Mi amor por The Age of Decadence se remonta a hace ya años, cuando no sé muy bien cómo, acabé en su página web, como movido por los dioses del azar. Probablemente tuvo mucho que ver que Iron Tower, sus creadores, estuvieran ya colaborando también con DoubleBear para gestar Dead State. Han pasado más de dos años desde entonces, y el juego continúa progresando poco a poco, en formato Early Access en Steam y construyéndose en base al contacto con la comunidad.
Un juego de rol sin terminar, sí.Más de una vez he hablado de lo poco que me gusta acercarme a juegos inacabados (incluso cuando me llegan gratis por haber contribuido en alguna estrategia de crowdfunding, suelo esperar a que estén “enteros”), pero The Age of Decadence tiene “algo” que hacía que quisiera probarlo aún sabiendo que no podría sentarme, perder toda mi vida social y no levantarme hasta finiquitarlo.
Así que faltando a mi propio compromiso de no embarcarme en este tipo de cosas, me lanzo a la aventura, porque hay algo que me obliga.El imperio, devastadoEs su mundo, lo que tanto me llamaba la atención. Una tierra devastada, un yermo terrible donde apenas quedan vestigios de lo que fue el gran Imperio que se expandió por un tercio del mundo conocido. Una civilización que, aún agredida desde fuera, no debe su decadencia a un enemigo horrible, sino a su propia corrupción y desidia. Los restos de un mundo condenado, con un pasado en forma de ruinas, lleno de tecnología, una magia muerta y muy basado en el antiguo imperio romano.Aunque aún hay cosas por terminar, es muy destacable cómo han dotado de personalidad a su ambientación. Hay un buen número de alianzas a las que podemos cortejar, jurar lealtad, traicionar y volver a cortejar. Tres casas nobles, un gremio de asesinos, los restos de la Legión Imperial e incluso el Commercium, una suerte de CEOE que acaba de llegar al tablero y quiere empezar a mandar a base de enterrar en dinero y deuda a sus adversarios.
En la pantalla de creación de personaje, previo advertirme en el tutorial de lo jodido que va a ser todo, me dan la opción de crearme varios tipos de personaje. Desde el noble (pretor) hasta el mercenario, pasando por un erudito, asesino… Yo, que ya sospecho que en este mundo no hay héroes, me decanto por un mercader, un trepa malvado que no dudará en engañar, engatusar y prometer todo lo prometible para ascender y tocar algo de poder. Una suerte de pequeño Nicolás post-romano.Descubro rápidamente que The Age of Decadence es un juego honesto cuando me promete que no es lineal. Cada clase de personaje tiene un inicio distinto, entretejido en la trama principal (un poco como los Orígenes del primer Dragon Age) y en cuanto se nos arroja a Theron, la primera ciudad, tenemos bastante libertad para resolver las misiones que vamos recibiendo. Podemos optar por sacar la espada e imponer su ley (y acabarán matándonos continuamente) o por otros acercamientos, desde el sigilo hasta la diplomacia, el engaño (hay una habilidad de “disfraz”), el mercadeo y los sobornos… Lo cierto es que hay muchas posibilidades distintas, con misiones que se pueden resolver de varias formas que no pasan por las típicas “combate o persuasión”.
En las primeras horas me disfrazo de erudito fingiendo un acento del este, falsifico unos documentos tras hacer firmar una declaración oficial a un guardia, haciéndome el digno…De todo, menos luchar.No es lugar para valientesLo repetiré: el combate es hiperexigente. Salvo que tengamos un personaje muy orientado a él, con buen equipo y bien situado (porque también exige mucha capacidad táctica), vamos a morir una y otra vez. La tierra de The Age of Decadence no es para valientes, sino para cabrones sibilinos o pandas de matones que se agolpan en cada camino para atracar al idiota que va solo. Si nos queremos atrever con él tendremos que medir muy bien nuestros movimientos y acciones (dependen de los puntos de acción, bastante limitados) y grabar partida a menudo. Aunque bueno, mejor guardar a menudo, aún sin combates.Porque también podemos acabar mal según lo que digamos, si no superamos a la tiranía de los “dados” usando nuestras habilidades en conversaciones o si nos pasamos de listos. Incluso, a veces será más inteligente no optar por la típica solución de usar un rasgo en una conversación para salirse con la tuya, sino convencer al otro personaje sólo con los árboles de diálogo normales y apelando a su personalidad.
Hay quien celebra esto de la dificultad en los videojuegos (no hay más que mirar la saga Dark Souls), pero para mí no es algo tan importante si lo que hay detrás no me apasiona. Y en este caso, apasiona. Que las escaramuzas sean tan complicadas tiene su propia lógica dentro de la historia, y el mundo que hay detrás es sólido e invita a seguir jugando.The Age of Decadence, al menos en todo lo que he podido ver de la trama principal, huye de los estereotipos. Aquí no hay buenos ni malos, sino intereses que chocan y de los que podemos aprovecharnos, o servir según lo que piense nuestro personaje. Las alianzas pueden ser sólidas (de hecho, ganamos o perdemos reputación, también, según el valor de nuestra palabra, nuestra lealtad, el rastro de cadáveres que dejemos…), pero también algo frágil que responda a lo que más nos convenga en el momento. Y es refrescante, esto de no ir salvando el mundo por ahí, sino más bien tener libertad para hacer todo el mal (o bien) que queramos para salirnos con la nuestra. ¿Un “golpe de Estado” en una ciudad para favorecer al Commercium? Muy posible. ¿Traicionar al mismo que lo organiza y mandarlo a asesinar para congraciarnos con el noble que la gobierna? También podremos.A todas estas posibilidades acompañan unos diálogos bien escritos, una serie de misiones intrigantes y un mundo plagado de historia que podemos ir descubriendo si prestamos atención. Ahora quedan pequeños bugs por resolver (al menos, yo apenas he tenido problemas) y que ver el contenido restante esté a la altura de lo que se puede atisbar ahora mismo.
Guardo muchas esperanzas en The Age of Decadence. Es cierto que ahora mismo están volviendo con fuerza los títulos de rol isométrico, pero éste tiene una personalidad y un ambiente tan marcado, que de seguir así lo harán algo muy grande.