Puede decirse mucho de Jazzpunk. Pero me gustaría empezar con algo lapidario, algo que resuene en el hueco que hay entre vuestros oídos y que os dé que pensar: ¿listos?
Jazzpunk es una inmensa tontería.
Una gilipollez sublime. Y eso, amigos, es algo que no suelo decir. El juego de Necrophone Games merece todas y cada una de las letras, en mayúscula, con las que deletrear GILIPOLLEZ. G-I-L-I-P-O-L-L-E-Z. Saboreadlas y sentid el regusto retrofuturista de los fonemas, el acerado tacto del saxo en vuestra boca mientras lo sopláis y sólo emite tontunas. Aún no he jugado a South Park: La Vara de la Verdad, y creo que hasta entonces, Jazzpunk será el videojuego con el que más me he reído por segundo al cuadrado. Tanto, que me he acabado jodiendo la garganta de carcajear. ¿Qué juego ha conseguido eso en vosotros en estos últimos tiempos en los que todo el mundo se toma tan en serio a sí mismo?
Pero no nos desviemos del argumento principal: decía que Jazzpunk es una gloriosa estupidez, y ahí me mantengo. Es un jue
Pero además de toda esta locura, Jazzpunk es un videojuego. Funciona a la vez como simulación loca, obra de espías y droga que te arrasa el cerebro. Su argumento está influenciado claramente por el pulp, pero también por películas como Naked Gun (Agárralo como Puedas), Hot Shots y Top Secret (¿por qué no hacen cine así ya?) así que podemos esperar una historia delirante de espionaje en la que nada tiene puto sentido. Y sin embargo, en ese lenguaje propio que Necrophone Games han conseguido desarrollar, hay una coherencia interna brutal: el mundo está tan loco que puedes leer esa locura y saber lo que se espera de ti en casi todo momento.Parémonos un momento en ese lenguaje propio: el jazzpunk funciona como otros retrofuturismos (steampunk, el whalepunk de Dishonored…), nos mete en medio de una Guerra Fría en la que existen los robots y las simulaciones por ordenador, en un mundo en el que la gente viste con propiedad y el pulp se abraza con el jazz. Y qué bonito es todo. Resulta impresionante ver cómo con unos gráficos sencillos y sus personajes de cartón consiguen meternos en ese mundo delirante con reminiscencias de Brazil.
De hecho, acumula tanta cultura pop que es imposible pillar todas sus referencias sin varias partidas y sin estrujarnos, de cuando en cuando, los sesos. Y entiendo que ahora habrá algún aguafiestas preguntándose…”Sí, sí, todo eso está muy bien, pero…¿funciona como videojuego?”
Funciona fantásticamente como videojuego. Divierte, nos propone unos cuantos puzzles en primera persona que nos harán carcajear, tiene sus misiones (estúpidas) secundarias y nos deja interactuar con muchos elementos del escenario cuyo único sentido es hacernos reír un rato más. Dura unas tres horas si queremos hacerlo casi todo y no para de sorprendernos a todo momento. Y es un acierto su longitud: como comedia funciona perfectamente en esas tres horas, y sería muy peligroso alargar porque perdería inmediatez y acabaría siendo cargante.
Ahora es cuando digo cosas que no quiero que toméis a broma, ¿de acuerdo?
Así que no nos lo tomemos a risa: estamos ante un juego divertidísimo y mimado hasta el detalle. De esos que recordamos y de los que queremos hablar a nuestros amigos para que prueben. Un videojuego que merece la recomendación y el agradecimiento: con la humildad de un título pequeño es capaz de insinuarnos que la auténtica broma es que nos tomemos siempre todo tan en serio.