Max Payne 3 fue presentado hace algo más de tres años, en marzo del 2009, con una salida inicial prevista para el otoño de ese mismo año. Habría que analizar un par de puntos bastante interesantes que cualquier desarrollador debería plantearse si decide recuperar una franquicia. El más relevante sería, después de más de cinco años sin señales de vida, con una historia que cerraba perfectamente todos sus cabos sueltos en su segunda entrega, ¿Era realmente necesario ahora un nuevo Max Payne? Sinceramente, no lo creo. Los tiempos cambian y se hacen cosas nuevas. Remedy, la desarrolladora original de sus dos primeras entregas, ya no tenía nada que ver con la franquicia, pues la vendió a los buenos de Rockstar Games. Los finlandeses estaban enfrascados en su nuevo y emocionante proyecto llamado Alan Wake. No había tiempo para que el bueno de Sam Lake volviera a prestar su rostro estreñido que lucía el personaje de Max en su primera entrega. Con una historia completamente concluida y con varios años en el olvido, Rockstar Vancouver, creadores de Bully, también conocido como Canis Canem Edit, anunciaron que tenían algo nuevo que decir y que aportar a la saga del depresivo policía. Aquello que el estudio quería aportar tuvo una acogida un tanto fría cuando se desvelaron sus primeras imágenes y detalles. Un Max Payne gordo, calvo y barbudo sustituía a ese cara estreñido pegado a una chupa de cuero. Y por si fuera poco, aquella nevada y grisácea Nueva York que nos había brindado sus dos primeras entregas desaparecía por un Brasil soleado y exótico. Muchos se mostraron escépticos ante este dato, servidor incluido, pues era difícil imaginar una historia de cine negro perturbadora en ese colorido lugar. Comenzaron los retrasos indefinidos, sin un atisbo de señales de vida del juego, ni nuevas imágenes ni nuevos detalles, hasta muchos pensaron que el proyecto llegó a cancelarse o a rehacerse. No fue hasta hace un año cuando el juego volvió a aparecer, manteniendo todas esas premisas principales que tanta polémica habían provocado. Y como viene siendo habitual de cualquier producto salido de la cocina de Rockstar, se veía que se estaba cociendo algo realmente bueno.
Max Payne 3 sorprende en muchos aspectos. Uno de los más importantes y que más miedo y revuelo podían causar, era con su guión. Como ya se ha mencionado antes, Sam Lake, guionista original de la saga ya no se encargaría de ello. La labor recaería en Dan Houser, junto con otros más, que son los responsables de todos los guiones de los títulos que publica Rockstar. Es injusto que a Dan Houser se le reconozcan muchas de sus labores ignorando por completo las relacionadas con los guiones. Ya ha demostrado sobradamente su magistral habilidad componiendo historias, cualidad que sigue mostrando en este juego. Aunque el conjunto general se pueda presentar como menos complejo o ambiguo que sus anteriores entregas, Max Payne 3 goza de un magistral guión, respaldado de una no menos excelente narrativa. Max Payne ha abandonado la policía y se ha pasado los últimos años recluido en su miseria personal por la que sigue lamentándose por sus recuerdos y experiencias pasadas, como la muerte de su mujer e hija, la pérdida de sus amigos, las traiciones que ha vivido o de su trágico romance con Mona Sax. Su única salida es la de ahogar sus penas mediante el alcohol y el consumo de analgésicos. Si los personajes evolucionan y maduran con el transcurso de las entregas, a Max Payne le sucede lo mismo pero a la inversa. Todos los aspectos que caracterizaban al policía neoyorquino permanecen, pero agudizados considerablemente. Más cínico, temerario, detestable y autodestructivo que nunca, Payne encuentra una nueva oportunidad en la ciudad brasileña de Sao Paulo como guardaespaldas de una familia adinerada con grandes influencias políticas en el país. Como siempre, los tormentos y los demonios de Max despiertan cuando interviene una mujer, en este caso, el secuestro de la mujer del jefe de Max, Rodrigo Branco. En su intento por recuperar a la joven, Max descubrirá una compleja y oscura trama con conspiraciones que relacionan a muchos altos cargos con negocios de lo más turbios y en los que nadie es quien dice ser y nada es lo que parece. Aquellos temerosos de trasladar el mundo de Max de Nueva York a Brasil, pueden dormir tranquilos. La ciudad de Sao Paulo guarda más contenido Noire que sus anteriores entregas juntas, tanto en contenido como en ambientación. Con una enorme crítica a la corrupción que permanece en el país así como la fatal y penosa situación de esos barrios tan conocidos como las favelas.
El personaje de Max merece una lectura aparte. Su figura y su carácter presentan un mayor grado de tormento y de pesimismo en esta nueva entrega, mucho mayor que el que pudimos ver en Max Payne 2. No hay cabida para la redención personal del personaje. Sigue lamentándose de su pasado, despreocupándose totalmente de su salud mental y física y sin importarle un pimiento si acaba muerto, pues no tiene nada que perder y nadie le echará de menos. Nunca antes Max Payne había estado tan solo. Y es que esos cambios físicos que tanto levantaron ampollas acaban siendo totalmente lógicos dado el oscuro camino que recorre Max Payne, un personaje más obeso, cada vez menos agraciado y que termina por emular al bueno de Robert DeNiro en Taxi Driver rapándose al cero. Este psicoanálisis que se le hace al personaje no habría acabado siendo tan impecable y tan profundo sin la magistral interpretación de James McCaffrey, tanto en sus expresiones faciales como en su voz, tal y como ya hiciera con sus dos anteriores entregas. La trama ya no se desarrolla mediante viñetas de comic como antaño, éstas han sido sustituidas por secuencias de video generadas con el mismo motor del juego, pese a que a veces empleen la estructura de partir la imagen. Un trabajo excelente y muy cinematográfico que resultará de lo más familiar a todos aquellos que ya hayan degustado algún juego de Rockstar Games. Y es que la narrativa refuerza considerablemente el empaque del guión, gracias a los cínicos y lapidarios comentarios de Max que pueden ocurrírsele en cualquier momento durante sus continuas refriegas. Mención especial al detalle que han tenido los guionistas al homenajear a varios de los personajes que se han cruzado en la vida del ex policía en sus dos entregas anteriores, incluso hay niveles flash-backs en Nueva York. Nuestro antihéroe lo recuerda absolutamente todo, muy a su pesar.
Son incontables la cantidad de títulos de acción en tercera persona que pululan actualmente, siendo extremadamente difícil innovar, por no decir imposible, pues ahora casi todos los TPS (Third Person Shooters) tratan de emular a grandes referentes del género como Uncharted o Gears of War poniendo hincapié en el sistema de coberturas. Max Payne 3 presenta una dualidad en ese sentido. La obra de Rockstar Vancouver no aporta absolutamente nada al género. Sin embargo, sí que presenta un considerable grado de evolución a la formula jugable que asentó a la franquicia hace once años. Y es que la gran noticia que los fans del personaje pueden tener es que cuando uno juega al juego, no recuerda en absoluto ni a Uncharted, ni a Gears of War ni a Call of Duty. Jugar a Max Payne 3 recuerda a lo mismo que era jugar a los antiguos Max Payne, como debe ser. Hay influencias, pues también hay un sistema de coberturas, que acaba siendo muy vago y poco útil salvo en los últimos compases del juego. El desarrollo se basa en avanzar por grandes escenarios bastante lineales, donde se nos da la oportunidad de explorar diversos recovecos para descubrir secretos y pistas que profundizan la trama mientras nos abrimos paso por frenéticos y nerviosos tiroteos donde estarse quieto es señal de estar muerto. Estará gordo y viejo, pero Max sigue siendo tan saltimbanqui como cuando nos dejó hace nueve años. El personaje salta, esquiva y dispara como un poseso sin detenerse ni en un solo instante sin importarle vaciar el cargador. Y por supuesto, se recupera el Bullet Time o Tiempo Bala, esa habilidad que heredó de los films de Matrix y con una enorme influencia de los films de John Woo en su etapa en Hong Kong. Eso se traduce a la posibilidad de esquivar balas, liquidar a numerosos adversarios estando en el aire e incluso tener incluso tiempo para cambiar el cargador sin apenas pestañear flotando en el aire. La fórmula es exactamente la misma que hizo triunfar al primer juego en el año 2001 y que rompió moldes al ser el primer videojuego que implementaba el sistema de cámara lenta. Esta tercera parte no representa ningún salto tan cualitativo en cuanto a su propuesta. Pero la profundiza y la mejora a niveles estratosféricos, siguiendo la misma estela de frenesí e intensidad. El sistema se ve mejorado gracias al increíble nivel de físicas, donde casi cualquier elemento del escenario es susceptible a ser destruido o a interactuar con él.
Max Payne 3 es un juego de acción en tercera persona muy de vieja escuela. No hay regeneración espontanea de salud. Aquí nos continuamos curando mediante los analgésicos que Max se toma para calmar su dolor y que como el propio personaje menciona: “Son mi armadura”. La dificultad del juego es algo elevada, con ciertos tramos francamente puñeteros ya en su nivel de dificultad normal. También se ha implantado un sistema de puntería semiautomática para los más novatos. Pero queridos lectores, si apreciáis el juego y la saga, poned el modo de puntería libre. No es que sea un título que dé precisamente la bienvenida al neófito de la franquicia. Un apunte para todos aquellos que se refugien en las coberturas: Son completamente destruibles y no podemos pasar de una a otra mediante volteretas o acrobacias espectaculares y bonicas como en muchos títulos, y es que pese a las fantasmadas de Max, el juego busca siempre un importante grado de realismo y de verosimilitud, de ahí seguramente a que el control sea, incluso, bastante tosco. Por no hablar de su retícula al apuntar, ese puntito blanco heredado directamente de los dos títulos anteriores, que a veces cuesta vislumbrarla. Como podéis ver, la esencia del juego es 100% Max Payne, sin demasiados artificios. Sin embargo, para aquel que haya jugado a esta saga desde sus inicios, puede que le achaque al título una mayor variedad de armas, pues aunque hayan bastantes, se echan de menos algunas con mayores posibilidades de disparo (como la genial escopeta de balas explosivas de su primera parte), pues se reducen a varios tipos de subfusiles, ingrams, pistolas, tanto automáticas como semiautomáticas o grandes fusiles o ametralladoras, prescindiendo de armas arrojadizas como los cocteles molotov. Incluso se echa de menos la posibilidad de llevar todo el arsenal completo, sin tener que prescindir de ningún juguetito. Eso sí, seguimos pudiendo llevar un arma en cada mano si son pistolas y subfusiles, además, ahora podemos acompañarlo con un arma de mayor calibre. Otro dato muy relevante es la gran variedad de escenarios que visitaremos en los diferentes niveles, muy contrastados entre sí.
Aparte de que su modalidad para un jugador es bastante larga para el género, unas catorce horas, existen variados alicientes para retomar la tragedia griega de Max gracias a los diferentes secretos en forma de piezas de armas doradas o de pistas, por no hablar de modos de juego más árcade como Minuto en Nueva York que nos invitan a retomar la historia a contrarreloj donde iremos ganando tiempo liquidando a nuestros enemigos, concediéndonos más tiempo según dónde disparemos. Como viene siendo habitual en las últimas producciones de Rockstar, también hay modos multijugador competitivos bastante atractivos que van más allá de guerra por equipos o el típico todos contra todos, que consisten en cumplir una serie de objetivos, siempre unido a las peculiaridades y posibilidades que nos brinda el uso del emblemático Bullet Time. Personalmente, no los he tocado demasiado. Y es que como fan, uno primero espera saber el devenir del personaje.
Como viene siendo habitual en Rockstar, el apartado técnico de Max Payne es sobresaliente. Su apartado gráfico es rematadamente sólido y vistoso, deleitándonos con momentos de gran espectacularidad gracias al motor Euphoria en lo que se refiere al sistema de físicas y al comportamiento de los objetos y de los cuerpos si impactan contra ellos alguna bala. Los personajes gozan de un gran nivel de detalle y de una ejemplar expresividad facial, donde, como era de esperar, sale ganando su protagonista. El motor Rage demuestra que aún se guarda unos cuantos ases en la manga. El sonido es sencillamente espectacular. Un genial trabajo en los sonidos de los disparos, donde es fácil reconocer el arma que empuñamos gracias al sonido de su disparo, como por el sonido de las balas según el material en el que impacten. La banda sonora compuesta por el grupo Health es ejemplar, recuperando el mítico tema principal de la saga a un genial nivel. Pero ni el gran abanico de sonidos en los disparos ni el magistral tema musical están a la altura del soberbio trabajo de James McCafffey aportando su ronca voz al perturbado Max Payne. Y es que pese a las discutibles razones por las que Rockstar se niegue a doblar sus juegos en múltiples idiomas por la pérdida de matices y pese a que sus anteriores entregas estuvieran dobladas en perfecto castellano, el doblaje inglés es magistral, en la línea del no menos brillante currículum de Rockstar Games en ese aspecto. Pese a que haya que darle un fuerte tirón de orejas a la compañía por implementar unos subtítulos tan pequeños, que hasta en un televisor de cincuenta pulgadas requieran todavía un esfuerzo de nuestra parte para que las letras sean legibles.
Parece que a lo largo de los años se haya convertido en un cliché, pero es que Rockstar lo ha vuelto a hacer. Ha recuperado una saga que ya llevaba un largo periodo de letargo actualizándola y evolucionado su propuesta, pero siempre manteniéndose dentro de los cánones por los que siempre se ha distinguido Max Payne, sin necesidad de adaptarse a las reglas por las que se rigen la mayoría de los shooters de hoy en día. Catalogar a Max Payne 3 como una digna continuación al legado de Remedy es quedarse corto, pues es una entrega totalmente equiparable a las dos obras que creó el estudió finlandés. Y es que más que estar ante un shooter made in Rockstar, la desarrolladora ha hecho todo un ejercicio de estilo por emular al milímetro el trabajo que antaño realizó Remedy con ese nivel de detalle tan perfeccionista y enfermizo que caracteriza a la compañía. No en vano, recibieron asesoramiento del estudio original. Y es que en más de una ocasión tenemos la sensación de estar ante un Max Payne de Remedy con los altos valores de producción que siempre distinguen los juegos de los creadores de GTA. Pocas veces encontraremos un producto tan genuino y respetuoso al original, siempre otorgándole una evolución lógica y aportando su propio grano de arena. Los únicos juegos con los que se puede comparar Max Payne 3 es con los anteriores Max Payne. Después de acabarlo, es difícil quedarse con una sola entrega, cada una aporta algo que encumbra a la saga como una de las mayores trilogías que podemos encontrar en el mundo de los videojuegos. Max Payne, como en la anterior generación, vuelve a posicionarse como uno de los personajes más interesantes y con más matices que nos ha brindado la industria a lo largo de sus años. Más cínico, más perturbado, sin nada que perder esta vez, totalmente ahogado por el alcohol y sobrecargado de analgésicos. El personaje vuelve de la peor manera posible, en el buen sentido, por supuesto, y nosotros encantados. Con una historia dotada de una extraordinaria narrativa y con un componente Noire quizá aún mayor que sus anteriores entregas. Rockstar nos ha devuelto a un personaje que no lamentamos para nada reencontrarnos con él.