No Pineapple Left BehindCrítica
Algunos videojuegos, en su vertiente cultural y comunicativa, pueden ser analizados como herramienta política. Ahí están los ejemplos evidentes de Medal of Honor o Call of Duty, que ensalzan el patriotismo estadounidense y su armamentística. Se ha hablado en otros foros de éstos y no voy a ahondar en el asunto porque no quiero apartarme del caso concreto de No Pineapple Left Behind, de los independientes Subaltern Games (Neocolonialism). Con este llamativo nombre y con las mecánicas características de los juegos de estrategia, sus creadores pretenden hacernos reflexionar sobre las consecuencias de la ley educativa No Child Left Behind, aprobada por el Congreso de los EEUU en el año 2002, durante el mandato del presidente George W.Bush. En dicha ley se establece, entre otras cosas, que el gobierno solamente subvenciona a las escuelas cuyos alumnos mejoran progresivamente sus notas académicas.
No Pineapple Left Behind es una sátira de las vicisitudes de dicha ley, en la forma de un videojuego, dividido en nueve fases que representan a nueve escuelas y en las que se ha de superar distintos desafíos para su consecución, pero siempre de índole económica. Seth Alter, exprofesor y creador de No Pineapple Left Behind, nos incita de este modo a compartir la frustración derivada de la dependencia monetaria, el método educativo y la cuestionable forma de calificar los conocimientos y aptitudes del alumnado, testados mediante diferentes evaluaciones de rendimiento.
La analogía planteada en el juego es muy sencilla: Los niños son rebeldes y actúan de forma anárquica, por lo que resulta imposible impartirles conocimientos, de modo que nuestro propósito como administradores de cada centro es el de deshumanizarlos. Al hacerlo se convierten en piñas, pierden hasta su nombre propio, son dóciles y obedientes, no se relacionan socialmente y están preparados para realizar correctamente las pruebas de aptitud. Cuantas más piñas y menos niños tengamos en las aulas, más posibilidades habrá de cumplir el objetivo y superar así cada fase.
Para conseguir piñas tenemos a nuestra disposición distintos métodos, que serán aplicados por los profesores y empleados del centro. Los más básicos, como la memorización, pueden parecer inocuos, pero como el fin justifica los medios pronto iremos descubriendo otras formas más efectivas de manipular directamente a los alumnos, a costa de su humanidad. Los nombres de dichos procedimientos son graciosos, como corresponde a la sátira, pero representan la crueldad y el envilecimiento que denuncian. De este modo tenemos la oportunidad de castigar a los niños o incluso de hacer trampas en la evaluación de un examen, siempre con un porcentaje de riesgo de acierto y error.
Precisamente este riesgo depende de la energía y capacidad del profesorado, determinando nuestras posibilidades de éxito. Esto significa que no solamente los niños se ven afectados negativamente por la ley educativa, sino que también los docentes van a sufrir nuestras decisiones. Como administradores nos resultará más efectivo, por ejemplo, fomentar el individualismo, reducir los sueldos y despedir a los empleados para contratar por menos dinero a otros profesores. De este modo los docentes quemados, faltos de energía y motivación, son sustituidos invariablemente por otros nuevos, ya que la escuela no se contempla como un lugar de enseñanza, sino como una empresa privada rigiéndose por los objetivos económicos y bajo las leyes del capitalismo más duro, con libertad de despido, sin convenios y sin sindicación de los empleados.
La dificultad para conseguir el objetivo de cada fase del juego es alta y depende en buena parte de la buena suerte, debido al elemento variable del alumnado y al porcentual de los métodos y trucos de enseñanza. Esto significa que incluso aplicando la estrategia correcta, se hace habitual el tener que repetir algunos niveles una y otra vez por no haber alcanzado la meta que se nos pedía. La frustración que produce esta aleatoriedad es intencionada, por supuesto. Ni siquiera comportándonos como unos cabrones sin escrúpulos tenemos asegurada la financiación de la escuela.
Una reflexión que yo me hago, después de jugar a No Pineapple Left Behind, es si hubiera sido entendido en toda su dimensión hace quince años, cuando fue aprobada esta ley educativa pero, salvo rara excepción, los videojuegos estaban concebidos solamente como un producto de entretenimiento y diversión. Porque la verdad es que el juego de Subaltern Games no me parece divertido, en absoluto. Pero tengamos en cuenta que quizá no esté pensado para serlo. Es más, puede que ni siquiera deba serlo. Hay muchos otros títulos de estrategia que como tales producen satisfacción al jugarlos, pero porque su propósito principal es ese. No es el caso de No Pineapple Left Behind, bajo mi punto de vista, que como divertimento es cuestionable pero como forma de denuncia de un sistema educativo retrógrado me parece intachable. Esta es mi única advertencia por si lo contempláis como futura compra.