La última vez que hablé por aquí de The Age of Decadence fue a finales del año pasado. Ya en ese momento, faltando a mi propia costumbre de no tocar nada que estuviera en formato Early Access, dije varias cosas bonitas sobre el juego. Calculo que debía estar más o menos al 50% de desarrollo, con las dos primeras ciudades creadas pero varias de las misiones inacabadas, y ya ofrecía algo cercano a lo que ha sido la experiencia final: mucha, mucha libertad. Ahora, completo por fin, esto es lo que tengo que decir sobre él.
El juego de Iron Tower nos presenta un rescoldo de la antigua gloria del Imperio, un mundo isométrico absolutamente devastado, gris y decrépito. Ceniza por doquier, ruinas antiguas con tecnología que ya nadie entiende y tristes puebluchos a los que llamar ciudades, asientos del poder de las últimas tres grandes familias nobles. Una tierra que es víctima de la propia codicia de sus habitantes, de las luchas internas por la gloria y de la mediocridad.
Y a la vez, un lugar lleno de oportunidades para quien quiera y sepa aprovecharlas. Para quien desee alzarse y aplastar a los demás bajo su bota. Porque lo primero que queda claro aquí es que no hay héroes. Al menos en los tres tipos de personaje con que he jugado (pretor, “sabio” y mercader), era imposible encontrar un atisbo de buenas intenciones, más allá de la gloria personal.
Qué bien, encontrar un juego de rol en el que el objetivo no sea salvar el mundo y que se distancie de los patrones clásicos de la espada y brujería para adentrarse en esta especie de imperio romano decadente que una vez conoció la magia.
Pero me adelanto un poco. El mundo se nos presenta y debemos tomar una primera decisión, ¿quién vamos a ser?
La pantalla nos golpea con una hoja de personaje a la antigua usanza, con un montón de características distintas y clases posibles. Desde ladrón hasta asesino, pasando por la rata callejera que sabe de todo un poco o el mercader del Commercium, la CEOE de este universo.
Elegida la clase, deberemos repartir puntos entre los atributos, las habilidades de combate y las “habilidades civiles”, que mezclan persuasión, disfraz y subterfugio con cosas como forzar cerraduras. Y aunque hay puntos de experiencia en general, también los habrá que sólo nos dejen ser usados en una de esas dos categorías. Completa la ficha un apartado de prestigio entre todas las facciones del juego (y son unas cuantas) y de puntuaciones de prestigio (si tenemos palabra, gente a la que hemos matado…) que podremos usar en las conversaciones.
Un gran ecosistema jugable, que nos deja elegir entre un montón de personajes posibles y distintas relaciones con el resto del mundo. Y yo, claro, opté en la primera partida por un mercader con pico de oro y cero escrúpulos: Tiberio Rufo.
Jugando a The Age of Decadence descubres rápidamente que la muerte acecha en cada esquina. No porque sus combates sean una cosa casi imposible salvo que nuestro personaje esté equipado y preparado para ellos, sino porque cada decisión que tomemos puede acercarnos a nuestro final o darnos un momento de gloria personal. Porque la memoria de los secundarios es como la de un elefante furioso.
Una vez me han matado varias veces por provocar a quien no debía, decido aceptar mi destino: a partir de aquí voy a sobornar, mentir, lisonjear y estafar a todo lo que se me acerque. Con un poco de cabeza, empiezo a avanzar en las primeras misiones, y hago de todo un poco: falsifico unos documentos, me disfrazo de sabio y finjo un acento que no tengo para engañar a otra facción, traiciono a a alguien que me acaba de ayudar…
Es cierto que el jugador tiene mucha libertad, pero siempre dentro de unos estándares: esto no es un Skyrim en el que podamos desentendernos infinitamente de la trama. Aquí hay dos hilos conductores posibles, que al final acaban enredándose: la trama de nuestra facción y la general. Por un lado, los intereses para medrar de nuestra afiliación, y por el otro una búsqueda de verdades antiguas.
Aquí la facción funciona como los “Orígenes” del primer Dragon Age, pero a un nivel mayor: moldean el inico de la aventura (siempre en la misma ciudad, pero desde distintos prismas), pero también cómo prosigue. En cada clase de personaje estará la rejugabilidad auténtica de The Age of Decadence: no son los mismos los desafíos a los que se enfrenta el mercader que el pretor.
El primero empezará queriendo meter en su bolsillo al gobernante de la ciudad, mientras que el segundo es uno de sus soldados y luchará por su gloria (o no, aquí cada cual es de traicionar o cambiar de bando cuando quiera). De hecho, podemos engañar a nuestra propia facción.
Decía que el sistema de combate es un infierno, no tanto para decantar al jugador por otro estilo de juego como para ser coherente con el mundo que nos propone. Un personaje bien calibrado, con un equipo digno y la capacidad marcial adecuada, puede salirse con la suya, e incluso usar su número de víctimas para intimidar a posibles enemigos en las conversaciones. Seguirá siendo complicado y requiriendo táctica y suerte con los dados en cada turno, pero no es imposible. Ahora bien, mi mercader o el sabio que me hice luego no estaban preparados para eso (sí el pretor).
Así que me zambullí en las conversaciones de The Age of Decadence. En ellas hay infinidad de posibilidades: desde los típicos desafíos de habilidad para salirnos con la nuestra (que no siempre funcionan), hasta el uso de nuestro razonamiento como jugadores para convencer a alguien eligiendo las líneas de diálogo más convenientes. En dos de las partidas fui capaz de terminar el juego sin un solo combate, cada vez en unas ocho horas. Lo que me encontré fue una tierra en la que uno no puede fiarse de nadie y hará bien en ser el primero en traicionar al otro. Y traté de aprovecharlo: con conocimiento, mentiras, intrigas, disfraces… Y vaya si disfruté.
The Age of Decadence tiene tres ciudades principales, con varias misiones que se encadenan dentro de las dos tramas del personaje. Además, añade varias localizaciones distintas (deberemos jugar varias partidas para verlas todas), y en muchas de ellas no tendremos nada que hacer si no tenemos el personaje adecuado. Porque este mundo está abierto para hacer lo que queramos con él, pero no nos va a permitir ser buenos en todo.
Quizá haya momentos en los que tanta libertad pueda perder al jugador, o que sus propias decisiones le hagan que sea terriblemente difícil seguir avanzando. Alguna vez topé con misiones en las que no podía continuar con mi mercader salvo que siguiera aumentando sus habilidades de persuasión, pero a la vez era casi imposible porque las misiones que podrían quedar eran de un carácter más guerrero. Es decir: igual habrá alguna vez que tu forma de jugar te impida terminar el juego. Habrá quien vea en esto un error (y desde Iron Tower han seguido optimizando algunas cosas con lo aprendido en el Early Access), pero no deja de ser una muestra más de lo despiadado e implacable que es el mundo de The Age of Decadence. Sea o no un fallo de diseño, en cada partida seguirá teniendo mucho que ofreceros, con esos “macro-orígenes” de la clase de personaje y sus misiones exclusivas.
Al final The Age of Decadence es un título intrigante, con un mundo muy propio (y una historia de fondo muy interesante), y una honestidad brutal en las posibilidades que da y quita. Un juego de rol mucho más cercano al rol tradicional que aquellos en los que siempre se puede avanzar. Si no te asusta el desafío, no te molesta jugarlo en inglés y quieres probar lo que es tener un protagonista egoísta y sin escrúpulos, lánzate a por él.