Cada vez se consumen más psicofármacos, y en España (al menos en 2021) tuvimos el dudoso honor de ser la nación donde más se recetan, con la friolera de 91 dosis por cada 1000 habitantes. Esto se suma a un creciente interés por parte del público general en conceptos como la salud mental, pero también de las empresas y los propios Estados. A nadie le interesa un ciudadano triste, porque al fin y al cabo va a producir menos (un modelo ciertamente bismarckista de salud pública). Nada en contra de que todos nos interesemos por estos temas. El problema (y para mí es un problemón) es que muchas veces los propios usuarios de estos servicios de salud mental se convierten en correa transmisora de mitos y de un modelo médico (referido a la propia vida) que muchas veces perpetúa o exacerba la problemática y que echa de la discusión pública alternativas que serían mucho más interesantes y beneficiosas para el propio padecimiento.
Creo que se entiende muy fácilmente con el “a mí me funciona” que no le toleramos a los usuarios de homeopatía, porque tenemos una cierta cultura científica y no hace falta ser David Hume para entender que la coocurrencia de dos sucesos en absoluto significa que sean causa y efecto. Ese amimefuncionismo muchas veces se tolera acríticamente en el caso de los psicofármacos porque estamos ante una persona que sufre, que muy probablemente algún tipo de mejoría haya experimentado (aunque lleve años medicada sin visos a dejar de estarlo) y porque nadie quiere ser el aguafiestas. Lo mismo puede decirse de mi gremio, que ya les digo que si uno lleva muchos años con un psicólogo, lo más probable es que ese profesional esté haciendo algo mal, además de generarle una dependencia al paciente. Hay casos y casos y excepciones, pero espero que se me entienda. Porque la intervención psicológica es necesaria, claro que lo es. Pero no siempre y, desde luego, no en tantos casos.
¿Por qué todo este batiburrillo para hablar de Mind Scanners? Porque creo que explica muy bien lo que quiero decir. Porque el propio esperpento y la exageración son una manera muy potente de acercarnos a nuestra propia realidad: desde la parodia totalitaria que se dibuja en el juego de The Outer Zone podemos aprehender con más facilidad nuestra propia lógica trabajista y de felicidad obligatoria.
Encarnamos aquí a una persona que ingresa en el cuerpo de arregladores de cabezas de una megaciudad totalitaria que vive aislada del mundo exterior por unos enormes muros. Un mundo que alberga caos, mutación y dolor frente al orden perfecto de la Sociedad. Aunque recuerda mucho en su propuesta al clásico Nosotros de Yevgeny Zamyatin, la verdad es que la sociedad intramuros no parece tan totalitaria como la del libro. Aquí hay cierta libertad (de consumo) siempre y cuando uno no se desvíe demasiado de la norma. ¿Les suena?
En lo jugable es bastante evidente que Mind Scanners está entre los herederos de Papers, Please. Hay un punto de partida que nos obliga a trabajar en ese sector, tenemos que gestionar el dinero para que no nos echen de la Ciudad por no poder pagar el mantenimiento y la tarea de “sanar” a los “locos” es ciertamente repetitiva. Por un lado tocará cada vez interpretar un test proyectivo (el clásico emulo del de Rorschach que pregunta “¿qué ves?” ante unas manchas) para el diagnóstico y luego aplicar el tratamiento, una serie de maquinitas estrambóticas para cada tipo de locura. Todo esto con tiempo y con un indicador de estrés (que se llena con cada fallo y nos puede obligar a parar con el paciente y perderlo) y otro de personalidad, que disminuye con cada cura (pero no tenemos la obligación de respetar, y de hecho a veces se fomenta ese borrado). Digamos que el auténtico desafío está en tratar de mantener la personalidad del paciente (en detrimento propio pues gastamos más dinero y tiempo en hacerlo) mientras avanzamos en la historia, nos mantenemos con dinero para pagar y nos metemos, o no, en la esperable rebelión.
Lo verdaderamente interesante no está tanto en eso como en que siempre vamos a tener la capacidad de emitir un juicio clínico: sano o insano. Con los sanos perdemos dinero, porque nos reportan muy poca compensación, y puede haber consecuencias si se nos cuela alguien problemático. Pero es que hay muchísimos casos en los que la frontera entre ambas opciones está muy borrosa, o directamente nos lleva al lado de la mal llamada cordura. ¿Hay algo de malo en imaginar a un amigo invisible porque tu trabajo es tan monótono que te está desquiciando? ¿Es cuestionable el voto de silencio de alguien que, de resto, hace su trabajo lo mejor que puede? Son casos reales del juego, y en ambos, se nos dice que problemas a arreglar porque “asustan a la gente” o “molestan a los clientes”. Por no hablar de cuando nos mandan a “arreglar” a un disidente que está sanísimo o a un policía pervertido al que ponen los robots (cuyo caso bien podría parecerse al de las actuales terapias de conversión que se siguen usando en muchos países para torturar al colectivo LGTB+). También hay casos de problemas evidentes, como una famosa que padece un trastorno de la conducta alimentaria o un hombre que se cree un árbol, pero la mayoría de veces no está tan claro. Eso sí, todos y cada uno de ellos son susceptibles de ser clasificados como locos, con trastornos con nombres como tristalia que deberían indicarnos el camino que vamos llevando. En Mind Scanners estar triste es un problema porque no produces en el trabajo, y si parte de curarte implica borrar tu personalidad… bueno, pues más trabajarás.
Me gusta mucho cómo gestiona esto el videojuego, cómo deja lentamente que seas tú el que se vaya planteando si no te estás pasando emitiendo juicios y si realmente lo que te está contando alguien es (o no) un problema. Y cómo la mayoría de padecimientos sólo son graves en tanto afectan a la productividad o inquietan a los compañeros de trabajo. Por nuestro paso por él creo que vamos entendiendo algo que damos muchas veces por hecho: que cualquier conducta que se sale un poco de la norma es susceptible de ser clasificada y ser empaquetada con un nombre. No voy a dar la lata aquí con lo bueno y lo malo de la taxonomía patológica a la hora de hablar de problemas de salud mental, pero sí que creo que es importante al menos agarrarse un poco a esa reflexión. ¿Merece la pena ponerle un nombre a que estés tristísimo porque has roto con tu pareja de años y tu trabajo sea una mierda? ¿De verdad la mejor forma de afrontarlo es eliminarte eso que estás sintiendo y de paso parte de lo que eres? Creo que en Mind Scanners te hacen esa misma pregunta.
Y, sobre todo, el juego no se corta nada en dejar claro a quién estamos sirviendo cuando adoptamos alegremente el papel de scanner. No es a nuestros pacientes, sino a todo el entramado monolítico que existe para perpetuar que la Ciudad siga funcionando. Porque para el Constructor (el líder de esta sociedad) bien podría ser una utopía un mundo de zánganos sin cerebro que se dirigen al trabajo y vuelven a pasar la noche en casa sin molestar, existiendo para la mayor gloria del orden y la limpieza. Cabe pensar, mirando las estadísticas de prescripción de psicofármacos y cómo hemos acabado viviendo en el mundo en el que se ve como normal tener que medicarse para aguantar el día a día, si hay tantas diferencias con la realidad actual.