Análisis: El Conde Lucanor

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El Conde Lucanor
Fecha de lanzamiento
3 marzo, 2016
ESTUDIO
Baroque Decay
EDITOR
Neon Doctrine
PLATAFORMAS
PC, Mac, Linux, PS4, XBOX, Switch

Siempre me ha desconcertado la palabra análisis cuando va asociada a una obra artística. No se puede analizar una obra. No al menos si tratamos de hacerlo con cierto empirismo. Podemos coger cada uno de los elementos de los que se compone y analizarlos, intentar incluso compararlos con otros para elaborar una media que nos permita otorgarle un valor, pero resultaría una pérdida de tiempo. El problema no radica tanto en el qué sino en el quién. El lector, el espectador, el jugador. Entes de los que no se puede prescindir porque la obra necesita una interpretación y como tal, esta resulta imposible de manejar con números. Digo esto porque mi sensación tras acabar un par de veces El Conde Lucanor seguramente se encuentra muy por encima de lo que podríamos sumar si valorásemos cada uno de sus puntos. Y desde ya les aviso que no tengo justificación para esa valoración.

Desarrollado por Baroque Decay, un estudio hispanofrancés o francoespañol –como prefieran-, El Conde Lucanor se presentaba sin apenas hacer ruido, casi como una disculpa por los continuos retrasos de Catequesis, el proyecto estrella del estudio. En un primer momento muchos pensamos que se trataba de una manera de mantener el interés con un producto que parecía reciclar arte y mecánicas de su hermano mayor, lo que lógicamente le restaba personalidad. Sin embargo había algo ahí que no encajaba, empezando por el propio título: El Conde de Lucanor. Hablamos de moralizante literatura castellana medieval escrita por el Príncipe de Villena, también conocido como Don Juan Manuel, en el siglo XIV, lo cual no es precisamente cultura pop ¿Si la gente de Baroque Decay querían situarse en el mapa con un pequeño desarrollo por qué no elegir algo más ligado a la moda imperante? La respuesta, al igual que el acertijo principal de la trama, se encuentra en el propio juego.

El Conde Lucanor nos pone en la piel de Hans, un chaval que empieza cayendo muy mal y al que poco a poco fui cogiendo un especial cariño gracias a su sabio uso de la interjección ¡ostris!, la cual reclamo a los influencers de turno que vuelvan a poner de actualidad. Como decía, Hans es un poco imbécil, pero se le perdona porque tiene diez años. De hecho el título comienza en el décimo cumpleaños de éste, un día en principio especial que Hans terminará convirtiendo un drama por la simple falta de una tarta de cumpleaños. La cosa se calienta tanto que Hans decide marcharse de casa para no volver jamás, con el consiguiente disgusto de su madre. Puede sorprender en un primer momento que un niño de diez años decida largarse de casa, pero antes la juventud era así de alocada. Una vez tomamos el control de nuestro protagonista la conexión entre éste y el jugador comienza a aparecer gracias al inteligente uso narrativo del título. La primera acción que tenemos que realizar es un favor a nuestro perrete, lo cual relaja la animadversión por el anteriormenteimbécilHans y el ahora sólounpocoestúpidoHans. Este nuevo estado de ánimo es esencial para todo lo que vendrá inmediatamente, que no son otra cosa que tres encuentros cruciales con tres extraños personajes cuyos diálogos comienzan a marcar el tono de la aventura.

El grueso de El Conde Lucanor se desarrolla en un castillo, lugar en el que tendremos que descubrir el nombre de un extraño duende que nos permitirá salir de nuestra pobre existencia a base de riqueza infinita. Esto no es exactamente así, pero tampoco voy a venir yo a destriparles todo el argumento. El caso es que para adivinar el nombre tendremos que conseguir una serie de letras que se encuentran diseminadas por el castillo y ordenarlas de manera correcta. El problema –porque siempre hay un problema- es que el castillo está cuidado por una serie de fantasmas bastante hostiles y nosotros somos un niño con un mal pronto pero que no se sabe defender, así que nuestra mayor virtud consistirá en no ser vistos. A partir de ahí la mecánica oscila entre la resolución de pistas, evitar ser descubiertos y los diferentes diálogos y transacciones con los variados personajes que pueblan el castillo.

Tras unos primeros instantes dentro del castillo algo desconcertantes, lo cierto es que pronto se le coge el truco a la mecánica, en parte gracias a todos esos tutoriales entremezclados en las conversaciones que tan buen resultado llevan dando desde los 80 y que tan poco se usan últimamente. Por su parte la orientación dentro del castillo, al menos en lo que a la ubicación de las habitaciones se refiere, me ha permitido recuperar algo que tenía completamente olvidado, que no es otra cosa que el uso del lápiz y el papel en un videojuego. No es que resulte completamente necesario, pero un servidor va teniendo ya unos años y tiende a olvidar aquello que no apunta o se tatúa.

A pesar de que todo lo que vemos en El Conde Lucanor lo hemos visto ya una y mil veces, el conjunto se muestra como algo novedoso gracias sobre todo al tono burlón que sobrevuela la aventura. Esto es especialmente visible en el contraste entre la amabilidad de los colores y diseños iniciales comparados con la espiral de sangre y horrores en la que nos encontramos envueltos según avanza la aventura dentro del castillo. Nada de esto saca sin embargo a Hans de ese estado de curiosidad infantil por descubrir qué hay más allá de su hogar, incluso se permite bromear más de una vez con lo que ve a su alrededor, lo cual descoloca al jugador y otorga al conjunto un punto de vista más nipón que occidental.

Me ha pasado algo curioso con El Conde Lucanor. En el cuadernillo que utilizo para tomar apuntes mientras juego la palabra más repetida es “honestidad”, y no es ésta una gran virtud en el videojuego medio. El equipo de Baroque Decay ha creado un título que a falta de una palabra mejor destila honradez, guardándose un puñado de sorpresas que no tienen tanto que ver con una trama enrevesada, sino con pequeños guiños al jugador clásico, extraños diálogos e incluso cierta rejugabilidad. Pequeños detalles de quien sabe dónde está y a lo que aspira. En este sentido puedo afirmar sin temor que El Conde Lucanor consigue su objetivo.

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