También leemos: Congreso de Futurología

También leemos: Congreso de Futurología 1

Topé con «Congreso de Futurología«, de Stanislav Lem, mientras hurgaba las estanterías de una librería que están liquidando en Tenerife. El material que tenían más barato no me llamó demasiado la atención, así que fui rápidamente a la sección de bolsillo para procurarme nuevas lecturas a un precio razonable. Y así topé con el libro de Lem: corto, de uno de mis autores favoritos de ciencia ficción y con la promesa de una nueva distopía. Justo los ingredientes necesarios para darle prioridad en la enorme lista de libros que tengo pendientes.

Realmente el libro es más una obra de humor negro que una premonitoria distopía. Abre con un personaje recurrente de Lem, el astronauta Ijón Tychi, que es invitado a un Congreso de Futurología en Costa Rica para discutir sobre la preocupante superpoblación del planeta. Desde el principio la obra coquetea con el surrealismo y la hilaridad, y continuamente pasaremos por todo tipo de situaciones extrañas y desmesuradas hasta que lleguemos al momento más interesante de la novela: el futuro en el que Ijón despierta tras ser congelado.

Un futuro en el que existe la «farmacocracia», en el que todos los sentimientos están codificados y convertidos en pastillas. Un futuro de paz estable, desarme y felicidad inmensa; en el que el dinero no importa y es prestado sin interés. Evidentemente, no todo es tan bonito como lo pintan, y el protagonista choca rápidamente con el nuevo mundo al no poder adaptarse a su nueva forma de hablar (muchas acepciones de las palabras cambian, surgen nuevas de la jerga futurista…) ni a la nueva manera de vivir, alejada de la realidad y la experiencia genuina.

Por si no fuera ya lo suficientemente aterrador un futuro así, una simulación de la vida humana con pastillas para querer, odiar o aprender; el libro contiene sus propias (y terribles revelaciones), con un final más que sorprendente. Aunque de manera desmesurada, a mi juicio el mayor éxito del libro, de 1971, es que se adelanta a la realidad con algunas aplicaciones de la psicoquímica, y bien podría ser uno de los padres de «Matrix» si no fuera tan evidente que la cinta se copió todo lo que pudo de «Dark City».

El problema, más allá de un argumento a prueba de bombas y una propuesta muy inteligente, está en la propia estructura de la novela. Es quizá demasiado corta para lo que pretende abarcar, si bien está claro que nunca es la intención de generar una distopía sino una sátira. Como obra que se supone plagada de humor está llena de situaciones demasiado chirriantes, demasiado surrealistas. En vez de ayudar a asentar la base humorística, hay veces en las que tanta irrealidad y exceso con el lenguaje puede llegar a cansar y desorientar al lector; que se pierde entre la química y lo enrevesado de algunas situaciones (especialmente al principio).

Así, y a pesar de la intención del autor, el libro acaba funcionando mejor como dramática presentación del futuro que como sátira. Y es por eso que acaba convirtiéndose en una lectura muy recomendable.

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