Por si no os ha quedado claro tras el artículo de Andrew Sarris o la sección que tenemos llamada “La Filmoteca“, somos unos gafapastas de la hostia. Tenemos un bagaje cultural con el que los demás sólo sueñan y nos gusta demostrarlo a cada momento poniéndonos rimbombantes. Por eso, como el domingo no solemos poner nada, hemos decidido que a partir de ahora tendréis que aguantarnos hablando de cosas que no son videojuegos. Por ejemplo, libros que dejan claro que somos muy inteligentes.
Ambientado en la isla de mismo nombre, en la costa sureste de Alaska, David Vann nos propone una vuelta al mundo natural muy distinta a la que sugería Henry David Thoreau. Porque primero nos lleva a un emplazamiento idílico, un mundo casi virgen en el que un padre y un hijo pasarán un año conociéndose y resolviendo sus problemas; consagrándose a la vida natural, a la caza, la pesca y la exploración de la isla. Pero todo esto se aleja de la visión romántica de la naturaleza, destruída por el posmodernismo y la vida en la ciudad.
Así, nos queda claro muy pronto que vivir en la nada no es idílico, y que el hombre no podrá volver ya nunca más a su estado natural. La tesis del autor es ésta, que ya estamos atados a la civilización y la vida salvaje nos es ajena, nos sabe oler, rechazar y expulsar cuando intentamos invadirla. Lo mejor es que esto se introduce de manera gradual en la novela, dejándonos primero disfrutar de los paisajes, de las muestras de camaradería entre padre e hijo (aunque ya se intuye que algo no va bien) y nos precipita hasta un acontecimiento que cambia por siempre el rumbo del libro.
La fuerza principal está en esos paisajes, tan bellos como amenazantes, y en la relación entre padre e hijo. Sin embargo, hay un detalle final que es incluso más importante: además de un rechazo de la vida romántica en el medio natural, Sukkwan Island es un ataque frontal contra las huidas hacia adelante. Padre e hijo emprenden esa huida sin pararse a pensar si realmente es lo que quieren, si es un deseo o una manera de escapar de una realidad que no quieren afrontar. Ese rechazo hacia la ceguera actual de la sociedad, que se empeña en negar y negar los problemas hasta que es demasiado tarde, es el que define por completo el libro y hace que olvidemos algunos cambios muy abrutos en su desarrollo.
Por eso el relato es tan potente, porque pasamos por las mismas fases que describe: en un primer momento nos enamora la naturaleza, luego ese romanticismo es destruido y empezamos a temerla, para finalmente darnos cuenta de que hemos negado la realidad y nos hemos sumergido en el mundo de los sueños; sin caer en que quizá sea mejor no alejarse demasiado de la realidad. Para David Vann el romanticismo es una huida hacia adelante, y quizá deberíamos valorar más los momentos singulares de nuestra vida cotidiana y soñar menos con escapar a otros mundos.