La ciudad hacía poco que se había despertado, y sin embargo ya rugía en su habitual sinfonía urbana. En las calles, hombres vestidos con trajes oscuros iban y venían sobrellevando como podían el intenso calor veraniego, acrecentado por la humedad del río que atravesaba la ciudad. En sus coches, los conductores intentaban llegar a su lugar de trabajo como cada mañana, aguantando con filosofía el colapso rutinario de las arterias de asfalto.
Entre tanto traje oscuro, destacaban los coloridos trajes de seda que portaban las mujeres, decididas a resolver sus quehaceres matutinos, y también los grupos de niños, vestidos con sus uniformes azules, corriendo a la escuela. Pero si había un color que destacaba sobre los demás, este era el verde oliva de los uniformes militares. Quizás la única señal de que aquella ciudad se encontraba en guerra. Sí había amenaza de bombardeos, e incluso un solitario avión plateado comenzaba a sobrevolar la ciudad. Sin embargo, no había disparos, ni bombardeos.
Pero esta mañana de Agosto era diferente. Ninguna de esas personas se imaginaban que ese enorme artefacto de metal que había dejado caer el avión plateado iba a interrumpir bruscamente su rutina. En los 45 segundos que tardó en alcanzar su objetivo, los miles de habitantes de Hiroshima vivieron sus vidas como cualquier otro día. Pero el 6 de Agosto de 1945 a las 8 y 15 de la mañana, la bomba atómica Little Boy explosionó destruyendo completamente la ciudad en unas décimas de segundo. Donde antes había gentes yendo y viniendo, ahora sólo quedaban sombras proyectadas contra los escombros, cuerpos calcinados y miles de heridos graves.
Este día no sólo se destruyó Hiroshima. La bomba atómica no sólo hizo explosión en Japón. Su onda expansiva alcanzó todo el mundo. Todas las conciencias de los habitantes del mundo se sobrecogieron con las imágenes que venían de la tragedia. El hombre lo había conseguido. Por fin había sido capaz de crear un artefacto capaz de destruirle.
Las consecuencias fueron tales, que podemos decir que esta fecha da comienzo a la segunda mitad del siglo XX, que cambió todas las políticas y que pasamos del modernismo al postmodernismo.
Y es de esto último de lo que vengo a hablar hoy. De arte. Y es que si podemos dar una definición válida y de la que creo que al menos la mayoría de ustedes estarán de acuerdo, es que el arte es el reflejo de su tiempo. Y esto se traduce en la denominada Era Atómica. Fue desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1962 cuando se establece esta época en la que en EEUU (y en los países de los aliados) se crea un período tremendamente positivo, muy ensoñador, donde la física nuclear tiene un papel fundamental.
Esta es la época donde se hablar del futuro como una época mejor. Donde la electricidad costará menos que el agua, los coches se alimentarán con energía nuclear, como el Ford Nucleon, y el mañana será un lugar feliz y pacífico. Este entusiasmo se derivó de la idea de EEUU como “pueblo elegido” que contaba con un arma atómica.
De hecho, esta feliz no se empañó ni siquiera con la irrupción de la Guerra de Corea al comienzo de los años 50. Nada podía enturbiar la felicidad de saberse superior. Los soviéticos, únicos antagonistas de esta historia, no eran ni por asomo rival del Imperio Atómico de los Estados Unidos. Evidentemente, la Unión Soviética poseía la bomba atómica desde 1949, y mejoró el diseño hasta la bomba de Hidrógeno en 1954. Pero el peligro no era percibido como tal. En territorio norteamericano no se había percibido mayor amenaza que el ataque japonés de Pearl Harbor en 1942.
Pero este escenario cambiaría con la Crisis de los Misiles de 1962, cuando misiles atómicos soviéticos se instalarían en Cuba, con un rango que teóricamente podría destruir cualquier punto de EEUU. Esto daría lugar a una paranoia que se incrementaría hasta la caída del muro de Berlín en 1989, y en el ámbito del arte, durante los 60 se vería un cambio hacia la Era Espacial, propulsado por el gran interés que Kennedy causó al proponer a finales de 1962 en centrarse en poner a un hombre en la Luna (en gran parte para competir con la Unión Soviética en un campo menos letal para ambos).
Esta era no sólo dio lugar a un diseño “atómico” y más cercano a la ciencia ficción, sino que también dio lugar a dos movimientos artísticos. El primero es conocido como el Eaismo, un movimiento italiano propuesto en 1948 por el pintor Voltolino Fontani, que escribió el “Manifesto de Eaismo”, que se erigía como una postura escéptica acerca de la energía atómica, y centrándose en un aspecto pesimista (aunque la obra de este movimiento también se encuentra con un cierto carácter optimista, mucho más contenido y realista que la idea americana).
Este manifiesto dio lugar a dos nuevos movimientos en 1951, el primero del también pintor italiano Enrico Baj con su “Manifesto Pittura Nucleare”, y el segundo del español Salvador Dalí con su “Manifiesto Místico”.
De todos estos textos, el Eaismo trata de convertirse en un movimiento de vanguardia de pleno derecho, en el que a través de la simplicidad y de los valores supremos del arte se consigue realizar una reflexión sobre la presencia del hombre en el mundo. Pero en los manifiestos Baj y Dalí, no se trata tanto de un intento de crear un nuevo movimiento, sino de una serie de convicciones personales que marcan una nueva dirección.
En el caso de Enrico Baj, nos encontramos con una mezcla entre dadaísmo y surrealismo muy personal, donde casi toda su obra se compone de seres deformados, que parecen sacados de pesadillas horripilantes. En algunos casos se nota la influencia del Guernica de Picasso al mostrar retratos tan torturados, que expresan un profundo dolor y transmiten un sentimiento de sinsentido. Además, llama la atención que la obra del italiano sólo presenta retratos con fondos planos, queriendo recalcar el horror provocado por las armas atómicas que el mundo pudo ver en los periódicos.
Sin embargo, Dalí que de todos los citados es el pintor más prolífico, y que ya era un pintor mucho más famoso en el momento de elaborar el Manifiesto Místico tiene radicales diferencias con los dos movimientos italianos.
Para empezar, aunque Dalí es conocido como el catalán universal, durante esta época residía en Nueva York, por lo que tenía una perspectiva más cercana a la americana de la Era Atómica, mientras que el Eaismo se considera la introducción en Europa de la Era Atómica y el “Manifesto Pittura Nucleare” retuerce todas las perspectivas de progreso.
Pero por otro lado, Salvador Dalí no hablaba de pesimismo. Desde muy joven Dalí fue un apasionado de las ciencias, y toda su obra se vio terriblemente influenciada por los enormes descubrimientos científicos de su época. De hecho, su primera etapa como pintor, se basaba en dos avances que modelaron su forma de pensar: la Teoría de la Relatividad de Einstein y La Interpretación de los Sueños de Freud.
La explosión atómica del 6 de agosto de 1945 me había estremecido sísmicamente. Desde aquel momento, el átomo fue mi tema de reflexión preferido. Muchos de los paisajes pintados durante este período expresan el gran miedo que experimenté con la noticia de aquella explosión. Aplicaba mi método paranoico-crítico a la exploración de ese mundo. Quiero ver y comprender la fuerza y las leyes ocultas de las cosas para apoderarme de ellas. Para penetrar en el meollo de la realidad, tengo la intuición genial de que dispongo de un arma extraordinaria: el misticismo, es decir, la intuición profunda de lo que es, la comunión inmediata con el todo, la visión absoluta por la gracia de la verdad, por la gracia divina.
Dalí encontró en la división del átomo la unidad de la ciencia y la religión. Durante esta época es habitual encontrar páramos yermos con una imagen religiosa en el centro, pero que ha sido manipulada para expresar algún tipo de concepto físico. Por ejemplo, en una de sus obras más famosas de este periodo Corpus Hypercubus, se contempla a un Cristo crucificado, pero no en una cruz sino en un Hipercubo o Teseracto, es decir, una figura geométrica imposible que solo se puede comprender mediante la teoría de la relatividad, ya que es un cubo y al mismo tiempo todos los cubos que ha sido. Este concepto es más sencillo de entender tal y como se explica al final de la película Interstellar, pero tranquilos que no voy a hacer ningún spoiler.
El Misticismo Nuclear de Dalí expresaba a partes iguales el miedo y la admiración hacia la Era Atómica. Y sus imágenes han trascendido mucho más de lo que nadie se imagina, ya que de todos los artistas de esta era, son sus obras basadas en un yermo, donde un personaje central busca la elevación o la trascendencia, donde todos los valores se retuercen y buscan un significado lo que ha derivado en gran parte de las obras apocalípticas que han venido hasta la actualidad.
Desde la locura surreal de Mad Max al Yermo Capital de Fallout. El final del mundo que conocemos se lo debemos a estos movimientos que fueron construyendo una imagen profunda e imborrable en el imaginario colectivo, fuente de inspiración fundamental para los artistas que vinieron tras ellos.
Y es que en esta semana especial dedicada a Fallout 4 conviene entender de donde viene la inspiración para la elaboración de ambos mundos. Un pasado alegre y plácido de la Era Atómica, con evidentes referencias estéticas (y musicales) de los años 50, a pesar de que la fecha de ese pasado es el 2077, y con un mundo apocalíptico basado en la obra de Dalí y de Baj (personalmente los necrófagos me parecen sacados de algunos de sus cuadros), donde un tipo normal y corriente (un muchacho más del refugio 111, un simple mensajero y un superviviente de un refugio) consiguen dar trascendencia no sólo a su vida, sino a la de todos los habitantes del Yermo. Ya sea para bien o para mal.