Trás el vídeo análisis de Awesom-O (a.k.a. obra cumbre del postmodernismo analítico videojueguil) el texto que acompaña estas líneas palidece como uno de esos vampiros homosexuales que pueblan las habitaciones de las adolescentes actuales. Sin embargo no me resisto a hablar del único juego que me ha permitido cumplir mi fantasía de de matar zombis con un dildo de proporciones bíblicas vestido únicamente con un montón de píxeles difuminados en mi entrepierna.
Puede parecer que intentar vender un juego basado en su tendencia al exceso es la opción más sencilla dentro de este mundillo de los videojuegos. Al fin y al cabo los referentes culturales más cercanos de esta industria son la serie b y el porno, por lo que cualquier acercamiento a esos dos pilares debería verse como la manera natural de mostrar el producto. Algo así como los orgasmos en los anuncios de perfumes y champú. Sin embargo, y gracias a otras disciplinas, hemos aprendido que incluso para crear un producto gamberro hay que ser inteligente, porque puedes tener las loables intenciones de realizar un producto como ‘Resacón en Las Vegas’ y comprobar que tu capacidad sólo llega para ‘Fuga de Cerebros’. Volition se ha dedicado a mostrar durante los últimos meses toda la serie de locuras que íbamos a poder realizar dentro de su título, enfatizando el componente cabra como motor del gameplay y haciendo que muchos nos preguntáramos si había algo detrás de la broma de trazo grueso o nos encontrábamos ante otro ‘Duke Nukem Forever‘. ‘Saints Row: The Third’ es mucho más que una broma de mal gusto, es una obra de mal gusto contada en un prostíbulo de extrarradio por Jason Stathan empapado en crack mientras es grabado por Oliver Stone. O dicho de otra manera, todo encaja.
La historia principal es una mera excusa para proponernos distintas situaciones disparatadas. Todo en ella es una completa estupidez, pero siempre es consciente de ello e incluso se da el lujo de reírse de su propuesta y por ende, de la de la mayoría de videojuegos actuales. La lucha de los Saints contra el sistema bien podría verse como la lucha de la propia idiosincrasia del videojuego por encajar en la sociedad. Tanto unos como otros sólo saben dialogar a hostias y abrirse camino a base del “mira que jodidamente espectacular y divertido es esto que estoy haciendo”. Así pues, transformar tu personalidad en la de uno de los personajes de Jersey Shore armado hasta los dientes será la condición sine qua non que nos exigirá ‘Saints Row: The Third’ si queremos disfrutar del título.
Una vez hayamos adaptado (o no, hay gente que ya es así) nuestro cerebro a “modo Saints” todo fluirá de una manera más o menos lógica. De esta manera pasaremos de estar conduciendo un descapotable con un tigre en nuestro asiento trasero a liarnos a tiros en medio de una über-orgía con la mayor naturalidad. Da igual lo ridículo de la situación que nos proponga Volition, puesto que no debemos pensar en ella, sino realizarla de la manera más destructiva posible. Quizá se note un exceso de querer dar siempre una vuelta más de tuerca por parte de los desarrolladores, pero es totalmente comprensible en un entorno de trabajo donde alguien propone realizar una huida en un carro tirado por hombres-caballo de corte sadomasoquista sin ni siquiera pestañear.
‘Saints Row: The Third’ es el cajón de arena definitivo para un tarado, o para cualquier amante de los videojuegos como medio. Desde su editor de personajes, donde sin ningún problema podemos crear un clon de Hulk Hogan o de Fernando Arrabal (así fue en mi caso) para luego someternos a una operación de cirugía estética durante la partida y pasar a ser una asiática vestida de colegiala que golpea transeúntes con un dildo gigante, al sin fin de propuestas jugables que nos ofrece Steelport. Defraudar al seguro tirándonos sobre coches en marcha, participar en el concurso del Profesor Genki donde unos tipos vestidos de perritos calientes intentarán cosernos a balazos, matar una cantidad indecente de zombis o proteger a nuestros compañeros lanzando bazokazos desde un helicóptero se convertirá en la manera más divertida que jamás se ha creado para ganar reputación y zonas de control.
Incluso las partes que más rascan logran pasar con nota gracias a la propia idiosincrasia del título. Los tiroteos muy a menudo se convertirán en algo completamente incontrolable debido a la absurda cantidad de personajes envueltos en los mismos, pero gracias a la variedad de armas y sus modificaciones podremos afrontarlos de maneras tan distintas que nuestra partida será prácticamente irreconocible para otro jugador. En ningún momento el título te impone como has de afrontar la siguiente estupidez que te propone sino que te invita a experimentar con tu propia locura ¿Quieres controlar remotamente un vehículo militar e ir disparando cañonazos a las bandas rivales? Hecho ¿Prefieres robar una especie de caza futurista que dispara rayos lasers? Perfecto ¿Ir montado sobre un tanque sacado de la película Tron que dispara una suerte de píxeles destructores? Ahí lo tienes. La propuesta es tan jodidamente amplia que hace que olvides inmediatamente los fallos que pueda tener su mecánica.
Volition puede sentirse muy orgullosa de su producto. Quizá no lo ha sacado adelante de la manera más ortodoxa pero ha tenido suficiente fe en que la acumulación de opciones jugables satisfactorias bastaría para que el usuario disfrutase. Ha cuidado el título donde han creído que residía su importancia y no han errado el tiro. Estamos ante un producto muy divertido, maleable hasta casi lo enfermizo, con una elección de temas en su banda sonora que es un referente desde ya para sus competidores y, sobre todo, un entendimiento de lo que significa la actitud macarra del videojuego de la que muchos deberían tomar ejemplo.
Ah, casi se me olvida. Todo lo anterior se resume en un sólo nombre: Zimos.