugador por completo en la acción, enrabietarle como en Hotline Miami y dejarle preparado para una dosis más de ultraviolencia. De nuevo, es parte del plan.
A poco que hayan seguido la carrera de bignic (ahora llama a su estudio Dolphin Barn) sabrán que el tema de la avaricia, el dinero y, en defintiva, el capital, lo lleva regular. Su anterior título, Corporate Lifestyle Simulator era una parodia de las típicas prácticas del neoliberalismo sonriente y bonachón que tan putamente se han infiltrado en las empresas guays; un título de acción y mofa que pasaba por el filtro zombi toda una serie de actitudes asquerosas que todo el que haya trabajado en una oficina sabrá identificar
Pues con Domina no iba a relajarse. Los gladiadores son, al fin y al cabo, esclavos. Podemos premiarlos, podemos poner a gente trabajando para ellos y darles todo tipo de beneficios (clases de un maestro, un arquitecto para que mejore las instalaciones o les construya una habitación privada, vinateros y herreros…) pero, al final, no son libres. Su única identificación es la clase de personaje (de tres posibles, basadas en los gladiadores reales) y un nombre y región, nada más. Desde luego, podemos liberarlos, pero… estamos perdiendo un recurso fantástico.
Porque ése es nuestro recurso, la vida humana. La música machacona, la sangre a borbotones y el entrechocar de gladius y lanzas oculta la realidad evidente: en esta historia de avaricia, cuanto más y mejor explotemos, mejor nos irá. La dificultad ajustada sirve para cabrearnos, sí, pero por lo frustrante que es perder un gladiador bueno en el combate, no porque su vida se extinga. Que muchas veces el premio de un combate sea llevarnos más esclavos y que ganemos dinero vendiéndolos se añade al cóctel de nula sutilidad.
Y sin embargo, estamos a otra cosa. El juego no nos permite grabar (cada partida dura no más de dos horas llegando hasta el final) y permanecemos con los ojos inyectados en sangre y los músculos en tensión tratando de derrotar a los campeones de la arena, de llegar al final con una mínima oportunidad de ganar. Ignoramos que lo que está en juego son vidas humanas por mucho que el gore salpique nuestra pantalla, las muertes sólo nos duelen porque arruinan nuestro balance contable y nos hacen volver a empezar. Estamos, al fin y al cabo, haciendo lo mismo que el tipo que tiene a niños trabajando en fábricas de Bangladesh. Podemos darle algún premio al gladiador, monedas, vino, recompensas… y oye, está mejor que en la calle y finalmente, si se esfuerza, puede ganarse la libertad. ¿Nos suena de algo esto?
Me parece imprescindible unir estas dos partes para hacer la valoración final del juego. Domina acaba siendo un título algo enervante, que da pocas oportunidades al jugador de equivocarse (ya saben, la dificultad y el no guardar partida) y le tiene en un estado perpetuo de tensión. Lo usa para ocultar su mensaje y, qué leches, divertir. Porque es divertido, la mezcla funciona y nos da ganas de seguir intentándolo hasta que nos salgamos con la nuestra. Así es como funciona la avaricia.