No recuerdo muy bien cómo llegó Super Mario Bros 3 a mi vida, pero es que tenía 5 ó 6 años. Quizá lo hayáis logrado borrar de vuestra mente, pero los únicos recuerdos que tiene un niño en esa época son flashes extraños que combinan humillaciones en el patio de recreo, horas de fútbol siendo elegido como portero por estar gordaco y señoras mayores amigas de tu madre que te tiran de los mofletes y te dicen lo guapo que eres. Esto es así.
Por tanto, como decía, no recuerdo cómo llegó a mí, pero sí lo que pasó luego. Tenía ante mí horas y horas de vicio nonstop, porque ahí estaba el mejor juego de plataformas de la historia (por entonces). Y aunque han ido habiendo nuevos contendientes para el título, para mí, sigue estando entre éste y Super Mario World: palabras mayores viniendo de alguien que tras la NES se convirtió a esa religión llamada SEGA, con mayúsculas. Super Mario 3 fue un golpe de autoridad por parte de Nintendo, y tuvo una de las campañas de publicidad más curiosas de la historia: toda una horrible película.
El fontanero ya era popular por entonces, pero esta iteración de la saga añadió unas cuantas cosas que acabarían por convertirse en mecánicas habituales (escalar, planear…) o en imágenes icónicas. La jugabilidad a prueba de bombas de la saga (olvidémonos de esa cosa llamada Mario 2) se mantenía igual, pero ahora había que añadir nuevos power-ups: una hoja con la que podíamos volar un rato y planear; y los tres disfraces (Rana, Tanooki y Hammer Bros.) que tenía a su disposición Mario en el juego. Los disfraces, más allá de potenciar al personaje, añadían en algunos casos nuevas posibilidades. Por ejemplo, el disfraz de rana nos permitía nadar mejor en las fases acuáticas, e incluso entrar en tuberías horizontales; mientras que volando podíamos descubrir nuevas partes en los niveles, e incluso secretos. El diseño de los niveles es excepcional, con mucha variedad y cosas tan curiosas como fases con límite de tiempo (en una nos persigue un sol cabreado) o un power-up que sólo aparece en una única pantalla: la mítica bota enorme que nos permitía superar pinchos, erizos…
Es también en esta entrega donde aparecen por primera vez los hijos de Koopa, protagonizando los enfrentamientos finales de cada uno de los ocho mundos (salvo del último, por motivos obvios). Estos ocho mundos se presentaban, por primera vez, como un mapa por el cual desplazábamos al personaje hasta llegar al enfrentamiento final. Ahí podíamos elegir los niveles o participar en minijuegos para conseguir power-ups que podíamos usar en el mismo mapa antes de empezar las fases. Al haber tantos mundos acabábamos encontrando una variedad brutal a lo largo del juego. Agua, desierto, verdes llanuras o el mismísimo cielo…un recorrido inmenso presentado exprimiendo toda la belleza que podían dar los 8 bits de la consola de Nintendo.
El juego era largo y no se podía salvar partida ni generar passwords, pero es tal el desafío que presenta y el mono que genera que uno bien podría tirarse una tarde entera jugando sin cesar para llegar hasta el final. Con tanta variedad, era difícil cansarse. Hay que sumar la posibilidad de jugarlo de manera cooperativa, turnándose los dos jugadores el control de Mario y Luigi y ayudándose a recorrer los niveles. Si ya el juego para un jugador enganchaba, el hecho de poder compartirlo con un amigo ponía en serio riesgo de explosión la consola. Se puede decir mucho más sobre una banda sonora simpática, dar vueltas sobre sus mecánicas y lo que han aportado…pero al final todo se resume de una forma: Super Mario Bros 3 es la esencia de los videojuegos en sí misma, es jugabilidad sin más artificios.
No hay en el juego nada pretencioso, ni siquiera una narración o una historia que atrape. Es ingenuo, divertido y engancha como pocos títulos. Es el “juego” de “videojuego”. Y es el ejemplo perfecto de que muchas veces es más importante dar con una buena mecánica que rellenar horas y horas con escenas de vídeo. A día de hoy sigue siendo el videojuego para una sola plataforma más vendido de la historia, e incluso ha vendido más de un millón de unidades para la consola virtual de Wii. Quizá todo aquél que aspire a crear un videojuego exitoso deba echarle unas horas y redescubrir, al final, de qué trata esta afición.