¿Se puede exigir al usuario que conozca las obsesiones del autor para que pueda disfrutar plenamente de su obra?
Una de las muchas cosas buenas que ha traido el asentamiento de Lo Indie tiene que ver con la figura del autor y su influencia dentro del juego. Hace unos años era fácilmente reconocible la figura del autor dentro del medio, y como tal, sus propias obsesiones. Algunos perduran, como Kojima, Suda51 o Davida Cage, pero en general el modelo de desarrollo adoptado por la industria ha dejado fuera al autor de la ecuación. Algo sonrojante si se tienen en cuenta las altas aspiraciones artísticas que tiene de sí mismo el medio. En cualquier caso, decía, el producto del sector independiente va irremediablemente ligado a la figura del creador por motivos obvios, lo cual permite que podamos ver expresadas las obsesiones de éste en el resultado final.
Matt Gilgenbach, creador de Neverending Nightmares padece un trastorno obsesivo-compulsivo y depresión, enfermedad que alcanzó su punto álgido entre 2001 y 2003. Tras mudarse a Los Ángeles, Matt consiguió un tratamiento que le permitió hacer frente a su enfermedad, lo cual le impulsó a fundar 24 Caret Games y embarcarse en el desarrollo de Retro/Grade, hecho que no resultó positivo para sus problemas. Retro/Grade obtuvo buenas críticas y diferentes premios pero resultó un fracaso financiero importante. La batalla olvidada que había librado diez años antes volvía a ponerse ante él y esta vez no salió muy bien parado. Neverending Nightmares nace con la doble intención de actuar como catarsis personal y exposición de una enfermedad con la que Matt ha de luchar cada día
Conociendo todos estos detalles, mi manera de encarar Neverending Nightmares no ha sido la habitual. Es decir, iba a disfrutar (¿disfrutar es la mejor palabra?) de un título de terror, pero inevitablemente también iba a asistir a la exposición abierta de los terrores de una persona sobre una enfermedad que me es completamente ajena. No sólo se trataba por tanto de ajustarse bien los auriculares y esperar una noche lluviosa, sino de empatizar con un estado de ánimo al que seguramente no sería capaz de llegar.
La pesadilla de Thomas, nuestro protagonista, tiene un golpe de efecto inicial en su propia concepción artística. Bastan apenas unos segundos para corroborar que es lo más cercano que vamos a estar de una colaboración de Edward Gorey dentro del mundo de los videojuegos. La influencia del artista estadounidense sobrepasa el homenaje para convertirse en una cristalina representación de sus características: el ambiente victoriano, la pulcritud del trazo y la inclusión de “ruido”. Thomas despierta dentro de ese ambiente y su única posibilidad es caminar a través de los diferentes escenarios interactuando puntualmente con algunos objetos destacados para de nuevo “despertar” dentro de otra pesadilla.
Los libros de historias ilustradas y dibujos de Gorey, con sus aires ominosos enmarcados en las épocas victoriana y eduardina, tuvieron un seguimiento de culto, pero Gorey llegó a ser bien conocido a través de su introducción a la serie de la PBS Mystery! en 1980 y sus diseños para la producción de Broadway de Drácula en 1977, para la cual ganó el Tony Award al Mejor Diseño de Vestuario y fue también nominado para el Mejor Diseño Escénico.
El círculo de pesadillas en el que Thomas se ve envuelto va oscureciéndose cada vez más a medida que la pesadilla descendiente en espiral. Lo que al principio no es más que una casa victoriana con sombras y muñecas de aspecto siniestro acaba convirtiéndose en un recorrido silenthilliano por los temores del protagonista, con especial atención a la que parece ser la hermana del mismo. Esta espiral funciona… a medias. Durante la primera hora recorrer los pasillos y disfrutar del elaboradísimo arte de Neverending Nightmares es suficiente como para mantenerte en tensión. Su ritmo pausado, las pequeñas interacciones con los objetos y el argumento insinuado funcionan como catalizador del gameplay, pero una vez pasado ese tiempo se pierde tensión y esto acaba afectando al conjunto general del título.
La inclusión de enemigos puntuales, y sobretodo la manera elegida para poder sobrepasarlos tampoco ayuda. Todo es mucho más aterrador cuando es la insinuación y no la constatación la que predomina en el ambiente malsano. Afortunadamente los distintos caminos que adopta la historia y el transfondo personal del propio Gilgenbach sobre lo que nos está ofreciendo es suficiente como para mantener el título en pie el tiempo necesario para disfrutar del viaje sin mayores complicaciones.
La aparente propuesta onírica de Neverending Nightmares esconde tras de sí una cruda reflexión sobre una enfermedad que a la mayoría nos es ajena. Que este punto tenga que ser conocido para un mayor disfrute del título no sé si es algo del todo positivo, pero la realidad es que ayuda a entender lo que el autor pretende mostrar. Jugarse todo a la carta del terror gótico y perder esa tensión a la mitad de la partida podría verse como un fracaso de la propuesta, pero lo cierto es que la propia realidad de Gilgenbach acaba traspasando la pantalla para sostener el resto del título. Para mi es más que suficiente, pero puede que no todo el mundo esté dispuesto a pasar por ese aro. Quizás no se puede exigir tanto.