El género independiente sigue empeñado en demostrar que las sensaciones deben ser uno de los principales argumentos a la hora de abordar las mecánicas de un videojuego. En esto parece centrarse Gone Home, en ofrecernos una experiencia desconcertante de investigación en un lugar de lo más convencional: nuestra propia casa.
Volver a la casa de tus padres cuando llevas tiempo viviendo fuera es una sensación extraña. Por una parte estás regresando al que fue tu residencia durante muchísimo tiempo, pero sabes que ha dejado de serlo y que ya no formas parte de ese día a día que conforma la sensación de hogar. Ahí están esas decenas de comedias norteamericanas que juegan con el crecimiento personal y la barrera que eso supone al reencontrarse con la familia.
Fullbright, un pequeño estudio independiente afincado en Portland y formado únicamente por cuatro personas, que decidieron montar su propio proyecto a raíz de la realización del muy recomendable Minerva’s Den DLC de Bioshock 2. Su primero juego, Gone Home, pretende jugar con la curiosidad del jugador para desarrollar una historia aparentemente sencilla. Encarnamos a Katie Greenbriar, una joven que ha pasado un año fuera de casa y que acude a reencontrarse con su familia. Sin embargo, cuando llega a casa, descubre que no hay nadie y decide investigar el interior del caserón para entender donde está todo el mundo.
Sin duda alguna este tipo de títulos me pueden. Soy de los que explora cada miserable rincón de un mapa siempre que éste me pueda ofrecer algún tipo de información sobre lo sucedido en el lugar o en la propia historia del personaje, así que este Gone Home se ha colocado en mi infinita lista de deseados. Quizá estemos hablando de una evolución de la propuesta de Dear Esther hacia un patrón más cercano al videojuego clásico, y eso siempre es bien.