A veces confundo el baño con la cocina.
Leche hidratante, refrescante champú de kiwi, aceite corporal, protector solar con extracto de zanahoria, crema tonificante de pepino, gel de avena y hasta un jabón con aroma a canela servido en un plato. Cuando acabo de asearme ya he desayunado.
Aunque no dudo de las propiedades higiénicas o vigorizantes de estos productos, algunos nombres parecen formar parte de una estrategia comercial. Incluso es posible que varios estén fabricados de verdad con esas sustancias, pero en realidad se trata de hacernos pensar en una serie de ingredientes naturales, porque así todo nos parece más saludable. Lo de que nos vendan productos de baño con nombres alimenticios, apelando a la salud, es un buen truco. Por supuesto, con la comida de verdad también pasa lo mismo: Acordémonos de la moda de lo light, que fue sustituida más tarde por la de los alimentos bio.
La cuestión es que esto funciona según las modas. Por ejemplo, parece ser que lo mejor para lavarse el pelo, como he descubierto recientemente, es un champú hecho con algo del caballo. No sé exactamente el qué ni quiero saberlo. No lo compro porque en la botella sale un dibujo con la cabeza del equino y me recuerda demasiado a una escena impactante de la película El Padrino. La verdad es que aunque tampoco me pondría crema de baba de caracol en la cara, reconozco que algunos nombres venden. Los nombres o lo que se supone que contienen los potingues, no lo sé.
Con los productos de otra índole tampoco nos libramos de esta estratagema. Los de limpieza suelen llevar el poder desengrasante del limón, los electrodomésticos que nos convencen son los de la tecnología alemana y cualquier otro aparato, en general, ha de ser digital porque todo el mundo piensa que lo analógico está anticuado. Y por supuesto, como deberíamos saber, también en los videojuegos se aplican estas fórmulas para que nos resulten más atractivos.
¿Hacemos un repaso y vemos qué tipo de ingredientes nos gustan?
Los zombis, desde luego, son los reyes del momento. En el cine y la literatura no son nuevos, pero nunca habían tenido un auge como el actual. En los videojuegos, terreno propicio para los elementos de ficción fantástica, son los monstruos perfectos: Inmunes a casi todo porque ya están muertos, pero limitados por un cuerpo humano perecedero. Esta combinación los hace ideales como contrincantes, ya que asustan y son insistentes, aunque también algo torpes y se rompen como melones maduros. Sabiendo esto, que nos dediquemos a reventar cabezas o a poner pies en polvorosa es una decisión muy personal. Aún así, mi compañero Javier Alemán nos recomienda huir del juego Dead Island y no de los monstruos que lleva dentro. Es bueno saberlo.
Una variante de los zombis son los llamados infectados, que a diferencia de los primeros suelen ser más rápidos. El zombi es un muerto que se ha levantado a saludarte sin motivo alguno, mientras que el infectado ha contraído una enfermedad que le hace comportarse así. Aunque algunas suegras ya nacen con esta dolencia, lo normal es que el virus se propague por contagio, tras un mordisco. Con la novela Soy leyenda, de Richard Matheson, aprendí que este mal no se cura con la penicilina, así que cuando Capcom sacó su famoso Resident Evil no dudé en apretar el gatillo a las primeras de cambio. Hablando de Soy leyenda, os diré que no me gusta aquella versión cinematográfica con Will Smith porque no me lo creo en el papel de salvador de la humanidad. Yo prefiero una película de los años setenta que se llama El último hombre vivo (The Omega Man) y que estaba protagonizada por Charlton Heston. Ese sí que era un héroe creíble. Después de pegarle una paliza a un romano en una carrera de cuadrigas y de comprobar que los monos eran más listos que los hombres, fue presidente de la Asociación nacional del rifle. Supongo que aquellos simios le atizaron demasiado fuerte en la cabeza.
Sigamos con los elementos fantásticos para hablar de los dragones. Un conocido mío afirmaba que cualquier videojuego que llevara la palabra dragón tenía que ser bueno a la fuerza. Nueve de cada diez jugadores prefieren a esta bestia alada antes que a cualquier otro animal mitológico. Yo soy el rarito, sí. No estoy diciendo que me disgusten los dragones, que quede claro, pero como no soy muy amigo de la literatura de Tolkien, cuando me enteré de que se dedican a guardar cosas brillantes como si fueran urracas, perdieron parte de su encanto. Podemos nombrar varios videojuegos en los que el reclamo son los dragones, como los recientes Dragon Commander o Skyrim, y en los viejos clásicos de rol encontraremos numerosos ejemplos en los que si no son los protagonistas, aparecen al menos como actores del reparto.
El dragón es un ser gigantesco, de piel dura y volador. Su hálito de fuego, fuerza y resistencia a la magia le convierten en un enemigo formidable. Su belleza reside en su propia monstruosidad y en el respeto que merece su poder, así que no me extraña el magnetismo que proyecta, a pesar de Tolkien. Lo más sensato es no acercarse nunca a un dragón, pero por la razón que sea en los videojuegos de rol siempre acabamos atravesando alguna cueva habitada por uno de estos seres. En tal caso no se me ocurre mejor estrategia que salir por piernas, pero si la lucha es inevitable lo mejor que uno puede hacer es matarlo mientras está distraído merendándose al resto de aventureros del grupo. ¿Ah, que ibas solo? Pues entonces reza lo que sepas.
Mi monstruo favorito es medio humano y por eso me encanta. Su afable sonrisa esconde en realidad a un peligroso depredador, pero no me estoy refiriendo a José María Aznar, sino al vampiro. Vampiros hay de muchas clases, pero el que más me gusta, el vampiro por excelencia, el padre de todos ellos, es Drácula. En el cine se ha representado muy bien al vampiro, o lo que al menos yo creo que ha de significar su fascinante figura, bien sea a través del terrorífico ser que encarnó Max Schreck en Nosferatu, el Drácula elegante de Béla Lugosi y Christopher Lee, o los guaperas sureños protagonizados por Tom Cruise y Brad Pitt. Por desgracia, en los videojuegos no se ha plasmado como se merece el atractivo del vampiro; es verdad que la serie Castlevania de Konami es un referente con algunos títulos muy buenos y que hay otros ejemplos destacables como el Vampire: The Masquerade – Blood Lines de Troika Games, pero la característica más interesante del vampiro, la que lo convierte en un personaje extraordinario, muy por encima de otras abominaciones, es su condición de humano.
Tengan esto en cuenta, señoras y caballeros. Un vampiro puede convertirse en niebla o animal nocturno, luchar con la fuerza de diez hombres o dormir en un cajón de pino, pero lo más bonito del vampirismo es su lado romántico: La condena de tener que vivir eternamente y sin poder enamorarse, pues sus conquistas acaban marchitándose por el paso del tiempo o siendo víctimas de sus colmillos. La angustia que causa la sed de sangre, haciéndole sufrir al pobre como al más colgado de los yonquis. El problema de tener que acostarse antes de que salga el sol, mientras todo el mundo sigue en la discoteca… Todas estas tragedias no han sido convenientemente tratadas en los videojuegos, o al menos no con la fuerza dramática necesaria, ni siquiera en Legacy of Kain, interesante serie pero cuyos protagonistas no resisten la comparación con el conde de Transilvania.
Siendo yo un chaval empecé una colección de libros de aventuras y el primero de ellos era La guerra de los mundos. Su autor, Herbert George Wells, relataba cómo unos extraterrestres venidos de Marte invadían la Tierra. Más o menos por aquella época, tuve la oportunidad de ver en la televisión una película de Don Siegel que se titula La invasión de los ladrones de cuerpos, en la que unos alienígenas con aspecto de vaina replicaban y sustituían a los habitantes de un tranquilo pueblo americano. Me inquietó averiguar lo cerca que el género humano podía estar de su fin, exterminado por unos desalmados vecinos que algunos llamamos extraterrestres y otros llaman comunistas.
Los extraterrestres son uno de los temas más manidos en los videojuegos. Las primeras máquinas recreativas en las que me dejé mis pocas monedas fueron Space Invaders, Galaxian y Phoenix, donde nos teníamos que defender contra todo un ejército de naves enemigas. Sin embargo, el encuentro cara a cara con los marcianos, con aquellos malditos invasores que venían a nuestro planeta vaya usted a saber con qué propósito, fue lo que me proporcionó la impagable satisfacción de poder mirarles a los ojos antes de mandarlos al otro barrio; por ese motivo doy las gracias a UFO: Enemy Unknown, también conocido como X-COM: UFO Defense, por darme la oportunidad de demostrar la valía de los humanos frente a aquellos ilusos marcianos que invadían la Tierra, pensando inocentemente que nos iban a ganar en una guerra de guerrillas. La historia nos ha demostrado que debemos estar siempre alerta para evitar las invasiones; al pobre Gordon Freeman, despistado científico y ciudadano de bien en Half-Life, se le coló por un agujero interdimensional todo un ejército de extraterrestres en menos que canta un gallo. ¡Ojo avizor, amigos!
No todos los monstruos son imaginarios.
Además de por estas bestias nacidas de la fantasía humana, sentimos una especial fascinación por otras que nunca hemos llegado a conocer. Los dinosaurios son animales que sí han habitado nuestro planeta, pero en tiempos tan remotos que solamente Matusalén ha podido convivir con ellos. Estos bichos, de tamaños y formas variables, son tan bonitos como peligrosos. ¿Por qué? Porque son reptiles. No puedes fiarte de un reptil y si tienes una iguana en casa no te equivoques pensando que es tu amiga, porque no lo es. Por si tenías dudas, Steven Spielberg nos montó un Parque Jurásico basado en una novela de Michael Chrichton y las consecuencias quedaron perfectamente claras.
Por citar juegos antiguos, me acuerdo de una máquina recreativa de Capcom bastante divertida que se llamaba Cadillacs and Dinosaurs, que era de esas de ir arreando candela por el barrio; también me gustaron los títulos de plataformas de Mega Drive y Super Nintendo basados en las películas del citado Parque Jurásico, pero la versión para Mega CD era una aventura gráfica en la que debías recuperar los huevos de varias especies y la verdad es que no me acabó de convencer. Recientemente he visto algunas ideas que parecían prometedoras, como Orion: Dino Horde o Dino D-Day, pero a juzgar por las críticas que he leído no deben de ser muy buenos. Es una pena, porque los dinosaurios me parecen un recurso divertido para los videojuegos, y si no que le pregunten a Lara Croft por el susto que se llevó al encontrarse con un Tyrannosaurus rex.
De pequeño creía que los ninjas eran esos chinos que salían en las peores películas del videoclub. Luego descubrí que los verdaderos ninjas habían sido espías mercenarios al servicio de los señores feudales japoneses. Sean chinos o japoneses, lo que nos gusta de estos personajes es que son capaces de saltar hasta el tejado de una casa, a cinco metros de altura, para rescatar a tu gato. Además, dominan las artes marciales, el lanzamiento de dardos y las técnicas del camuflaje. Supongo que los ninjas reales llevarían ropa oscura para esconderse mejor por la noche, como los ladrones, pero en esas películas tan malas del videoclub vestían trajes de colores llamativos. También es importante saber diferenciar a los ninjas de los samuráis, que son los que salen en el buen cine. No recuerdo haber visto a Toshiro Mifune haciendo el ridículo disfrazado de ninja amarillo, pero sí que ha sido un gran samurái en las películas de Akira Kurosawa.
Como los ninjas forman parte de la cultura japonesa, es fácil encontrar buenos videojuegos basados en estos personajes. Ninja Gaiden de Tecmo es un clásico de las máquinas recreativas que pasó después a las videoconsolas, del mismo modo que Shinobi de SEGA. De este último también hay una bonita versión llamada Shadow Dancer, en la que el ninja va conjuntado con un perro blanco y un traje ibicenco. Si estáis buscando un juego más moderno, el mejor ejemplo que se me ocurre es el divertido Mark of the Ninja, de Klei Entertainment.
Hablemos de los nazis. Lo que Adolf Hitler no sabía en el año 1933, cuando alcanzó la cancillería alemana, es que su fealdad física y moral encajaría estupendamente en los videojuegos. ¿Por qué nos gusta Hitler? Porque todo el mundo desea matar a un tipo así. El nazi es un ser de naturaleza despreciable y su jefe supremo es capaz de concentrar todo nuestro odio. Los nazis, como encarnación del mal, son seres sobrehumanos: Yo no puedo adivinar qué religión profesan mis vecinos, a no ser que llamen al timbre de mi puerta un domingo por la mañana, con una cartera en la mano y unos folletos en la otra, mientras que un nazi, en cambio, es capaz de detectar a un judío con cierta facilidad. Los nazis, además, tienen la ventaja de pertenecer a una etnia superior. Por encima de los negros, los asiáticos y los pobres proletarios blancos, están los banqueros y los dirigentes del Opus Dei; bueno, pues más arriba aún están los nazis.
Harrison Ford me cae bien porque no congeniaba con los nazis ni en el cine ni en los videojuegos. Este señor protagonizó dos aventuras gráficas de Lucas Arts que se llaman Indiana Jones and The Last Crusade e Indiana Jones and the Fate of Atlantis que ya debería haber jugado todo el mundo. También tenemos nazis destacados de id Software y no estoy hablando de John Carmack, sino de Wolfenstein 3D, donde incluso salía una versión robotizada del propio Adolf Hitler. Unos años después, en Return to Castle Wolfenstein volvíamos a luchar contra ellos, pero aparecían también unos zombis que le daban al juego un valor añadido, por supuesto. Lo bueno de los nazis es que se pueden mezclar con casi todo, como la nata: Nata con nueces, nazis con zombis, café con nata, nazis con dinosaurios, fresas con nata, nazis con robots, nata con chocolate, nazis con nata.
Dejando a un lado la broma.
Para acabar diré que el videojuego, como producto tradicionalmente destinado a un público juvenil de mayoría masculina, acude con frecuencia al recurso fácil del sexo femenino. La mujer no ha sido normalmente retratada con fidelidad y educación, sino caricaturizada con una anatomía exagerada de pechos imposibles, caderas turgentes o mirada lasciva, y caracterizada como un simple objeto al servicio de la mirada de los hombres. Admito pocas burlas con este asunto: Como hombre heterosexual no soy inmune a la agradable visión de una teta, pero como adulto responsable y maduro me repugna el abuso machista que se hace de la mujer como táctica para vender cualquier producto.
Saquemos algunas conclusiones.
Ya habéis visto que los zombis, los dragones, vampiros, dinosaurios, extraterrestres, nazis, el sexo y muchas otras cosas más que no he nombrado pueden ser buenas ideas para los videojuegos, pero mucho cuidado porque no es oro todo lo que reluce. Los buenos ingredientes no bastan: Hay que saber cocinarlos. Estoy seguro de que lo tenéis presente y procuráis evitar los malos juegos, así que hacedme el favor de obrar con la misma prudencia a la hora de escoger el cine que vais a ver y qué libros leeréis. Seguro que a la larga lo vais a agradecer.