Es bastante probable que esto a ustedes les dé igual, pero he tenido una pequeña batalla interna a la hora de tratar de enfocar la crítica de Vampire Therapist. No tanto por la valoración que haya hecho del juego (me ha gustado) sino por si era pertinente aprovechar también mi condición de psicólogo para meterme de fondo en algunos de los procesos y mensajes de la obra de Little Bat Games. Al final creo que ha ganado la cordura y se librarán de una chapa mía sobre la relación actual que tenemos con la terapia psicológica o lo adecuado de que el público general maneje ciertos términos, porque también, tras darle muchas vueltas, creo que ése no es el mensaje principal de la obra.
Porque aunque Vampire Therapist ha invertido muchísimo esfuerzo (y consultores) en tratar de representar de manera verosímil lo que podría ser una sesión de terapia cognitiva (la más clásica y la menos “conductual”), también gran parte de lo que pretende es trasladar un mensaje de compasión y de cariño, una visión profundamente humanista hablando como hablamos de una suerte de novela visual protagonizada por un vampiro que quiere aprender a ayudar a otros vampiros.
Sam Wells, que en vida fuera un forajido en el Salvaje Oeste, tiene muchos pecados que lavar. Ya antes de renacer como chupasangres había llenado su biografía de violencia, pero su conversión lo transformó en algo muchísimo peor. No quiero revelar demasiado de su historia personal, así que sólo diré que gracias a un grupo de personas consiguió entender que su condición no le obligaba a ser una bestia inhumana y que con la sabiduría que puede dar décadas de reflexión interior encontró, de alguna manera, algunas de las distorsiones del pensamiento que le habían mantenido encadenado a su antiguo ser. Y ahora, tras mucho buscar, ha encontrado a un mecenas, un vampiro milenario fascinado por la ciencia humana de la psicología, que quiere ayudarle a convertirse en terapeuta.
Podría parecer que una trama así de sombría, encima con vampiros de por medio, daría para un cuento gótico, tenebroso y profundo, pero lo cierto es que no. Porque la primera buena decisión a la hora de construirlo todo está en haber optado por un sentido del humor tontorrón y algo oscuro, que le debe mucho a obras como El Jovencito Frankenstein y (obviamente) What We Do in the Shadows. Así Vampire Therapist logra navegar por las procelosas aguas del existencialismo y eludir icebergs en forma de temas trágicos sin convertirse en un tostón exageradamente dramático. De hecho se permite incluso algunos jugueteos con temas actuales como la dictadura del algoritmo y las redes que creo que gestiona con gran ingenio.
Lo repito antes de seguir contándoles: hablamos de un videojuego bien documentado y bien escrito, que sabe moverse con un equilibrio casi perfecto por distintos tonos sin salir dañado. En una obra así los personajes lo son todo, y tanto nuestros “consultantes” como el elenco de secundarios están muy bien diseñados, sorprendentemente vivos y con un nivel de cariño estratosférico. Algunos de ellos pueden parecer de entrada una caricatura (hay un par, los menos importantes, que lo son), pero guardan en su interior un alma y unas inquietudes que les ponen más cerca de los vivos que de los no-muertos. El elenco que los interpreta lo hace también de sobresaliente, con actores que van desde Cyrus Nemati (director creativo del juego y doblador también en títulos como Unavowed o Hades) y Francesca Meaux (Hades, FFVII Rebirth) hasta el archiconocido Matt Mercer.
Buena decisión, porque quitando un par de minijuegos simpáticos como morder para alimentarse y pequeñas sesiones de meditación, Vampire Therapist es básicamente una aventura conversacional. Ya desde la primera charla de Sam con Andromachos (su mentor) entenderemos primero la visión del primero y luego el segundo tratará de casarla con lo que sabe de psicología cognitiva y cómo puede utilizarse para ayudar a otros. El concepto clave aquí van a ser las distorsiones cognitivas, término propuesto por Aaron Beck, uno de los “padres” de esa corriente psicológica. Resumido muy groseramente diríamos que se trata de sesgos en nuestro propio pensamiento que cuya persistencia hace que mantengamos creencias e ideas sobre nosotros mismos que nos provocan malestar y nos impiden progresar.
Pues bien, su aprendizaje y correcta detección puede ayudarnos a trabajar esas creencias en otras personas, a que las modifiquen por otras más realistas y menos dañinas para sí mismas. Y eso provocaría una sustitución posterior de nuestros propios hábitos. En este sentido hablamos de la terapia cognitiva más “pura”, incluso antes de maridarse con la conductual en forma de terapia cognitivo-conductual, que dominó durante décadas la práctica clínica. No entro a valorar este acercamiento salvo para decir que se nota que hay un verdadero esfuerzo por entenderlo y querer aplicarlo correctamente.
Así que en cada sesión charlaremos con nuestros pacientes y trataremos de detectar y señalarles los “fallos en su pensamiento”. En esto el juego es bastante clemente y nos va a asistir durante toda la partida, aunque obviamente será todo más satisfactorio si vamos acertando e interiorizando las distorsiones cognitivas que aparecen. No es muy complicado y muchas veces basta con prestar un poco de atención. Las sesiones tienen entonces un poco de lucha de voluntades, de enfrentamiento del consultante consigo mismo mientras nosotros le animamos en la lucha. Se hacen muy entretenidas y aunque tengamos algún personaje que nos guste más que otro, uno acaba cogiéndoles cariño a todos y deseándoles lo mejor. Entendiéndoles, empatizando.
Ahí está la que yo creo que es la clave de Vampire Therapist, y por lo que no he querido extenderme en los conceptos psicológicos que maneja. Porque no va de eso. Va de comprender a otros, de ponerse en sus zapatos y de aceptar que hay gente distinta a nosotros en el mundo cuyo sufrimiento, por ridículo que parezca, merece nuestra compasión. Es una apuesta contra el cinismo que impera la discusión pública y en las redes sociales, una elección consciente por el candor. Y eso tiene muchísimo valor.
Más allá de ser una obra muy interesante, de ser graciosa y entretenida, creo que Vampire Therapist se la ha jugado todo a ser un videojuego cariñoso hacia los demás. El personaje de Sam Wells es, además, un protagonista fantástico, vivísimo y tan bien construido que uno quiere saber más del viejo cowboy. Es fundamentalmente a través de él que se esparce todo el mensaje que el estudio quería hacernos llegar, y debo decir que yo también he sentido ese cariño. Espero que ustedes lo sientan también.