En el mundo que hoy nos ocupa hay definidas parcelas en las que se cultivan nuestros sueños, y no los sueños en sentido bucólico, si no los sentimientos más puros que existen, la ilusión. Debe haber un responsable que se encargue de ensamblarlos, catalogarlos, y utilizarlos una y otra vez. Hace unos días Twinsen hablaba de si realmente nos gustaban los videojuegos, un artículo con el que estoy completamente de acuerdo en su conclusión, y en esa línea creo que algunos negocios se mantienen y funcionan basándose en que sí existen personas que les gustan los videojuegos.
Este párrafo va dirigido a vosotros, que aún os acordáis del olor a nuevo tan especial que tenía la caja de la Game Boy, o de cualquier consola, que aún os acordáis que una vez la cruceta de nuestros mandos estaba fija, y los botones más duros. Estoy hablando de la generación que ahora está en la treintena, los que nacimos con un ordenador o consola bajo el brazo y que cualquier experiencia de una época pasada tan fructífera en nuestro descubrimiento de este sub-mundo nos emociona, por la simple grandeza del momento.
Quizá no exista un sentimiento tan sincero como el amor a los videojuegos, como a cualquier otra expresión artística, como la música, el cine, el diseño, la lectura… algunos de los amigos con quienes compartíamos esta pasión, han preferido dejarla de lado, quizá dejándose llevar por todos esos motivos que durante nuestra vida hemos escuchado en contra de los videojuegos, o sencillamente porque las personas con el tiempo no tienen más remedio que cambiar, descubrir y crecer en otros aspectos diferentes. Otros sentimos una necesidad que mi profesora de literatura llamaría cliché, una necesidad de contar al vacío de internet por qué un píxel es tan importante en nuestra vida, además de “descubrir y crecer en otros aspectos diferentes”.
Un traje nanomecánico vs dot matrix with stereo sound, el cd vs el vinilo, la radio vs la tv, las grandes glorias pasadas vs las tecnologías de la información, Fight!!!. Ahora volvemos al mundo real. Hace ya unos años alguien pensó que seria bueno volver a ver nuestras más puras ilusiones en nuevos soportes, mientras alguien a su lado se frotaba las manos, pensando en un mínimo coste en desarrollo de adaptación a una nueva plataforma y un precio de venta abusivo. ¿Quién sería capaz de comprar otra vez el mismo juego, en otro soporte, para otra plataforma?… principalmente personas que les gustan los videojuegos.
Entonces uno piensa en esa caja de Super Mario Land que tiene en el trastero de su casa, y el motivo que le ha llevado a gastarse cuatro euros en el eShop de 3DS para poder darse el gustazo de jugar de nuevo, evitando cualquier posible complicación, y sin moverse de la comodidad del sofá. Uno piensa en ese Super Castlevania IV que cambió en el rastro de Madrid por un muy reciente Mortal Kombat II, que ahora es un canal más en el grid de su Wii. Uno se irrita pensando que en cualquier plataforma, con todos los grandes desarrolladores implicados, se nos venda nuestra más pura ilusión las veces que sea necesario, generación tras generación, y sobre todo sin una pincelada de agradecimiento a los que ya estuvimos ahí antes.
Es la prostitución del videojuego, pagamos otra vez porque queremos sentir una vez más la ilusión que sentimos la primera vez. Por eso, sé que hay gente a la que sí le gustan los videojuegos, porque dado el poco interés de las nuevas generaciones en el origen y la historia de los videojuegos, si no fuera por eso este negocio del HAMOR no se sustentaría, un negocio en el que el target somos nosotros principalmente. Un sabor agridulce que para un servidor no deja de ser una realidad.