Thirsty Suitors es, claramente, un videojuego que no está dirigido a mí. Y creo que esa es una de las cosas que lo hace más interesante, que tiene claro que quiere contar un relato generacional y le da absolutamente igual que los que estamos fuera de ese mundo no lo pillemos, que se dirige a quienes considera que son los suyos. Si llega a otros lados estará genial, pero a donde tiene que llegar realmente es al suyo propio. Yo no puedo decirles si eso lo ha conseguido porque, de nuevo, no me está hablando a mí y no sé qué pensará su público objetivo, pero sí que voy a tratar de contarles varias de las cosas que más interesantes me han parecido de él.
Mientras me lo pasaba hablaba con mi mujer de cómo me parecía el juego zoomer por antonomasia, no sólo por el mundo que presenta sino por la manera de hacerlo. Thirsty Suitors no lo dice pero podría tener a sus protagonistas diciendo que algo que les gusta “se lo meterían por el culo”, hace una suerte de reflexión de lo que aquí llamamos “lo horny” y abraza continuamente el escenario multicultural y queer en el que se mueve una generación a la que le cuesta menos que antes (y no digo con esto que cueste poco) mostrarse tal cual es.
De hecho, “orgullo” es una palabra que bien podría definirlo. Porque por un lado muestra orgullosamente las disidencias sexuales de la protagonista y sus ex-parejas, pero también la cultura de la que provienen todos ellos: no lo hace a modo de guiños, sino que trata de mostrar la mentalidad de sus mayores y de cómo han tenido que adaptarse a un mundo cambiante; el amor por su cultura o el papel importantísimo de la cocina como hogar cultural al que volver incluso cuando se está lejos de casa. En todo esto Thirsty Suitors creo que muestra muy bien cómo ve el mundo un miembro de la generación Z en Estados Unidos (y por ende, cómo esto se irradia al resto del mundo).
Uno podría pensar que no hay nada nuevo aquí, que ya hay muchos ejemplos en el medio de obras generacionales, y es que eso es lo interesante, que ahora le toca a los que vienen detrás. Los millennials tuvimos Three Fourths Home y Night in the Woods como máximo exponente en el videojuego, además de una plétora de libros mediocres sobre los nuestros (yo salvo de la quema a En la tierra somos fugazmente grandiosos, que curiosamente también es multirracial y en EEUU). Y, miren, las historias de Mae Borowski y Jala Jayaratne son casi las mismas: las de una mujer joven que vuelve derrotada a casa de sus padres, a un pueblo decadente que se va consumiendo y donde acechan los fantasmas de la adolescencia e inicios de la edad adulta. Las diferencias, animales antropomórficos aparte, son más de visión que de acción: el mundo de Jala nunca prometió nada, ya estaba en decadencia cuando huyó de la universidad con una mujer diez años mayor. La hiperexigencia de unos padres del sudeste asiático podía seguir impulsándola al éxito (y eso hizo con su hermana mayor) pero la realidad ya era la que era. Algo que vemos cuando en los periódicos nos bombardean con noticias de que los malvados zoomers no quieren hacer del trabajo su vida, que quieren trabajar lo mínimo posible y que la tranquilidad es lo que más se busca. Ese nihilismo bien entendido, hasta el punto de ser más existencialista y celebrante que tenebroso, es una característica que pertenece a Jala y los suyos, con los que la propaganda no llegó a funcionar porque era evidente que el emperador iba desnudo.
¿Por qué digo que esto es realmente un diálogo generacional? Porque aunque nos enfrasquemos enseguida en la mecánica de “derrotar” (más bien recomponer) a nuestros exes, pronto nos daremos cuenta que de fondo late la relación entre Jala y su hermana mayor (millennial) y su madre. Un mundo de silencios, de palabras no dichas y de rabia que escapa y nos hace daño por no ser capaces de ponernos uno en el lugar del otro. Porque tanto su hermana mayor como su madre han sido víctimas de su propia educación, de las expectativas y del lugar que les tocó ocupar en el mundo. Quizá sea su madre el personaje más importante, y la interacción que tienen ambas cocinando (madre siendo hiperexigente mientras enseña, hija desafiando o acatando para no ser criticada) la más relevante. Al fin y al cabo es el minijuego de cocina el que acaba precipitando el final auténtico del juego, la visita de la abuela y el alzarnos con toda esa rabia juvenil de quien tiene unas normas distintas y no va a someterse al viejo mundo lo que por fin logra que haya un espacio honesto de entendimiento entre todas.
Cuando empecé a jugar Jala me parecía un personaje odioso y me ha servido para darme cuenta de que, probablemente, yo le pareciera igual con su edad (25) a alguien de mi edad (casi 39 y encima padre). Su mundo está claro que no es el mío, aunque sea un vecindario al que de cuando en cuando yo mismo pueda desplazarme para hacer turismo generacional, ya sea en redes o desplazándome a algunos de sus espacios. Y lejos de querer romantizar a la generación que viene detrás o de proclamar que “los zoomers van a salvarnos” (aunque esto lo pienso a menudo), sí que agradezco haberme podido acercar a un juego con esta personalidad. Con todos sus fallos, sus elementos mejorables y evidentemente sus aciertos, Thirsty Suitors tiene algo que decir. Frente a la máxima de que hay que escuchar a nuestros mayores también hace un corte de mangas y dice que hay que escuchar a los jóvenes, y logra hacerlo teniendo razón y sin parecer iconoclastia barata. Así que una petición sincera a ustedes, que vienen detrás: no se corten y sigan haciendo juegos así.