¿Cuánto hay de real en el valor que le damos a los eventos nostálgicos?
Inténtelo. Prueben a revisionar algunas de sus series favoritas de hace unos años, cuando eran críos. Solemos decir que algo ha “envejecido mal” para referirnos a toda esa plétora de cultura pop que ahora no tocaríamos ni con un palo, pero lo cierto es que no. Nada envejece mal. Quizá seamos nosotros los que “envejecemos bien” y seamos capaces, con un cerebro un poco más desarrollado que el de un niño, de percatarnos de lo malo que era lo que nos gustaba de críos. O, en el caso de los shows supervivientes a nuestro escritunio adulto, de su bondad.
Beat Cop no intenta en ningún momento revisionarse como obra nostálgica. La obra de Pixel Crow va absolutamente con todo y calca con precisión milimétrica todos los tropos de las series de policías de los setenta y ochenta. Nos presenta la historia de un detective al que tienden una trampa y dejan inmerso en una trama de politiqueo, corrupción y guerra de bandas; degradado como simple patrullero y condenado a limpiar (o no) su nombre. El punto de partida no es malo en absoluto, pero en Pixel Crow han olvidado una cosa: la mayoría de esas producciones eran una auténtica mierda.
Ojo, que con esto no quiero decir que el juego lo sea. Para nada. Pero cuando uno parte de una premisa regulera, lo más probable es que acabe afectando al conjunto de la obra.
Porque Beat Cop realmente empieza muy bien: recordando esos años 80 cuasimitológicos con un par de momentos hilarantes, pero cuanto más jugamos a él más cuenta nos damos de lo desnudísimo que estaba el emperador.
En él encontramos todo lo esperable. El sargento negro gritón que avasalla a sus subordinados. El policía gordaco e inútil. La mujer policía a la que llaman bollera continuamente y tiene problemas de ira. Y por supuesto, la clásica ex-mujer malvada que nos reclama la pensión. Una tonelada de insultos que ahora estremecerían al personal (especialmente en el caso de los mafiosi y de la banda de afroamericanos), un puñado de topicazos y la continua exposición de tópicos degradantes como intento de sarcasmo.
Quizá no tendría ningún problema con eso si llevara a algún sitio, si revisionara el género policiaco para mostrarle al jugador lo increíblemente racista y machistas que eran las series, pero… ese esbozo de crítica no aparece por ninguna parte. Es una nostalgia hueca, un aprovechamiento vacío del escenario para colar guiños (a Danko, al Príncipe de Zamunda, a las pelis porno de la época…) sin un mínimo interés por reexplorarlos. Y lo cierto es que durante un rato puede hacer gracia la burrada y el exceso, pero acaba cansando.
Esta parte (bastante) problemática permea y se cuela por los huecos que deja la obra, generando un cansancio y aburrimiento que no se salvan con las inyecciones de nostalgia.
Básicamente, la mecánica principal del juego es la de poner multas de aparcamiento. Debemos recorrer la zona de nuestra patrulla, atender de cuando en cuando a las notificaciones de los vecinos, a algún que otro atraco… Pero, en el fondo, ponemos multas. Beat Cop juega en la misma liga que Papers, Please (o muy anteriormente, La Abadía del Crimen) al recurrir a las tareas repetitivas y el hastío como mecánica.
Nos vamos a aburrir lo mismo que se aburriría nuestro policía, vamos a tener que mirar una y otra vez las ruedas y faros de los coches y hasta los parquímetros. Y no hay nada de malo en esto. El juego nos tiene enseguida como siervos del click, centrados más en la recaudación mediante multas que en el trabajo policial real. Esa parte funciona. Como también funciona el hecho de tener, casi sí o sí, que corromperse, aceptar sobornos o hacer trabajillos extra para poder ir bien de dinero (ya saben, la malvada ex-mujer y su pensión que hay que pagar…) mientras intentamos no desviarnos demasiado del buen camino (o sí, también pueden transitar el mal camino).
El problema es que el progreso en la trama principal del juego (que ofrece varios finales y distintas facciones con las que “aliarse”) es demasiado lento. Que recurre a capítulos de relleno para dejar caer todos los guiños que tiene preparados. Y que, por el camino, pierde la gracia. Tras los primeros días dejaremos de estar esperando a ver que va a pasar y nos dedicaremos a saltarnos los diálogos en los que el sargento negro gritón descarga su odio, los chascarrillos sexuales del salido de turno y el permanente enfado de la única mujer en el cuerpo policial.
Así, el tránsito por Beat Cop se convierte en una lucha de voluntades: la del jugador y la de esa Nostalgia, en mayúsculas, que quiere ser la auténtica protagonista aunque no tenga nada de gracia.
Imaginen por un momento que sacamos el racismo o el machismo de Beat Cop, o que al menos le damos una vuelta para hacer mofa de lo permisivos que éramos con ellos hace dos décadas. Seguiría sirviéndonos una mecánica cansaovejas, pero por el otro lado, nos dejaría pegados a la pantalla para ver qué es lo siguiente, qué apartado de iconoclastia ochentera nos tocaría vivir.
Pero, en su estado actual, no es así. Beat Cop no es un mal juego y puede dar unas buenas horas de entretenimiento, pero va a requerir del concurso absoluto del jugador. En sus mejores momentos nos sorprenderá con alguna misión alternativa más inspirada que nos saque del hastío durante un rato, y en sus peores tendremos que avanzar por puro empecinamiento. Y da un poco de pena, porque se me ocurren muchos videojuegos que funcionen peor pero cansen menos. Aquí la sensación final es la de tiro errado, la de una oportunidad que se perdió quedándose en el fondo de una época en vez de entrando a saco contra el contenido.
Si tras toda esta verborrea necesitan un resumen o directamente han bajado al párrafo de conclusiones finales (yo lo haría), no les hago esperar. Beat Cop es un videojuego con una idea muy interesante, una jugabilidad acertada que da para varias partidas, un apartado visual y una música fantásticos… que ha insistido en pegarse un tiro en el pie abusando de nostalgia, negándose a reevaluarla y alargándose en exceso para azotarnos con todos los tópicos de la época. El ejemplo perfecto de que muchas veces en los videojuegos menos es más.