Nunca voy a olvidarme de una experiencia personal en mi vida relativa al mundo de los videojuegos. Hace unos cuantos años, me dediqué a dar clases de inglés e informática en colegios privados en forma de actividades extraescolares por cuatro duros.
Cuando te ves como profesor intentando enseñar algo a otras personitas de unos doce años aproximadamente que te observan y dan por hecho que eres alguien que sabe más que ellos, te invade un sentimiento de total inseguridad. Entre paint, word, excel dejaba unos diez minutos al final de la clase para jugar en los PCs, pero, lógicamente, el problema eran los medios que colegios de monjas y curas podían ofrecer para este tipo de clases.
Igual que un administrador de sistemas de cualquier empresa, puesto en el que actualmente estoy, me veía allí, delante de un montón de ordenadores y equipos antiguos pensando en qué podía hacer con todo aquello. Nada nuevo puedo decir a muchos profesores ya curtidos con estos temas. Yo en mi caso, consideraba firmemente que los videojuegos son una parte importante en el mundo de la informática y tuve que adaptarme a lo que había para proporcionar una experiencia decente a aquellos chavales.
Un día lo dedicamos a desmontar un PC, y verle las tripas. Fué muy productivo porque ellos descubrieron que había cosas dentro de las CPUs, y piezas que podían quitarse fácilmente, que aquello no era magia. Yo descubrí que no hay nada mejor que alumnos curiosos. Y eso si era mágico.
Preparé unos diskettes con algunos de los juegos más adictivos que pude encontrar y que pudieran ejecutarse en PCs casi tercermundistas y que proporcionaran diversión rápida. La verdad es que no hubo demasiado problema, enseguida pude hacerme con una copia de space invaders, r-type, pang, snow bros, tetris, y un largo etc. Me encantaba ver como la motivación del premio al final de la clase no sólo conseguía que se comportaran como angelitos, sino que incluso se interesaran por lo que yo les contaba, y en su diskette traían lo que habían hecho en casa. Aunque fuera un dibujo del paint con cierta complejidad hacía que aquello tuviera sentido.
Muchos de esos chavales tenían consolas en casa, o incluso PCs de última generación. Otros en sus casas mucho más humildes no podían permitirse ese lujo. Todo eso daba igual en los diez últimos minutos de clase. Les impresionaba muchísimo comprobar la adicción y lo divertidos que podían ser juegos de mucho antes de que ellos nacieran, y sobre todo entender que lo importante para pasarlo bien no es ni la plataforma ni lo potente que sea la máquina en la que lo juegues (ordenadores en avanzado estado de descomposición e instalaciones eléctricas lamentables). Varios terminaron viniendo con amigos para que les enseñara los juegos que les ponía en aquellos viejos ordenadores que se convertían en oro durante esos diez minutos cada día.
Ojalá pudiera compartir con todos los lectores de Nivel Oculto lo que se siente cuando ves a un chaval jugar al Space Invaders diciendo que su game boy advance no tiene esos juegos, y sobre todo, ver lo bien que se lo pasa, y la ilusión con la que contaba a sus padres su experiencia a la salida de la clase. No en vano muchos me pidieron una copia de los diskettes donde llevaba los juegos y me preguntaban cual era mi método mágico para que aquellas bestias pardas se comportaran con educación. ¿Que curioso verdad?, el secreto era la ilusión.
Realmente no sé quién aprendió más, si ellos o yo. El que quiera, de esta breve historia, podrá extraer algunos de los pilares que sustentan este blog, más allá del cachondeo con el que nos tomamos algunas cosas.