El 23 de abril del año 2000 se estrenaba Gran Hermano en España. No deja de ser curioso que coincidiera con el Día del Libro. Fue el programa de telerrealidad que dio el pistoletazo de salida a una auténtica invasión de formatos que se ha quedado con nosotros para siempre, porque, al fin y al cabo, ¿no son First Dates o la cosa esa de cocina en la televisión pública donde sale la nieta del Mengele de Franco formatos similares? Hasta entonces en el país había un star system que era una combinación de nobleza rancia a la que seguir en revistas del corazón, futbolistas, actores… y de repente se democratizó la celebridad. Y en las televisiones entendieron rápidamente que era mucho más barato fabricarte a tus propios famosos y sacarles hasta el tuétano. Crush House, lo nuevo de Nerial, no es nada sutil en el mensaje que quiere transmitir, ya desde el principio jugando con la polisemia de ese crush que se puede usar para el enamoramiento pero también para exprimir con fuerza algo.
Este, obviamente, no es un fenómeno ni mucho menos español. Ahí tienen ejemplos por ejemplo en las Kardashian que muestran perfectamente cómo se accede al estatus de celebrity gracias a los realities y luego se puede permanecer en él de manera indefinida buscando continuamente notoriedad. Porque lo importante no es llegar, sino permanecer en lo más alto el mayor tiempo posible. El mismo concepto de crecimiento continuo que se aplica en toda nuestra (i)lógica económica, utilizado para exprimir más y más a quien esté dispuesto a pasar por ese aro, apretar y apretar hasta que no quede más zumo y por si acaso seguir apretando. Esto, obviamente, ha dejado a muchísimos juguetes rotos por el camino, y esto seguro de que muchas de las personas que permanecen décadas así, a pesar de los lujos, han acabado catacrocker. En este rentismo del cuerpo podría entenderse que uno extrae recursos de sí mismo y los comercializa, enriqueciéndose por el camino pero al igual que la mina deja de dar mineral y cada vez hay que adentrarse más en las tripas de la Tierra, el propio cuerpo tiene un límite. ¿Y quién no pierde nunca? El que pone tus bienes en circulación: llámese televisión, Instagram, Onlyfans… Cuando el reguero de cuerpos rotos se agolpa en el vertedero ellos siguen contando billetes y buscando una nueva estrella.
¿Qué tiene que ver Crush House con todo esto? Toda su concepción está construida en torno a esa idea, aunque se presente un como un juego tontorrón en el que filmar a aspirantes a famosos. De nuevo no se pierde la polisemia: en vez de ser como otros videojuegos de gestión, aquí la vista es en primera persona, como si estuviéramos inmersos en un FPS. De hecho, el verbo que usamos para disparar o para grabar con una cámara sigue siendo el mismo en inglés, shoot. Crush House es un First Person Shooter en el que enfocamos una lente a un grupo de cuatro concursantes que hemos elegido previamente por su capacidad de generar espectáculo. ¿El objetivo? Que los distintos segmentos de audiencia no se cansen y permanezcan enganchados a la televisión. Una vez nos familiarizamos con la distribución de la mansión donde los ubicamos y entendemos qué nos pide cada audiencia (van variando y hay desde fetichistas de pies o de culos hasta adolescentes o divorciados) es una mecánica bastante sencillita y muy permisiva. Repetitiva. Complacemos a nuestra audiencia durante cinco días y el sábado celebramos el final del programa con todos los concursantes tirándose por el Tobogán de la Victoria, por el que nuestro avatar en el juego, una diligente productora, también se precipitará.
No hay un solo videojuego de Nerial que no tenga girito, y aquí lo hallaremos al final de la primera edición. Porque tras el tobogán todo empieza de nuevo y podremos, si queremos, repetir prtagonistas al elegir a los nuevos integrantes del casting. Tanto ellos como la vocecita que nos da instrucciones actuarán como si no hubiera pasado nada. La repetición tanto en las mecánicas como en las siguientes ediciones (Gran Hermano me chiva la Wikipedia que lleva 19) es parte del núcleo del juego. Restado el desafío con determinadas audiencias es un título que puede ser hasta aburrido, pero nos mantiene en el bucle cuando empieza a rasgarse el velo de la mentira. Tenemos prohibido hablar con los concursantes, pero ya sabemos desde esa primera advertencia que lo haremos, ¿no? Y cada uno tiene peticiones. Si empezamos a resolverlas algo pasará que nos hará adentrarnos en las tripas de la mansión, descorrer la cortina y ver lo que hay realmente entre bastidores. El público quería más y más de unos concursantes de los que se había enamorado. Muchísimo más. Machangos, pósters, productos patrocinados, apariciones en todo tipo de eventos, operaciones para lucir como cuando empezó el programa… ¿Y qué más? ¿Hay maneras creíbles de concederle la inmortalidad a un ser humano, de crear con él el producto perfecto, inagotable, siempre disponible? Crush House tiene las suyas y tampoco quiero contarles mucho más: el secreto está en exprimir y hacer un buen zumo.
Hace unos días saltaba la noticia de que un productor había demandado a Disney por recrear con CGI la apariencia del fallecido Peter Cushing en Rogue One. Cushing, fallecido en 1994, llevaba 22 años muerto cuando se estrenó la película. Recuerdo verlo en el cine y sentir una repulsión tremenda y la sensación de que ni bajo tierra era uno capaz de escapar de la picadora de carne. Con la reciente muerte de James Earl Jones también hemos sabido que dio hace años su consentimiento a una empresa de IA para que digitalizara su voz. Uno es capaz de imaginar una novela en la que tras el fin de la humanidad el actor que dobló a Darth Vader siga hablándole a la mirada vacía de una colección de funkos, eternamente.