¿Qué? Shenmue
¿Quién? Yu Suzuki junto con SEGAAM2.
¿Cuándo? 1999, para Dreamcast.
¿Por qué? Ante todo, por su papel de pionero. Shenmue es un juego de mundo abierto en pleno 1999, y aún a día de hoy hay muchas de sus mecánicas en juegos actuales. Y por si fuera poco, muchas de esas mecánicas no han vuelto a ser usadas de manera tan perfecta como en el título del que estamos hablando.
Shenmue nos traslada a la ciudad portuaria de Yokosuka (Japón), a finales de 1986. El mimo que se ha puesto al detalle es impresionante, y veremos que el mundo luce como si estuviéramos en esa época. La moda de los viandantes, los escaparates en la calle, los juegos a los que la gente juega, la propia tecnología…sólo se romperá con algún simpático anacronismo (la consola del protagonista, para la cual podremos comprar juegos…), pero convence desde el primer momento. También nos encontramos en un momento de cambio generacional en Japón, y podemos empezar a ver cómo los jóvenes se van “americanizando” mientras los mayores se aferran a la tradición e intentan seguir viviendo como antes. El propio protagonista, Ryo Hazuki, es una muestra de esto, con su pelo encrespado, pantalones vaqueros y chaqueta de la USAF.
El juego comienza con el asesinato del padre de Ryo (un maestro de artes marciales), a manos de un misterioso maestro chino. A partir de ahí encarnaremos al protagonista, que pasará de querer averiguar en un principio lo que ha pasado a obsesionarse con la venganza y dejar cualquier otra cosa atrás. En un principio, el hijo que venga la muerte de su padre es un cliché en el cine de artes marciales, y aquí consigue partirse de ahí para trazar el recorrido por una historia que no es la más profunda de los videojuegos, pero sí una de las más interactivas e inmersivas. Manejaremos a Ryo por un inmensísimo mapa (en la época era una exageración), y realizaremos todo tipo de pesquisas para averiguar quién es el asesino y cómo localizarlo. Esto nos lleva a interrogar testigos, charlar con conocidos del padre, meternos en líos con las bandas locales…Sólo para la misión principal. A lo largo del recorrido del juego (que podemos alargar cuanto queramos) tendremos un montón de misiones secundarias y distintos objetivos, que podrán llegar a hacer que nos perdamos un poco.
Parte de la culpa de la inmersión la encontramos en el ritmo del juego: es lento, muy lento. Lo que para muchos fue motivo de críticas cuando el juego apareció, se revela como fundamental a la hora de transmitir la experiencia que Shenmue quiere que vivamos. Tardaremos en descubrir las cosas, y habrá veces en las que tendremos que estar días sin hacer nada en concreto hasta conseguir averiguar algo: tal y como en la vida real. Por poner un ejemplo: hay un momento en el que tendremos que conseguir un trabajo en el puerto cargando cajas con una carretilla elevadora, y podemos tirarnos días y días trabajando en el puerto hasta averiguar algún pequeño detalle. Y mientras tanto, horas de trabajo. Cierto es que hay gente que busca en los videojuegos experiencias distintas a trabajar, pero el hecho de que Yu Suzuki se traviera a añadir pasajes así en el juego habla de lo osado de la propuesta.
El único momento en el que el ritmo del juego variará y ganará revoluciones es el de los combates. Shenmue combina muy bien la faceta sandbox con el clásico beat ’em up. Hay dos modos de combate: por una parte, el modo libre en el que nos moveremos por la pantalla y ejecutaremos todo tipo de combos, y por otra algunas escenas (muy bien dirigidas) de QTE’s, de cuando los QTE’s no cansaban a los jugadores. Ryo es un alumno aventajado de su padre y conoce una gran gama de movimientos, y una de las partes más divertidas del juego es la de mejorar su dominio de las artes marciales. Esto podremos hacerlo de dos formas: practicando (solos o acompañados), o aprendiendo nuevos movimientos a través de pergaminos o tratando con distintos personajes. Hay gran variedad, es muy fácil que nos perdamos en una partida varios de los movimientos, porque dependen de cosas como encontrar a un anciano que ha madrugado en el parque, o hacerle algún recado a un maestro. La curva de aprendizaje, combinada con las escenas de QTE’s harán que veamos cómo va el protagonista progresando y sintamos cómo su búsqueda de la venganza le va convirtiendo en alguien mucho más letal que al principio. De nuevo, sumergiéndonos más en el “viaje” de Ryo.
Aún con esto, el juego no estuvo exento de críticas. Especialmente referidas al ritmo, o a que “realmente no pasaba nada”. Y sin embargo, aquí pensamos que es una de las fortalezas del título. Cada paseo por la ciudad se convierte en un gustazo, y cada mañana nos recibirá con alguna pequeña cosa nueva, en forma de evento, cambio de tiempo (el juego fue de los primeros en incorporar un motor aleatorio, llueve, nieva, hace calor…). El gran hándicap (especialmente en España) sí fue que sólo se tradujo al inglés, y que el doblaje era realmente malo comparado con el japonés original. Más allá de eso, si sabemos perdonar algunas animaciones robóticas, nos encontramos con una maravilla visual que no dejó indiferente a nadie, ni siquiera a los que criticaron su falta de intensidad. Shenmue tuvo continuación, y estuvo pensado como una saga, pero la diferencia entre el costo y lo recaudado por las ventas (más de un millón, pero menores de las previstas, especialmente por las pocas ventas de Dreamcast), y la situación precaria de Sega y su consola (el segundo apareció para la primera Xbox) terminaron de darle la puntilla, haciendo que hasta hoy no se sepa si algún día se continuará.
Suavizadas las críticas, y visto hoy en día como juego de culto, siempre es un buen momento para retomarlo, si contamos con la única consola para la que apareció. Ahora que empieza a ser moda el relanzar juegos en HD para las consolas, de cuando en cuando se filtra algún rumor de que aparecerá para PS3 y XBOX360, pero la cosa sigue parada. Una generación de jugadores se lo están perdiendo, pero quien pueda hacerse con una Dreamcast de segunda mano encontrará un juego tremendamente japonés, innovador para su época e intenso emocionalmente. Merece la pena.