Qué bonito es el domingo, y a la vez qué puto. Bonito porque uno puede ir a misa, obviamente, y puto porque mañana toca ir a trabajar. El solecito que hace hoy invita a hacer cualquier otra cosa que no sea escribir esta entrada, como salir a la calle a pasear, ir a tomar unas cañas o darle una paliza a un mendigo hacer voluntariado; pero no, yo vengo a hablar de mi libro.
Para empezar, quiero aclarar que yo de latín no tengo ni papa de idea (por eso soy doctor y no profesor alemán, listos), y que si a alguno le apetece corregir la invención porque está mal conjugada, pues le regalo una piruleta, pero tiene que pagar los gastos de envío. ¿De qué hablo cuando hablo de horror finis? Pues si horror vacui (bonita expresión) es miedo al vacío, el horror finis es miedo al final, a terminar algo.
Vamos a situarnos. Imagínate tu juego favorito. Da igual que dure mucho o no. Recuerda tu primera partida. Saboréala. Siente lo que sentías en ese momento. Conecta con la historia. Están pasando muchas cosas, cosas con las que uno acaba implicándose y emocionándose, como si la trama fuera la de un buen libro. No lo sabes, pero intuyes que quedan pocas páginas para terminar, que doblarás dos esquinas más y pulsarás tres botones del mando y todo habrá acabado.
¿Notas esa sensación? Eso es el horror finis. El miedo a terminarse un juego.
¿Lo has sentido alguna vez? Yo vivo en sin vivir en mí cada vez que pongo un juego que me guste mucho en la consola. La trama me atrapa y me hace suyo. Soy James Sunderland y estoy en Silent Hill buscando a mi mujer muerta, pero no quiero llegar al hotel donde fue la luna de miel. Sencillamente, me da miedo. No sé por qué, quizá porque me horroriza la idea de que las cosas no terminen como yo quiero que terminen. Porque cuando termine la partida me desvincularé del juego y dejaré de participar en él. Quedará en mi memoria, con mucho cariño, pero ya habrá pasado y ni siquiera rejugándolo podré experimentar esa primera sensación que sentí.
Os pongo otro ejemplo: Final Fantasy VII. Por muchas veces que me lo haya terminado, nunca jamás podre apresar ese je ne sais quoi que me recorría, como un escalofrío, cuando la trama entraba en mí. Llegó un punto en el que terminó el juego y no volví a sentir eso. Entonces puse el Soul Reaver y pasó lo mismo al terminar. Y así hasta los últimos juegos con los que me ha pasado, Heavy Rain, Mass Effect 2 y Alan Wake. Si nos guiamos por esto, para mí los juegos deberían ser infinitos: seguirme provocando esa sensación por los siglos de los siglos, sin ver un final.
Aunque probablemente, entonces, tendría miedo a la eternidad. Pobre de mí, sólo me queda seguir buscando mi dosis, luchando por redescubrir esa sensación en otro título, probando y probando historias hasta meterme en una. Y ver cómo acaba. Y volver a empezar.