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Análisis: Unpacking 1

Análisis: Unpacking

Guardar la vida en unas pocas cajas

Análisis: Unpacking 2
Fecha de lanzamiento
2 noviembre, 2021
ESTUDIO
Witch Beam
EDITOR
Humble Games
PLATAFORMAS
PC, Mac, Linux, Switch, XBOX

1998. Tenía tres años recién cumplidos cuando nos mudamos al piso en el que tuve mi primera habitación. La recuerdo estrecha y alargada, con el armario de madera en el fondo, justo al lado de la ventana. Y la mochila de simba colgada del picaporte. Recuerdo que ya tenía una GameBoy Color verde y una Supernintendo, aunque casi no sabía cómo funcionaban. Era un piso pequeño pero frío, íbamos moviendo la estufa para calentar todas las habitaciones. Y luego la dejábamos un rato en el pasillo, donde mi madre colgaba sus cuadros.

Unpacking comienza con una mudanza y una primera habitación a la que debemos darle un orden. Todo lo que hace que el juego funcione ya está aquí, en estos primeros instantes, y se presenta con una facilidad que no todos los juegos saben transmitir. Se trata de desempaquetar cajas y colocar objetos. Poco más, por el momento. Pero es necesario que seamos conscientes de que se trata exactamente de eso: abrir cajas, sacar objetos, colocarlos en una habitación. Puede parecer algo anecdótico, otro juego que convierte una tarea que todos detestamos en una actividad wholesome, un truco gracioso.

Pero nada más lejos de la realidad: es una idea que funciona incluso reducida a su expresión puramente jugable. Porque está tratada con un mimo y una precisión envidiable, que convierte el gesto mecánico de colocar los objetos en una cuadricula invisible en un acto profundamente expresivo. Por lo bien que se recrea la habitación y lo inspiradora que resulta, por lo detallado de los objetos y lo acertado de la selección, por la reconversión del espacio en un diorama que a su vez se convierte en una caja de música, por el sonido del cerdito de peluche contra las sábanas y la pelota contra la moqueta.

Y eso es lo que hay en un primer nivel. Una habitación y unas pocas cajas llenas de objetos, y la libertad de colocarlos uno por uno sobre una cuadrícula. En ese proceso de apropiación del espacio conocemos a la persona tras los objetos y empezamos a familiarizarnos con ella únicamente a través de sus pertenencias. Hay una vida detrás de todas esos sprites.

Análisis: Unpacking 3

2005. Con diez años volvimos al barrio en el que vivíamos cuando nací, donde vivía también mi abuela y casi toda la familia de mi padre. El piso era todavía más pequeño pero mi habitación era un poco más grande. El armario de madera vino conmigo, y la mochila de simba. Recuerdo que en aquella mudanza apareció una copia de La Historia Interminable que mi madre guardaba desde muy joven y que devoré en pocos días; ahí empezó mi gusto por la lectura. La GameBoy y la Supernintendo las cambié por una PS2 a la que acabaría quemándole el lector de discos. Y las paredes de mi habitación comenzaron a llenarse de figuras de El Señor de los Anillos.

Con la segunda mudanza terminamos de entender que Unpacking es mucho más que una base jugable agradable. No se trata solo de abrir cajas, sacar objetos y colocarlos en una cuadrícula, sino de qué dicen esos objetos, de qué forma nos apela el espacio y cómo habla de nosotros la manera en que hacemos que objetos y espacio se relacionen.

Así veremos cómo algunos de los elementos de la primera habitación siguen estando en las cajas, lo que traza un hilo narrativo y una continuidad que es capaz de contar una historia. No solo por los objetos que nos acompañan, también por los que se pierden y los que llegan por primera vez. Y por dónde se coloca cada uno de ellos. No es casual que conservemos una caja de pinturas y una libreta y, sin embargo, tantas otras cosas desaparezcan, del mismo modo que no tiene el mismo significado colocar un bote de pintura sobre la mesa que en fondo de un cajón: la relación con los objetos define la trayectoria vital de una persona e introducirnos en esa intimidad nos hace sentirnos muy cerca de ella. Incluso sin que lleguemos a verla o a saber más que lo que nos cuentan unos cuantos objetos.

Y es admirable que Unpacking sea capaz de motivar una reflexión en el jugador acerca de cómo nos relacionamos con nuestras pertenencias y cómo habitamos los espacios simplemente a través de la actividad mundanal de colocar objetos. De hecho, si redujésemos la jugabilidad a un plano conceptual, podríamos pensar Unpacking como una suerte de Tetris pausado en el que encajar figuras sobre una cuadrícula; la magia estaría, entonces, en el color, la forma y la repetición de dichas figuras.

2009. Cuando iba a 3º de la ESO nos mudamos por tercera vez. A un par de manzanas de distancia, a un piso más grande. Conservé el mismo armario de madera, y diría que la mochila de simba seguía por ahí en alguna caja. Las figuras de El Señor de los Anillos las regalé (todavía me arrepiento de eso) porque con 14 años me avergonzaban. En esa época se consolidaron mis aficiones: recuerdo ordenar mi minúscula biblioteca (casi todo libros heredados de mi madre) y que mi padre volviese del trabajo con una PS3 que había comprado por sospresa. También tuve mi primer móvil (y las primeras broncas por gastar el saldo).

Pero a medida que se suceden los años y los espacios, el núcleo jugable de Unpacking sigue sumando capas de sentido al simple movimiento de un objeto. Porque ya no es tan sencillo como abrir una caja, sacar los tenedores y guardarlos en el cajón. Todo ello desata una cadena de significación que se pone en marcha en el acto de juego. Implica entrar en la nueva cocina y verla más amplia que la anterior, y también más desordenada. Implica pensar en qué ha cambiado: ¿porqué es más grande y porqué está más sucia? Y de quién son todos esos objetos que ya estaban ahí y no puedo mover.

Ya no es solo lo que hay. Tampoco es solo lo que se pierde, se gana o se recupera. También es lo que no cabe (el diploma de la universidad bajo la cama), lo que se reemplaza (el viejo ordenador de mesa) o lo que se olvida (las viejas fotos en el corcho). Por todo ello Unpacking tiene que poner limites en la forma en que organizamos un hogar. Es algo que se ha criticado al juego: el hecho de que te obligue a colocar determinados objetos en determinados lugares y no te de una libertad total. Sin embargo, creo que ese es su gran acierto. O uno de ellos. Porque por mucho que apele a la expresividad (no solo colocando los objetos, también haciendo y compartiendo capturas personalizadas del resultado), la historia de Unpacking no es la de sus jugadores: hay una trama que seguir en cada movimiento y cada cambio de salón, y es la de una protagonista que, jugando, nos limitamos a performar.

Por eso tiene que haber unos límites muy concretos. Porque hay determinados objetos que, ya sea por su presencia, por su ausencia, por su colocación en el espacio, por su reaparición o su reemplazo, hablan de momentos de una vida. Y a Unpacking le interesa ahondar en una sucesión concreta de mudanzas para reflexionar, a través de una historia concreta, sobre lo complejo de las relaciones humanas. Es una concesión que el juego debe hacer en favor de ser capaz de motivar la reflexión en quien lo juega. De lo contrario, si sus creadores hubiesen decidido dar una libertad total y no hacernos pasar por ciertos momentos predeterminados, Unpacking no podría hacernos conectar con la persona tras los objetos, con la vida que pasa tras cada mudanza.

Análisis: Unpacking 4

2014. Con 18 años hice un intento torpe de independizarme con un amigo de toda la vida. Por primera vez prescindí de aquel armario de madera y de la mochila de simba. También de casi todo lo que tenía, para ser sincero. A cambio recuperé, a la fuerza, el gusto por encender la estufa antes de dormir. Recuerdo llevarme unos pocos libros para poner en la minúscula estantería de la habitación y un cartucho de DVDs con películas descargadas que veíamos juntos en el comedor.

A través de los pocos elementos que Unpacking nos obliga a conjugar de una forma precisa no solo se posibilita la construcción una trama, que de lo contrario quedaría demasiado diluida, también se genera un espacio para empatizar: así es como la idea de abrir cajas y colocar objetos se convierte en algo mucho más profundo. Y empatizando es como el juego nos invita a reflexionar, mientras comprendemos la historia de la protagonista, sobre nuestra propia historia. Es un recorrido de lo nimio y particular hacia lo trascendental y universal.

Un recorrido que se da de forma tan natural, en lo discursivo y en lo jugable, que convierte el juego en una de esas obras relevantes para el medio, por lo bien que consiguen su objetivo y por lo accesibles que resultan para todo el mundo. No se trata de si es o no un antes o un después en la forma de contar historias en el videojuego, no importa nada en absoluto si la suya es una idea magistral o una forma acertada de conjugar elementos que desde siempre han estado presentes en el medio. Ese es un debate absurdo y que Unpacking no tiene porqué soportar.

A este juego le basta y le sobra con saber qué puede y qué quiere hacer. Con tener algo que decir e ir hasta las últimas consecuencias con ello. Y si algo podemos extraer de su propuesta es, precisamente, que no hay nada definitivo, que la vida es cambio y movimiento y que lo único que importa de verdad es buscar nuestro hueco en cada momento, abrazar aquello que nos aporta y nos hace crecer y desprendernos de lo que supone un lastre. Porque cuando todo está sujeto a cambios y nos sentimos abrumados pos las posibilidades, puede que lo mejor sea reducirlo todo a lo más esencial: abrir cajas, sacar objetos, colocarlos en una habitación.

2015. Mi independencia duró muy poco: al año siguiente volví a vivir con mis padres. El viejo armario de madera ya no estaba y la mochila de simba que colgábamos en la puerta la heredó mi sobrina. He seguido acumulando libros y consolas, aunque de verdad intento no hacerlo. Y recuperé los viejos cuadros de mi madre: los había perdido de vista (y olvidado) en la segunda mudanza. Creo que esta cerca de ser la vez que más años vivo en un mismo piso, y ya estoy pensando en qué me llevaré y qué dejaré cuando me vaya.