Max Payne 3: El Último Boy Scout

Max Payne 3: El Último Boy Scout 2

Aviso: El siguiente texto contiene spoilers de distinto grado sobre Max Payne, Max Payne 2, Max Payne 3, El último Boy Scout y seguramente alguno más. Lee con moderación. Es tu responsabilidad.

En los últimos quince años hemos asistido al desmoronamiento del héroe como figura con conciencia individual, siendo el nuevo modelo de héroe el que bien a su pesar, o bien por motivaciones universales (luchar contra el mal, salvar a la humanidad…), asume su rol y lo representa. Quizá Nolan sea el máximo representante de este arquetipo de héroe contemporáneo que, aún con sus dudas, emplea su poder para una contribución general en detrimento de su propia persona. Es cierto que existen matices, como por ejemplo Iron Man, donde el ego de Tony Stark exige pleitesía a sus protegidos revelando su identidad, pero en general nos vemos una y otra vez reviviendo la figura de Neo o Frodo, quien llevará el anillo porque “es lo que hay que hacer”, sin cuestionar su propia moralidad o la de la propia misión.

No es este el lugar donde buscar las causas de ese cambio, pero resulta evidente que el cambio de milenio primero, y el estado anímico social post-11S es clave para entender esta evolución.

Al fin y al cabo ya no somos tú o yo, sino nosotros contra ellos. La libertad contra el terrorismo. Nuestro modo vida contra el suyo. La figura del héroe actual cataliza este dogma y en su existencia hallamos el camino de la fe hacia un mundo mejor.

No es casualidad que los héroes actuales no hagan lo que creen que deben hacer, sino lo que deben hacer según la moralidad imperante en el momento histórico actual. No hablo ya de los héroes adaptados del cómic, cuya herencia bastarda de dioses paganos les obliga a afrontar la situación de manera universal, sino de cualquier superproducción de Hollywood de los últimos años, donde o bien es el héroe quien representa a la moralidad colectiva directamente, o bien la representa de forma tangencial enfrentándose a la maldad absoluta (hagan memoria para recordar casos en los que no sea así).

El héroe de conciencia individual, el que hace las cosas como él cree que deben hacerse sin acatar ninguna norma social y que se enfrenta a elementos que le afectan a él directamente sin estar relacionado con el resto de males de la sociedad se encuentra de capa caída. Uno de los pocos casos actuales de éxito en los que un héroe se ajusta a estas características lo tenemos curiosamente en donde más se daba pie a la figura mesiánica: The Walking Dead. Ya sea en la serie o el cómic, Rick luchará únicamente por proteger al grupo, a SU GRUPO, y para ello empleará cualquier elemento que entre dentro de su moralidad, aunque esta no sea la del resto de la sociedad, o al menos la que había cuando aún existía la sociedad. Rick no busca una cura, no va a salvar al mundo, ni siquiera pretende aguantar el suficiente tiempo como para que la pandemia zombi termine. Es perfectamente consciente de que son muertos vivientes, pero asume el rol de líder ante los suyos, y de héroe ante nosotros, para proporcionar al grupo un día más de vida.

Tal y como decía al principio, la figura del héroe varía en función del estado social en el que nos encontremos, y desde finales de los ochenta hasta bien entrados los 90 las cosas fueron bien distintas. El héroe pequeño, el que no tenía ninguna misión grandilocuente sino que se limitaba a hacer lo que podía en la situación que le había tocado siguiendo sus propios cánones morales era lo que lo petaba. Ahí están Superdetective en Hollywood (Martin Brest, 1984), Arma Letal (Richard Donner, 1987), Tango y Cash (Andrei Konchalovsky, 1989), Danko Calor Rojo (Walter Hill, 1988), Amor a Quemarropa (Tony Scott, 1993) o Jungla de Cristal (John McTiernan, 1988).

Ya sean buddy movies o con héroes solitarios y teniendo cierta manga ancha con el tono fascista imperante ligado al “la justicia no funciona, así que aquí estoy yo para follármela”, representan el arquetipo de héroe improbable que no salvará el mundo, pero que hará lo imposible para acabar con su enemigo.

De entre todas destaca, y por diferentes razones El Último Boy Scout (Tony Scott, 1991). En ella Joe Hallenbeck (Bruce Willis) interpreta a un expolicía semi-alcohólico que se gana la vida como detective de mala muerte. Gracias a un compañero conseguirá un sencillo trabajo en el que tendrá que proteger a una bailarina pero todo se complica hasta que se ve envuelto en una trama de corrupción que alcanza a altas esferas locales. La película es un imprescindible de la época que todos deberíais ver, pero vamos a centrarnos en su protagonista.

Bruce Willis es Joe Hallenbeck y Joe Hallenbeck es Bruce Willis. Resulta imposible separar lo iconográfico del actor con su personaje, ya que incluso por aquel entonces resultaba imposible no acordarse de su John McClane de las dos entregas de Jungla de Cristal realizadas hasta el momento. Además ambos personajes guardan ciertos paralelismos evidentes: Fracasos matrimoniales, un semi-alcoholismo latente y una moralidad propia bien definida. Sin embargo hay una diferencia notable entre McClane y Hallenbeck (que luego se explotaría en la cuarta entrega de Jungla de Cristal) y es la pertenencia a su tiempo. McClane es heredero de la era Reagan y actúa como tal dentro de un contexto que lo eleva de figura normal (policía) a figura heroica (policía que rescata a decenas de rehenes de un gigantesco rascacielos). Hallenbeck sin embargo es todo lo contrario, y en cierta manera incluso podríamos decir que es un McClane al que se le acabó la gloria. Le han echado de la policía, trabaja como detective de poca monta y acepta casos tan poco heroicos como proteger a la novia bailarina de una ex-estrella de Fútbol Americano que ha tenido que abandonar el deporte por su relación con las drogas. Sin embargo Hallenbeck fue McClane en su día, ya que dentro de su historial figura un balazo recibido en el pecho protegiendo al Presidente. Saquen las banderas y llévense la mano al corazón. Este dato se descubre cuando llevamos un tercio de metraje pero sirve para afianzar la condición moral (y patriota) de Hallenbeck, a la vez que planta una alfombra roja al resto de las acciones del protagonista que están por venir. Un tipo que salva al presidente ha de ser bueno.

A Max Payne lo conocimos en circunstancias parecidas a las de Hallenbeck, siendo un detective de la D.E.A. que había abandonado el cuerpo de policía tras encontrar a su mujer y su hija muertas a manos de unos adictos a Valkyr, una droga ficticia con potentes efectos alucinógenos. Max, destrozado por la pérdida de su familia, decide dedicar su vida a encontrar a los distribuidores de Valkyr. No es que en un videojuego necesitemos demasiadas excusas morales para disparar, pero está claro que la muerte de toda tu familia es un buen sustento para apretar el gatillo con alegría. En la segunda parte de la saga Max Payne: The Fall of Max Payne, nuestro protagonista ha vuelto al departamento de policía y parece que poco a poco va rehaciendo su vida, sin embargo otro caso complicado en el que se mezcla un grupo de traficantes de armas y una asesina a sueldo llamada Mona vuelven a hundirle en la miseria tras la muerte de esta.

Estas dos entregas (sobre todo en la primera) nos muestran un héroe de principios de siglo XXI, persiguiendo un objetivo más grande que él mismo: acabar con la nueva droga. Cierto que los fundamentos de sus objetivos se basan en una venganza individual, pero el héroe universal ha de partir de un objetivo cercano para encarar el objetivo colectivo (y si, me refiero a Frodo y su Comarca o Neo y su ansia de “despertar”). Max desarrolla su misión universal bajo un telón noir que ensalza su melancolía y le da pié para esas narraciones en off en las que se lamenta por la familia perdida, lo que en cierta manera le proporciona una zona de confort en la que su personaje se siente cómodo.

“Estoy triste, luego nieva sin parar, siempre es de noche y todos los que me rodean son yonkis deformados que parecen surgir de mis propias pesadillas”. Un mundo a la medida del héroe y su misión universal.

Pero el tiempo pasa inexorablemente para todos, incluso para Max Payne, y qué mejor para una tercera entrega que sacarle de su zona de confort y convertirlo en una caricatura del pensamiento de fin de milenio. Max, al igual que Hallenbeck, es definitivamente alcohólico, fumador constante y amargado profesional. También es un guardaespaldas especializado en que muera brutalmente todo aquel que tiene que proteger, y por último coincide con el protagonista del film de Scott en que lo único que busca es intentar hacer bien su trabajo, aunque Payne tiene el matiz de la redención personal en la protección de su cliente como representación de la protección que no pudo ejercer con su familia.

Si algo no paraba de hacer el personaje de Bruce Willis en El Último BoyScout era hablar. Frase molona antes de matar, después de matar, mientras mata, mientras conduce… Max intenta combinar una dialéctica similar durante los combates o la exploración, ya sea haciendo bromas con su compañero Passos en medio de un tiroteo o soltando alguna frase autocomplaciente con su desgracia cada vez que encuentra sus pastillas/botiquín.

Max se niega a abandonar el discurso en off heredado del ambiente noir de sus aventuras anteriores, quedando éste completamente desubicado en su situación actual.

Max anda perdido en Brasil al igual que Hallembeck investigando un trama de corrupción deportiva. Da igual que sea en un ático de lujo o en una fabela, Max está viejo y no se encuentra en su hábitat natural. Lo único que le enlaza con su pasado es matar, matar a todo lo que se mueve mientras las cosas van de mal en peor, pero ni siquiera eso le saca de su estado marchito.

Remedy Entertainment siempre ha utilizado elementos contemporáneos para reforzar el estado de ánimo de su personaje. Ya sean libros, cuadros o sobre todo la televisión. En esta ocasión desde Rockstar han decidido mantener ese nexo de unión con el personaje y aquí Max ve una serie de de animación llamada “Basesball Bat Boy”. El protagonista de esta serie es un niño/superhéroe que vence a los malos gracias a su habilidad con su bate de béisbol, sin embargo las cosas se complicarán cuando en el primer capítulo que vemos el villano convertirá al niño en un anciano gracias a un rayo-envejecedor, impidiéndole batear y dejándolo sin su mejor habilidad. Esto coincide con el tramo en el que Max está más melancólico. En El Último Boy Scout utilizan la relacción de Hallenbeck con su hija para realizar el mismo paralelismo. Hallenbeck, al igual que Max es un superhéroe moderno pero las circunstancias lo convierten en un paria, y así se lo hace saber su hija cuando se permite el lujo de insultar directamente a su padre. Ambos personajes se redimen haciendo lo que saben hacer: matar. En el segundo episodio de “Baseball Bat Boy”, el protagonista envejecido decide que si no puede usar su bate porque es demasiado mayor, usará algo que se adecúe a su edad, acabando con el malvado villano utilizando un palo de golf y recuperando posteriormente su juventud. En este punto del juego Max comienza a asumir las numerosas pérdidas ocasionadas por culpa de su alcoholismo y comienza un viaje aparentemente sin retorno para acabar con el villano. La redención de Hallenbeck llega cuando salva a su hija de un grupo de asesinos sin que ella sufra ningún rasguño. La niña comprende que su padre es un héroe y con eso llega el respeto, con la consiguiente recuperación de autoestima por parte de Hallenbeck.

La figura de Bruce Willis como héroe de acción se ve reflejada incluso en la vestimenta de Max, siendo el momento cumbre en el que éste decide quedarse en camiseta de tirantes.

También se pueden trazar paralelismos entre la desubicación de los lugares donde ambos investigan y a quienes. Ambos se verán envueltos en un escándalo político y ambos se encontrarán siempre alejados de lo que podrían ser sus ambientes habituales. Ya sea Willis recibiendo una paliza dentro de una mansión o Max con la cabeza rapada y barba dentro de una favela. Por cierto, en este tramo Max realiza un cambio de look radical y curiosamente es cuando adquiere su aspecto más hipster, con barba y camisa cantosa incluida. Todavía (y apurando un poco) podríamos establecer una pequeña similitud con el lenguaje. Hallenbeck recibe una paliza del que él mismo define como “un jodido académico de la lengua” y Max siempre se verá supeditado a un lenguaje que no conoce. Por último cabe destacar que ambos son muy buenos asesinos pero muy malos detectives, avanzando en sus respectivos casos siempre a trompicones.

El héroe arquetípico que representa Bruce Willis se podría aplicar a decenas de videojuegos, sin embargo ninguno (en opinión de quien esto firma) ha sabido recoger las características esenciales de los personajes encarnados por el actor de origen alemán. Quizá Max Payne 3 no sea el mejor título de la saga pero sin duda alguna es el mejor Max, o al menos el menos ñoño. Al fin y al cabo tanto Max Payne 3 como El Último Boy Scout no dejan de ser una revisión del clásico cine negro adaptada a su tiempo.

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