De niño me entusiasmaba jugar a las máquinas de las salas recreativas, los primitivos ordenadores domésticos y las videoconsolas de primera generación. Por ese motivo, aunque han pasado unos cuantos años desde entonces, me siguen gustando mucho todos esos videojuegos de aspecto sencillo y disfrute inmediato que actualmente solemos adjetivar con la palabra “retro”. No es de extrañar, por consiguiente, que uno de los primeros artículos de mi extinto blog personal estuviera dedicado al programador español que lleva por alias Locomalito, quien no creo que necesite ser presentado a estas alturas. Hablaba yo entonces de Hydorah y otros interesantes trabajos de su autoría, realizados con la intención de recuperar y reivindicar el estilo de aquellos antiguos juegos de vídeo que llamábamos de arcade. Sin embargo, junto con mis elogios, también he expresado en distintas ocasiones mi disconformidad con el manifiesto de Locomalito acerca de lo que él llama su “filosofía”, donde explica su forma de entender los videojuegos.
Lo que viene a decir Locomalito con esta declaración es algo que también se adivina por sus comentarios habituales en Twitter y que repite de nuevo en un artículo reciente, escrito ex profeso para el blog Indie Locus. En resumidas cuentas, Locomalito hace una defensa de los juegos de arcade a la antigua usanza, pero la hace tan a ultranza que se destila cierto menosprecio hacia los videojuegos de otros estilos. Por supuesto que no tengo ningún problema con los gustos de Locomalito; que tenga sus preferencias y que haga lo que le place me parece perfecto. Sin embargo, dada su condición de programador, me apena que minusvalore al resto de videojuegos argumentando que antes tenían una intención “deportiva” y ahora solamente se hacen como “entretenimiento interactivo”, ya que incluso aceptando que esto sea así (cosa de la que no estoy convencido) no me parece razón suficiente para que unos videojuegos primen sobre otros.
Ahora bien, no es Locomalito el único que parece recelar de los videojuegos modernos. Me refiero con mi crítica a una parte de esa comunidad amante de lo retro que ha hecho suyo este mismo discurso. Lo hago porque también disfruto de todos esos videojuegos, pero no comparto la idea de que la modernidad sea una pérdida de tiempo o no valga la pena. Entiendo perfectamente las quejas que se refieren al abuso del realismo gráfico, las interminables secuencias de vídeo y otras técnicas como excusa para vendernos un producto mediocre, pero no es justo generalizar diciendo que todo lo que no sea retro es menos divertido o de inferior calidad. Precisamente en el momento actual, cuando hay cientos de programadores y pequeñas empresas que con modestos recursos siguen innovando, es cuando menos sentido tiene decir que no se hacen buenos juegos. No saben lo que se pierden algunos amantes de lo retro que solamente claman por refritos de Donkey Kong, Ghost’n Goblins o Phoenix sin considerar que estos últimos años han salido maravillas como Braid, Minecraft, VVVVVV, Hotline Miami, The Walking Dead o Super Hexagon, por citar algunos ejemplos.
También me parece arbitrario que se meta en el mismo saco de mediocridad a todos los videojuegos de las grandes compañías. Que los juegos más modernos se valgan de técnicas actuales no es malo, como no lo era hace treinta años. De este modo, con la evolución de los programas y la posibilidad de hacerlos más complejos, han nacido nuevas formas de jugar; tenemos videojuegos que nos dan una diversión inmediata y otros que lo hacen de una forma gradual o pausada, siendo todos válidos. Gracias a esto hemos gozado de las aventuras gráficas, los juegos de estrategia y otros géneros y estilos que se han inventado con posterioridad. No solamente Space Invaders, Gradius o Commando nos sirven de hitos para entender la historia de los videojuegos; nombrando ejemplos como Portal, Left 4 Dead, Bioshock o Skyrim comprenderemos cuán importantes son para entender y valorar lo que se ha hecho en esta industria. Siendo justos, por tanto, pienso que lo mejor sería disfrutar de cuanto uno quiera y pueda, pero sin despreciar el resto de posibilidades que por fortuna tenemos a nuestra disposición.