Cuando era pequeña quería ser una bruja. Lo veía claro en muchos momentos, y por eso, imagino, mis primeros relatos de ficción son sobre niñas que encontraban libros de conjuros y empezaban a vivir su vida con su nuevo poder. Pero no era la única: en el patio del colegio, durante los recreos, jugaba con más amigas a creernos capaces de volar en escobas e incluso escribíamos hechizos en un idioma inventado para la ocasión. Visto desde mi perspectiva actual, creo que en parte era nuestra manera de sentirnos elegidas. Una forma más de refugiarnos, sin nosotras saberlo, en una fantasía que iba unida a la certeza de que sabernos especiales.
Quizás por todo esto adentrarme en The Cosmic Wheel Sisterhood, el nuevo y esperado juego de Deconstructeam, ha tenido un regusto a nostalgia, al fuego de lo conocido. Porque The Cosmic Wheel Sisterhood da comienzo en un asteroide perdido en la galaxia en el que su protagonista, Fortuna, una bruja vidente, cumple una condena de mil años de exilio después de que fuera expulsada de su propio aquelarre tras vaticinar el fin del mismo en una tirada de cartas del tarot. Cumplidos doscientos años de esa brutal sentencia que está haciendo peligrar su percepción del mundo que la rodea, acude a soluciones drásticas y echa mano de las artes prohibidas. Fortuna, desesperada por llevar dos siglos a solas con sus propios pensamientos, invoca a un behemot. Así es como conocemos a Ábramar, el otro elemento protagónico de esta historia.
No creo que sea casualidad que el punto de partida de esta experiencia sea el de una bruja despojada de todo aquello que le hace feliz, pues a Fortuna se le ha prohibido usar su baraja de tarot pero también se le ha privado de tener contacto con sus compañeras de aquelarre y amigas. En el imaginario colectivo, la presencia de brujas suele ir ligada a historias de fantasía que han plagado la cultura popular desde que tenemos memoria. Sin embargo, solo un paso más allá de esa quimera podemos encontrar un pasado histórico, el de la caza de brujas, que remite a la persecución de mujeres acusadas de brujería como una forma más (sí, otra más) de opresión patriarcal.
La activista y teórica feminista Silvia Federici ha dedicado gran parte de su actividad como investigadora a analizar la huella histórica de la caza de brujas y a señalar sociedades donde, por muy inverosímil que parezca, esto sigue sucediendo en la actualidad, como ocurre en lugares como Papúa Nueva Guinea, India, o Zambia, tal y como cuenta en su libro Brujas, caza de brujas y mujeres (2021). En este volumen, Federici continúa con la indagación que ya trascendió las esferas académicas en 2004 con la publicación de Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, en el que teorizaba sobre cómo, en la historia sobre la persecución y los asesinatos de mujeres por esta causa, la demonización del sujeto bruja no generaba ningún atisbo de solidaridad o empatía humana. Si una mujer era acusada de bruja, merecía ser escarmentada ante el silencio cómplice de sus vecinos porque cumplir su condición era lo moralmente incorrecto.
En este sentido, The Cosmic Wheel Sisterhood coloca en el centro a un grupo de mujeres con un significado simbólico que ha cruzado los últimos siglos, y que hoy en día sigue usándose como sinónimo de rebelión y protesta (no en vano, uno de los eslóganes contemporáneos feministas más conocidos es aquel de “Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”). Por ello, no se me antoja nada azarosa la elección del punto de partida de este juego: una mujer bruja aislada de sus poderes y del resto de su hermandad, condenada a vivir sin respuestas y sin compañía.
¿Cómo no vamos, entonces, a apoyar a Fortuna cuando rompe las normas e invoca al behemot? Aquí comienza el viaje de empatía que Deconstructeam nos brinda sin prometernos que va a ser amable (porque no lo será), elevando a un nivel superior las reflexiones sobre cómo habitamos el mundo que no son desconocidas en el estudio valenciano, pues ya las usaron para atravesarnos bien el corazón en The Red Strings Club, publicado en 2018.
Así, Ábramar nos permitirá reencontrarnos con nuestros poderes mediante la manufactura de una baraja nueva, distinta a la del tarot y mucho más personal y poderosa. Conforme vamos conociendo a este behemot y vamos tomando consciencia del precio que tendremos que pagar por sellar este pacto con él, iremos familiarizándonos también con la mecánica de deck builder, a la que entraremos con timidez al principio pero a través de la cual iremos desarrollando nuestra creatividad y estrategia. Es esta mecánica la que copa el primer tercio de la experiencia: a través de la combinación de una batería de fondos, personajes principales (a modo de arcanos) y complementos, iremos creando cada carta de nuestra baraja y se desplegará ante nosotras las casi infinitas posibilidades que no solo van a tener nuestras tiradas de cartas, sino también el propio juego.
Porque si hay otro pilar en el que descansa la magia de The Cosmic Wheel Sisterhood es el de la toma de decisiones, y no todas van a gustarnos. Como ya es común en las joyas firmadas por este estudio, los nudos de su narrativa van a depender de las opciones de diálogo que escojamos en cada tirada de cartas y en cada conversación que tengamos cuando, al fin, podamos volver a recibir visitas y reunirnos con nuestras compañeras brujas. Las ramificaciones narrativas están cuidadas y estudiadas hasta lo extenuante, posibilitando que nos volquemos en el juego de manera irremediable y que pasemos más de un aprieto cuando Fortuna sea puesta en tesituras complicadas. Algo que destaca de su guion, firmado por Jordi de Paco, es que a pesar de situarnos en un mundo ficcionado de fantasía las situaciones que vamos a atravesar van a remitirnos a momentos de nuestra existencia. No vamos a poder escapar de las diatribas en las que nos ponga Deconstructeam; pero en gran parte aquí habita el encanto de este juego (a pesar de que, sí, nos pueda doler de nuevo el corazón).
Y, precisamente para acortar esta distancia entre el mundo que nos ofrece la diégesis y el que habita dentro de nosotras, la inserción de escenas del pasado como humana de Fortuna seguirá haciendo girar no solo la rueda cósmica sino también la de nuestra empatía. Cada elemento está construido de tal manera que nos zambullimos en los anhelos y frustraciones de Fortuna como si fueran los propios. Esto sobreviene de tal manera que The Cosmic Wheel Sisterhood te lleva a un lugar que yo fui incapaz de sospechar: a planear y ejecutar una campaña política por el nuevo liderazgo del aquelarre, y que encima me guste (por si quedaban dudas, además, de que todo lo personal es siempre político).
Pero no se puede hablar de este juego únicamente mediante su gameplay y su narrativa. No es tampoco desconocida la sintonía que suelen tener los juegos nacidos en el horno de Deconstructeam, pues su historia, firme y trascendente, se ve complementada a la perfección por las otras dos patas de este gigante: una dirección de arte con un tono perfecto a cargo de Marina González, y una banda sonora tan inmersiva como magnífica compuesta por Paula ‘Fingerspit’ Ruiz, quien también firma el diseño de sonido.
El pixel art y las animaciones cuidadosamente diseñadas (todo el abanico de personajes que conocemos nos transmiten no solo por lo textual sino también por el leve movimiento de sus cejas o un breve cambio en la comisura de sus labios) construyen también un cosmos que nos atrae y en ningún momento nos fatiga. Por su parte, las composiciones de Fingerspit vuelven a ser pieza clave para sentir la energía de la experiencia, especialmente notables en el último tramo del juego, en el que la intensidad musical te acaricia y te golpea a partes iguales mientras te lleva al temido final. Será este el momento de pagar el precio del pacto con Ábramar y descubrir adónde nos llevan las lecturas de nuestras tiradas de cartas.
La que avisa no engaña: se vendrán curvas. Pero si algo destaca en el conjunto de caminos y opciones oculto en el entramado de The Cosmic Wheel Sisterhood es que, al final de esta experiencia, lo que sigue importando es la necesidad de salir adelante acompañada. Quizás sintamos que hemos vuelto a la casilla de salida y debamos reflexionar sobre ello, o quizás nos arrepintamos de alguna de nuestras decisiones; sin embargo, lo que seguirá siendo inmutable es el vínculo que tenemos con nuestras amigas. Porque si algo no flaquea a lo largo de las horas de este viaje (en mi caso, unas diez) es el regusto a que lo comunitario, lo que une, puede tener un gran peso en la forma que le demos a nuestro destino. Incluso con una campaña política de por medio que nos brinda la oportunidad de sabotear y extorsionar a nuestras contrincantes (también de apoyarlas y trabajar sumando fuerzas).
Muchas de nosotras, las que jugamos y las que leemos ahora mismo, nos hemos creído brujas alguna vez. Hemos sentido que tal vez encajaríamos mejor en un mundo distinto y hemos crecido con la evolución de una fantasía infantil que se convertía en un grito de rebelión y autodeterminación. Para mí, la Fortuna que lucha por seguir adelante desde la tramposa tranquilidad de su asteroide somos un poco todas nosotras. Ella llega a creer que se ha quedado fuera del sistema pero al final se da cuenta de que sus amigas, sus hermanas, jamás lo van a permitir. Me enternece mucho este viaje porque, como adelantaba al principio, me conecta con la niña que fui y que anhelaba que la magia la salvara. Como nos enseña The Cosmic Wheel Sisterhood, al final la magia no solo depende de nosotras mismas, sino también de asumir que somos muchas las que, juntas y más fuertes, no permitiremos jamás que nos vuelvan a hacer arder.